La muerte física | Escatologia con Feliberto Vasquez Rodriguez
ESCATOLOGÍA: DOCTRINA DE LOS ÚLTIMOS TIEMPOS
El estudio relativamente
reciente de los últimos tiempos ha dividido con frecuencia a los creyentes. Los
diferentes sistemas de interpretación (como el premilenarismo, postmilenarismo
y amilenarismo) han afectado a otras áreas de la teología distintas a la escatología.
Sin embargo, en el estudio de los últimos tiempos hay muchos puntos de
encuentro entre los creyentes. Los cristianos han estado de acuerdo en la
explicación de la muerte, la presencia inmediata del creyente con el Señor, la
esperanza del retorno de Cristo, la resurrección, el juicio y el estado eterno.
A continuación se da una explicación de las áreas consensuadas, seguida por una
discusión de aquellas donde existe controversia.
Escatología personal
Muerte
La muerte es una realidad
para todos los seres humanos (He. 9:27). Cuando la Biblia habla de la muerte,
se refiere a la física, no a la del alma. El cuerpo puede morir, pero el alma,
el principio de vida del hombre, vive (Mt. 10:28; Lc. 12:4-5). En algunos casos
la Biblia usa la palabra griega psuche (vida-alma) para describir la
muerte (Jn. 12:25; 13:37-38), pero aun pasajes de este tipo denotan la muerte
del cuerpo, no la muerte de la naturaleza inmaterial del hombre. Así, la muerte
puede definirse como el final físico de la vida por la separación del alma y el
cuerpo (cp. Stg. 2:26).[1]
Como el cuerpo está
compuesto de los elementos del polvo, al morir regresa al polvo (Gn. 3:19). La
muerte física es el resultado del pecado. La muerte se extendió a toda la
humanidad por el pecado de Adán en el huerto; nadie está exento (Ro. 5:12). La
muerte es la “paga” del pecado (Ro. 6:23; 1 Co. 15:56).
Sin embargo, la muerte no
debe entenderse como aniquilación. La vida continúa tanto para el creyente como
para el incrédulo después de su muerte física. Lucas 16:19-31 describe
gráficamente que la existencia continua de Lázaro, el pobre mendigo, continúa
en la bendición eterna descrita como “el seno de Abraham” (Lc. 16:22),
mientras el rico estaba eternamente atormentado en el Hades (Lc. 16:23). Para
el creyente, la muerte quiere decir “estar ausentes del cuerpo, y presentes
al Señor” (2 Co. 5:8). Pablo deseaba la muerte para “estar con Cristo”
(Fil. 1:23).
El impacto de la muerte
en los creyentes es motivo de esperanza por muchas razones.
La muerte es ganancia. Pablo no le temía a la
muerte. Si vivía, quería decir vivir en comunión y al servicio de Cristo; si
moría, era ventajoso. Hizo la impresionante declaración “morir es ganancia”
(Fil. 1:21). Para Pablo, la muerte “no lo podía separar de Cristo (Ro.
8:38-39)… En la muerte había una relación continua con Cristo. La vida en
Cristo no puede ser destruida por la muerte, más bien, se enriquece e
incrementa con la muerte”.[2]
Jesús anuló el poder de Satanás sobre
la muerte.
Jesús, con su muerte y resurrección, destruyó el poder de la muerte. Por la
encarnación, se hizo humano, murió para expiar los pecados del mundo y gracias
a ello conquistó al adversario, quien tenía el poder sobre la muerte. Hebreos
2:14 dice: “él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la
muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo”. El
término traducido “destruir” quiere decir “hacer inoperante, anular,
desactivar o hacer inefectivo, hacer tan impotente como si no existiera”.[3]
Quienes estaban esclavizados por el miedo a la muerte ahora están libres
(He. 2:15).
Jesús dijo: “Yo soy la
resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo
aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente” (Jn. 11:25-26). Parece
una declaración contradictoria; pero se refería a la distinción entre las
partes material e inmaterial del hombre. La primera parte reconoce la muerte
del cuerpo físico, que va a la tumba. Pero la segunda habla de la naturaleza
espiritual del hombre, el alma y el espíritu. Esa naturaleza nunca muere. Quien
cree que Jesucristo llevó sus pecados nunca morirá espiritualmente. El cuerpo
va a la tierra, en espera de la resurrección, pero el alma y el espíritu —la
esencia real de la persona— van a su hogar con el Padre del cielo. Jesús lo
declara así en los términos más fuertes, usando una doble negación en el texto
griego: “Quien vive y cree en mí no morirá nunca —de ninguna manera [ou,
me]” (traducción del autor). Salomón también reconoció la continuidad de
una persona en su espíritu: “el polvo vuelva a la tierra, como era, y el
espíritu vuelva a Dios que lo dio” (Ec. 12:7).
Jesús conquistó a la muerte. Con su muerte y
resurrección, Cristo conquistó a la muerte (1 Co. 15:25-26). Las Escrituras
dicen que la muerte será abolida, es decir, que Él acabará con la muerte.[4] No existirá más. Por medio
de la victoria de Cristo los creyentes se hicieron inmortales (1 Co. 15:53).
Esa verdad se consumará cuando los creyentes reciban sus cuerpos glorificados.
Entonces se cumplirá la profecía de Isaías: “Destruirá a la muerte para
siempre” (Is. 25:8; cp. 1 Co. 15:54). La muerte tenía poder por el pecado,
pero Cristo conquistó el pecado y, por medio del pecado, la muerte. De ahí que
exclama Pablo “¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu
victoria?” (1 Co. 15:55). Tal verdad trae victoria y confianza a los
creyentes (1 Co. 15:57-58).
Deshace nuestro tabernáculo. La imagen de la muerte
en las Escrituras es la de un tabernáculo (o “tienda de campaña”, NVI)
que cae. Pablo dice: “Porque sabemos que si nuestra morada terrestre, este
tabernáculo, se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de
manos, eterna, en los cielos.” (2 Co. 5:1). La figura del tabernáculo
sugiere “falta de permanencia e inseguridad, y es una descripción común de
la vida terrenal y de su ubicación en el cuerpo”.[5] Cuando partimos de la
tierra al cielo, dejamos atrás nuestra habitación temporal y recibimos nuestra
vivienda permanente, “una edificación de Dios, una casa no hecha a mano”.
Se leva el ancla. Otra descripción de la
muerte es levar el ancla de un barco. Pablo tenía emociones encontradas; por un
lado, sentía la necesidad de quedarse y servir a los creyentes de Filipos (Fil.
1:24); pero en su interior sentía un fuerte deseo: “De ambas cosas estoy
puesto en estrecho, teniendo deseo de partir y estar con Cristo, lo cual es
muchísimo mejor” (Fil. 1:23). Partir (analuo) quiere decir “liberar,
deshacer. Se usa cuando se sueltan las amarras del barco”.[6] Quiere decir levar anclas
y navegar a otro destino. El creyente leva anclas cuando muere y parte hacia un
destino mejor: el cielo.
Cristo nos da la bienvenida. Cuando el Sanedrín mató
a Esteban apedreándolo, él “vio la gloria de Dios, y a Jesús que estaba a la
diestra de Dios” (Hch. 7:55). Jesús está sentado a la diestra del Padre en
el cielo (He. 1:3). Pero cuando el creyente muere, ¡Jesús se levanta de su
silla para darle la bienvenida a su siervo en el cielo!
Los creyentes estarán con Cristo. Jesús le hizo una
promesa al ladrón de la cruz: “De cierto te digo que hoy estarás conmigo en
el paraíso” (Lc. 23:43). Son palabras poderosas. “Hoy” es enfático
en el texto griego. Hoy, hoy mismo, el ladrón arrepentido experimentará la
dicha del cielo. Su cuerpo irá a la tumba, pero espiritualmente, en su esencia,
entrará al cielo.
“Conmigo”
es una frase hermosa que enfatiza la comunión cara a cara. Quien había
compartido con ladrones y atracadores ahora tendría la compañía eterna del
mismo Salvador. Apocalipsis 21:3 describe la misma escena. La preposición (meta)
que en el pasaje de Lucas se tradujo “con” ahora se traduce “entre”;
“el tabernáculo de Dios está entre los hombres, y El habitará entre ellos y
ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará entre ellos” (BLA). Dios mismo
estará en una eternidad de comunión cercana con su pueblo para siempre.
[1] Louis Berkhof, Systematic Theology
[Teología sistemática] (Grand Rapids: Eerdmans, 1941), pp. 384-668, publicado
en español por T.E.L.L. y Millard J. Erickson, Christian Theology [Teología
sistemática], 3 vols. (Grand Rapids: Baker, 1983), p. 3:1169, publicado en
español por Clie.
[2] Gerald F. Hawthorne, Philippians
en Word Biblical Commentary (Waco: Word, 1983), p. 46.
[3] Cleon L. Rogers Jr. y Cleon L.
Rogers III, The New Linguistic and Exegetical Key to the Greek New Testament
(Grand Rapids: Zondervan, 1998), p. 520.
[4] Ibíd., p. 466.
[5] Ibíd., p. 547.
[6] Ibíd., p. 386.
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