La restauración de la tierra | Escatologia con Feliberto Vasquez Rodriguez
Restauración de la tierra
Pedro profetizó un evento
cataclísmico en la tierra actual (2 P. 3:10). ¿A qué se refería? ¿Describía la
destrucción total de la tierra?
Dios creó la tierra para
la humanidad. El hombre estaba destinado a regir la tierra en un ambiente
perfecto.[1] Cuando Dios completó la
creación dijo que lo que había hecho era “bueno en gran manera” (Gn.
1:31). Dios no creó la tierra “buena en gran manera” para luego permitir
que Satanás lograra que la humanidad se revelara contra Dios, de modo que
después tuviera que destruir el planeta. Si así fuera, Satanás podría cantar
victoria.
“Cuesta pensar que Dios
aniquilaría su creación original, y con ello parecer darle la última palabra al
diablo desechando aquello que originalmente llamó ‘bueno en gran manera’ (Gn.
1:31)”.[2]
Grudem concluye que 2
Pedro 3:10 no se refiere a la destrucción del mundo, sino a una limpieza de la “superficie
de la tierra (es decir, gran parte del suelo y de las cosas que hay en él)”.[3]
“La tierra nueva surgirá de aquel bautismo de fuego original y judicial;
limpia, bonita, santa. Se quitará toda mancha de pecado o de maldad. Se
restaurará el estado de la tierra a como era en Génesis 1:1; con algo
‘adicional’”.[4]
Otras personas llegaron a una conclusión similar.[5] Hebreos 1:12 describe el evento
en que los cielos y la tierra “serán mudados” (allagesontai). El
término “mudados” también describe la glorificación del creyente en 1
Corintios 15:51: “seremos transformados”. El cuerpo del creyente se
cambia por uno glorificado, pero el cuerpo nuevo conserva una continuidad con
el antiguo, la voz y la personalidad. La tierra vieja se renovará pero no se
destruirá; habrá continuidad entre la tierra vieja y la tierra nueva eterna.
Las Escrituras anticipan
la renovación y restauración gloriosa de esta tierra para hacerse nueva (Is.
51:3; Ez. 36:35). La creación también anticipa la restauración de su caída: “el
anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de
Dios” (Ro. 8:19). Cual madre que espera un hijo, la creación gime bajo la
Caída y espera el día en que vuelva a nacer en el reino de Cristo en la tierra
nueva (Ro. 8:20-22).
La tierra nueva es parte del nuevo cielo. Con frecuencia se
describen juntos el nuevo cielo y la tierra nueva (Is. 65:17; 66:22; 2 P. 3:13;
Ap. 21:1). Ya que Dios habitará con la humanidad redimida en la tierra nueva, y
como el hogar de Dios es el cielo, la tierra nueva es parte del cielo. El cielo
desciende a la tierra nueva (Ap. 21:2-3). El propósito original de Dios era
tener comunión con la humanidad en la tierra original; ese propósito se
alcanzará cuando el cielo descienda a la tierra nueva. “La tierra nueva será
el cielo de los cristianos… Después de la resurrección del cuerpo, los
creyentes vendrán a reinar con Cristo durante el milenio. Después de los mil
años viviremos para siempre en esta tierra nueva”.[6]
La conclusión es que las
referencias en el Antiguo Testamento al reino de Cristo no se han de restringir
al milenio. Su reinado será para siempre, en una tierra nueva, renovada, que
será el cielo del creyente. “Cuando leemos pasajes sobre el futuro reino
terrenal, suponemos que no se refieren al Cielo. Pero como Dios habitará con
los creyentes en la Tierra Nueva, estas Escrituras sí se refieren al Cielo”.[7]
Ambiente de la tierra nueva. La tierra quedó maldita
cuando Adán pecó, afectando a toda la naturaleza (Gn. 3:17-19), pero la tierra
se restaurará a su perfección prístina; toda la naturaleza se restaurará.
Estará el Árbol de la Vida, disponible para comer de él, como recuerdo continuo
de que los habitantes de la tierra nueva vivirán para siempre (Ap. 22:2, 14).
En la descripción, el desierto se alegra por el gobierno del Mesías y florece
en alabanza al Rey Jesucristo (Is. 35:1-2). El desierto desaparecerá, el agua
fluirá en abundancia (Is. 35:6-7). “El cambio del desierto a un campo donde
abunda el agua no es un simple ornamento poético; en los últimos tiempos, la
era de la redención, la naturaleza compartirá verdaderamente la doxa [gloria]
que procede del Dios que se manifestó a sus redimidos”.[8]
Desde el trono de Dios y
del Cordero fluirá un río de agua viva, el Árbol de la Vida estará a ambos
lados del río y producirá doce clases de fruta (Ap. 22:1-2; cp. Ez. 47:1-2).
Las laderas estarán cubiertas de viñas exuberantes; las cosechas serán
abundantes (Is. 30:23; 32:20; 65:21; Jl. 3:18).
Los granjeros y sus
rebaños disfrutarán de pastos abundantes (Is. 30:23). Inclusive los animales
disfrutarán la abundancia del forraje en la tierra nueva (Is. 30:24) y tendrán
espacio para recorrerla (Is. 32:20). El mundo animal será dócil y pacífico en
el milenio y en la tierra nueva. Ninguno será depredador, ninguno será
carnívoro (Is. 11:6-7; 65:25).
Actividades en la tierra nueva. Quienes fueron fieles
en el servicio de Cristo en la tierra, le servirán en el cielo, la tierra nueva
(Mt. 24:45-46; 25:14, 19, 23). Más aún, “habrá varias actividades en el
cielo que serán continuación de nuestras tareas aquí en la tierra”.[9] En la tierra nueva los
creyentes juzgarán y reinarán tanto en el milenio como en el estado eterno (Ro.
5:17; 1 Co. 6:2-3; Ap. 22:5). Quienes han sufrido por Cristo y han
perserverado, reinarán con Él (2 Ti. 2:12); quienes han dejado a su familia,
quienes se han sacrificado por seguir a Cristo, recibirán una recompensa más grande
(Mt. 19:27-30; Lc. 22:29-30). Los creyentes tendrán autoridad sobre las
ciudades (Lc. 19:11-19). La comisión original del hombre, gobernar sobre la
tierra (Gn. 1:28), que se perdió por el pecado, se cumplirá totalmente en el
milenio y en la tierra nueva por toda la eternidad (Sal. 8:6-8). Los creyentes “reinarán
por los siglos de los siglos”, según la promesa (Ap. 22:5).
¿Qué clase de servicio
habrá en el cielo? Muchos concluyen que habrá una continuidad con lo que
hacemos en esta tierra. Wilbur Smith señala: “En el cielo se nos permitirá
terminar muchas de esas tareas valiosas que soñábamos en la tierra pero para
las cuales no teníamos ni el tiempo, ni la fuerza, ni la habilidad suficientes
para realizarlas”.[10] De modo similar, Erwin
Lutzer comenta: “Bien puede ser que nuestra fidelidad (o infidelidad) en la
tierra tenga repercusiones por toda la eternidad”.[11]
Según la descripción, los
mártires de la tribulación están en el cielo intermedio, donde “están
delante del trono de Dios, y le sirven día y noche en su templo” (Ap.
7:15). Aquí, “sirven” tiene el sentido de adoración.[12] Tiene un sentido similar
en Apocalipsis 22:3, donde “sus siervos le servirán” en el cielo. En
otras referencias se usa para hablar de la oración y la alabanza, lo cual “incluye
toda forma de adoración divina”.[13]
En la gloria, los redimidos le servirán al Señor de muchas formas diferentes;
la oración, adoración y alabanza serán parte de todas ellas.
En la tierra las
actividades serán variadas; tal vez similares a las de Noé y sus hijos cuando
salieron del arca en la tierra purificada. Habrá construcción de casas (Is.
65:21), se podrá vivir en paz en las casas nuevas (Is. 32:18), habrá cultivos
(Is. 30:23; 32:20), huertos (Is. 65:21) y muchas otras actividades, sin lugar a
dudas. Randy Alcorn concluye: “Seremos una gran comunidad en la Tierra
Nueva. Los dones, habilidades, pasiones y tareas que Dios nos entregue a cada
uno no serán sólo para su gloria y para nuestro bien, sino también para el bien
de nuestra gran familia. Dios se alegra cuando prosperamos juntos,
interdependientes, en la cultura creativa continua de la Tierra Nueva”.[14]
Las relaciones con los demás en la tierra nueva.
Tras la muerte de un creyente del Antiguo Testamento era común la frase “y
fue unido a su pueblo” (Gn. 25:8; 35:29; 49:33); era un recordatorio de la
reunión en el cielo con los creyentes de su familia. Cuando el hijo de David
murió, él se lamentó así: “Yo voy a él, más él no volverá a mí” (2 S.
12:23). David reconoció que se reuniría con su hijo en el cielo. El apóstol
Pablo confortó a los tesalonicenses enlutados así: “los muertos en Cristo
resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado,
seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en
el aire, y así estaremos siempre con el Señor” (1 Ts. 4:16-17). En la
resurrección, los creyentes vivos se reunirán con los que ya partieron y
disfrutarán de la comunión para siempre.
El conocimiento continuará en la eternidad del cielo. Pedro, Jacobo y Juan
reconocieron a Moisés y Elías en el monte de la transfiguración (Mt. 17:3), lo
cual sugiere el reconocimiento y la continuidad con el pasado. Igualmente, en
la historia del rico y Lázaro, el rico está en el Hades y recuerda abundantes
detalles de su vida en la tierra (Lc. 16:27-28). Si quienes están en el
infierno tienen este conocimiento y esos recuerdos, con seguridad también es
cierto para quienes están en el cielo. Habrá reconocimiento de los amigos y
familiares creyentes. Más aún, será un conocimiento más completo (1 Co. 13:12).
También habrá comida y comunión con familiares y amigos (Mt. 8:11; Lc. 13:29;
Is. 25:6). Para todo ello es necesaria la continuidad de la personalidad y la
identidad. Jesús les prometió a sus discípulos: “Les digo que no beberé de
este fruto de la vid desde ahora en adelante, hasta el día en que beba con
ustedes el vino nuevo en el reino de mi Padre” (Mt. 26:29 NVI; cursivas
añadidas). Les recordaba que sus identidades permanecerían. Habría una
continuidad con su vida terrenal: se reconocerían en el cielo. Jesús les
recordó que tendrían una reunión familiar en el cielo cuando les dijo: “muchos
vendrán del oriente y del occidente, y participarán en el banquete con Abraham,
Isaac y Jacob en el reino de los cielos” (Mt. 8:11). También se infiere que
los creyentes retendrán su origen étnico[15] (cp. Is. 2:2-3; 9:1-2;
60:3; 66:18, 22-23; Zac. 2:11; Mi. 4:1-2).
Relación con Dios en la tierra nueva. En el Antiguo
Testamento, las personas no se podían acercar a Dios (Éx. 19:16, 21) ni verlo
(Éx. 33:20), pero los creyentes tienen la promesa de ver a Dios en la tierra
nueva (Mt. 5:8). Los creyentes verán a Dios en sus cuerpos glorificados (Ap.
22:4) y serán como Él (1 Jn. 3:2). Los redimidos disfrutarán de comunión sin
igual con Dios (Ap. 21:3).[16] Así como Jesús tenía
comunión íntima con sus discípulos en la tierra, los creyentes tendrán comunión
íntima, una relación personal con Dios. Los dolores de la tierra desaparecerán
en el cielo; se enjugará toda lágrima.[17]
La nueva Jerusalén. La nueva Jerusalén de
Apocalipsis 21—22 es de considerable importancia en la explicación del cielo.
Aunque algunos sugieran que este pasaje se refiere al milenio, debe
considerarse un estado eterno, porque la cronología de Apocalipsis 20 así lo
sugiere.
En Apocalipsis 21 se
describe la morada eterna final de los creyentes como “un cielo nuevo y una
tierra nueva” (21:1). Los cielos y la tierra antiguos se renovaron por el
fuego (2 P. 3:10), porque fueron el dominio de la rebelión humana y angélica
contra Dios. Los creyentes redimidos de todas las épocas vivirán en la nueva
Jerusalén. La nueva Jerusalén es la casa que Cristo fue a preparar (Jn. 14:2),
pero también es el cielo del estado eterno.
Los gentiles redimidos
vendrán a la nueva Jerusalén para adorar (Is. 19:21, 23; 27:13; Zac. 14:16) e
Israel adorará al Señor (Is. 58:1-14). Los gentiles vendrán y verán la gloria
del Señor y la declararán por todo el mundo (Is. 66:18-19). La gloria de Dios
emanará de Jerusalén, y rodeará la tierra (Zac. 2:5). La adoración del Señor
continuará por toda la eternidad en el cielo nuevo y la tierra nueva (Is.
66:22-23). La nueva Jerusalén reflejará la gloria de Dios (Ap. 21:11), no habrá
necesidad de sol ni de luna, porque su gloria iluminará la tierra (Ap. 21:23).
Los creyentes “reinarán por los siglos de los siglos” al calor de ese
brillo (Ap. 22:5).
La belleza de la nueva Jerusalén. Su brillo (Ap.
21:9-11). Los cielos reflejan la gloria brillante de Dios debido a su
presencia. La gloria de la nueva Jerusalén (Ap. 21:11) denota la gloria shekina
que ilumina la ciudad. “Gloria” “se refiere al resplandor brillante
que viene de la presencia y la gloria de Dios”.[18]
Sus muros y puertas (Ap.
21:12-13). Los muros altos que rodean la ciudad sugieren seguridad.
Sus cimientos (Ap.
21:14). Los cimientos, con los nombres de los apóstoles, quienes son el fundamento
de la iglesia, sugieren que la iglesia también se encuentra en la nueva
Jerusalén.
Sus medidas (Ap.
21:15-18). La nueva Jerusalén mide un poco más de 2.400 kilómetros de largo,
ancho y alto; posiblemente tenga la forma de un cono o pirámide donde Dios se
ubica en la parte superior.
Sus adornos (Ap.
21:19-21). Está adornada con piedras preciosas y costosas que reflejan aún más
la gloria shekina de Dios.
Su disponibilidad (Ap.
21:22). La ciudad ya no tiene un sacerdocio de mediación porque todos sus habitantes
tienen acceso inmediato a Dios.
Su luz (Ap. 21:23). La
ciudad está iluminada por la gloria shekina, no requiere luces celestes.
Su propósito (Ap. 21:24-26). El propósito último del lugar eterno para los creyentes es darle gloria a su Señor, quien ha hecho posible la redención.
[1] Véase Erich Sauer, The King of the
Earth (Exeter: Paternoster Press, 1962). Sauer desarrolla hábilmente esta tesis
a lo largo de todo el libro.
[2] Wayne Grudem, Systematic Theology
[Teología sistemática] (Grand Rapids: Zondervan, 1994), p. 1160. Publicado en
español por Vida.
[3] Ibíd., p. 1161.
[4] Louis T. Talbot, God’s Plan of the
Ages (Grand Rapids: Eerdmans, 1936), p. 196.
[5] David Jeremiah: Escape of the
Coming Night (Nashville: W. Publishing, 1997), p. 243; Alcorn, Heaven [El
cielo], p. 137.
[6] Tim LaHaye, Revelation Unveiled
[Apocalipsis sin velo] (Grand Rapids: Zondervan, 1999), pp. 356-357. Publicado
en español por Vida.
[7] Alcorn, Heaven [El cielo], p. 138.
[8] Franz Delitzsch, Biblical
Commentary on the Profecies of Isaiah, 2 vols. (Reimpresión. Grand Rapids:
Eerdmans, 1969), p. 2:78.
[9] Wilbur M. Smith, The Biblical
Doctrine of Heaven (Chicago: Moody, 1968), p. 192.
[10] Ibíd., p. 195; véase Alcorn,
Heaven [El cielo], pp. 396-397.
[11] Lutzer, One Minute After You Die
[Tu primer minuto después de morir], p. 89.
[12] H. Strathmann, “Latreuo, Latreia”,
en Gerhard Kittel, ed., Theological Dictionary of the New Testament, 10 vols.
(Grand Rapids: Eerdmans, 1964), p. 4:63.
[13] Ibíd.
[14] Alcorn, Heaven [El cielo], p. 400.
[15] John F. Walvoord, The Nations in
Prophecy (Grand Rapids: Zondervan, 1967), pp. 169-170; Gordon R. Lewis y Bruce
A. Demarest, Integrity Theology (Grand Rapids: Zondervan, 1994), p. 3:482.
[16] El triple uso de meta (“con”)
describe a Dios “en compañía” y “asociación cercana” con los creyentes. William
F. Arndt y F. Wilbur Gingrich, A Greek-English Lexicon of the New Testament and
Other Early Christian Literature, 2ª ed., F. Wilbur Gingrich y Frederick W.
Danker, eds. (Chicago: Univ. of Chicago, 1979), p. 508.
[17] La preposición que se traduce
“con” es meta, y quiere decir “en compañía de alguien; de asociación cercana”
(Arndt y Gingrich, A Greek-English Lexicon of the New Testament, p. 508). Se
usaba para describir la relación de Cristo con los apóstoles. Véase Marcos
3:14; Juan 13:33; 14:9; 15:27; 16:4; 17:12, 24. Meta se usa tres veces en este
versículo, enfatizando la comunión del hombre con Dios.
[18] Fritz Rienecker, A Linguistic Key
to the Greek New Testament, ed. Cleon Rogers Jr. (Grand Rapids: Zondervan,
1980), p. 860.
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