IDIOMA DEL PENTATEUCO | Crítica del Pentateuco con Feliberto Vasquez

 

IDIOMA DEL PENTATEUCO

El ámbito de este artículo incluye tres partes: un análisis de la historia de las lenguas en y alrededor de Palestina durante el III y II milenio a.C., una consideración de la gramática y el estilo del idioma del Pentateuco en comparación con el hebreo clásico y un estudio de aquellos elementos lingüísticos del Pentateuco que pudieran relacionarlo con el período en el que las narraciones y acontecimientos registrados en Génesis a Deuteronomio afirman haber tenido lugar.

1. El mundo del idioma del Pentateuco

2. El idioma del Pentateuco

3. Conexiones entre el idioma del Pentateuco y su contexto histórico

1. El mundo del idioma del Pentateuco.

A modo de introducción es importante captar el sentido de la cronología interna de la Biblia. Aunque no es el único texto crucial, 1 Reyes 6:1 es uno de los más significativos:

En el año cuatrocientos ochenta después que los hijos de Israel salieron de Egipto, el cuarto año del principio del reino de Salomón sobre Israel, en el mes de Zif, que es el mes segundo, comenzó él a edificar la casa de El Señor.

Si bien la interpretación exacta de los 480 años sigue siendo objeto de debate (bien 480 literales o, simbólicamente, doce generaciones y, por tanto, unos trescientos años), la Biblia indica que Salomón estuvo reinando a mediados del siglo X a.C. y que el éxodo tuvo lugar al menos trescientos años antes de su reinado. Puesto que los acontecimientos de Éxodo a Deuteronomio pretenden haberse producido en el transcurso de una generación (cuarenta años) desde la fecha del éxodo, habría que situarlos en algún momento entre el siglo XV a.C. y finales del siglo XIII a.C. A este período se le identifica como la edad del Bronce Reciente (1550–1200 a.C., aunque muchos datan ahora el final de la edad del Bronce Reciente unas cuantas décadas después del 1200). Además, textos como Génesis 15:13, 16 dan a entender que el período de los patriarcas del Génesis aconteció unos cuantos siglos antes del éxodo, o durante la primera mitad del II milenio a.C. A este período (2000–1550 a.C.) se le conoce como la edad del Bronce Medio. Es probable que incluyera el período que va desde Abraham hasta José. Los eventos de Génesis 1–11 frustran cualquier intento de relacionarlos con acontecimientos o períodos históricos extrabíblicos, pero es evidente que se afirma que sucedieron antes de la época de Abraham.

Geográficamente, la conexión bíblica más antigua que tenemos sitúa a Abram y su familia extensa al norte de Siria, en Harán, en el valle del río Balikh, uno de los ríos que confluye en el Éufrates. Aunque también se menciona a Ur, no parece que tenga relación con la familia de Abram; no es allí a donde se dirige su siervo para buscarle una esposa a Isaac ni a donde huye Jacob de su tío Labán. Los lugares de la muerte de Taré, la patria de Rebeca y de la familia de Labán están situado en o alrededor de Harán. En Génesis 12, la escena cambia y se traslada a Palestina, donde permanece hasta las circunstancias que rodean la vida de José, cuando la familia de Israel se traslada en dirección suroeste hasta Egipto. Abandona Egipto cuando se produce el éxodo y viaja por el desierto camino de Canaán (Palestina).

El egipcio (el idioma escrito en escritura jeroglífica) siguió siendo la lengua predominante en Egipto a lo largo de estos períodos. En todos los demás lugares citados, el idioma dominante era en realidad una familia de lenguas o dialectos conocida como semítico occidental (o semítico noroccidental, como lo designan algunos). El semítico occidental es una de las tres ramas principales de la familia de lenguas semíticas. Las otras dos son el semítico oriental y semítico meridional. El semítico meridional no está bien atestiguado antes de la era cristiana, aunque aparece con anterioridad como árabe meridional epigráfico. Más tarde incluye el árabe clásico y el etiópico (inicialmente, Ge‘ez). El semítico oriental está atestiguado durante este período a través de sus dos principales dialectos: babilonio y asirio. El babilonio antiguo y el asirio antiguo aparecen predominantemente en textos de la edad del Bronce Medio (2000– 1550 a.C.), mientras que el babilonio medio y el asirio medio se encuentran en textos de la edad del Bronce Reciente (1550–1000 a.C.). Dado que el semítico oriental, o acadio, nombre con el que se le conoce más comúnmente, era la lengua franca del Oriente Medio durante gran parte del II milenio a.C., se han descubierto importantes archivos de textos cuneiformes acadios en algunos yacimientos importantes o cerca del mundo de los patriarcas y del mundo semítico occidental en general. Estos incluyen Mari en el Éufrates (c. siglo XVIII a.C.), Alalakh en la llanura de Hatay (dos archivos de alrededor de los siglos XVIII y XV), Ugarit en la costa mediterránea (siglo XV a principios del siglo XII a.C.), Emar, entre Ugarit y Mari (siglo XIII a.C.) y Amarna en Egipto (siglo XIV a.C.). Estos últimos consisten en una colección de correspondencia que incluye cartas de dirigentes de ciudades y burócratas egipcios de toda Palestina y Siria (y lugares aún más alejados). Aunque muchos de los textos de estos archivos comparten el estilo de escritura del babilonio antiguo (incluso aquellos que pertenecen a la edad del Bronce Reciente), también contienen importantes influencias semíticas occidentales.

Es posible que algunos testimonios del idioma semítico occidental sean anteriores al II milenio a.C. Las excavaciones en otro yacimiento del noroeste de Siria, Tell Mardikh, han sacado a la luz miles de tablillas de la antigua ciudad de Ebla. Estos textos describen acontecimientos sucedidos en la ciudad en el siglo XXIV a.C. Muchas parecen haber sido escritas en una lengua que ha sido identificada como eblaíta y clasificada como semítica occidental sobre la base de algunas raíces y elementos morfológicos, así como la ubicación del lugar en la región de archivos semíticos occidentales posteriores. Más de dos décadas después de su descubrimiento inicial, el estilo del cuneiforme y la ausencia de paralelos continúan haciendo de la traducción de estos textos un auténtico desafío. Así pues, hay poca información disponible sobre la lengua eblaíta o el semítico occidental en el III milenio a.C.

A principios del II milenio a.C. (Bronce Medio), se encuentran evidencias de la lengua semítica occidental en textos procedentes de Mari y Alalakh (Nivel VII). El idioma se ha denominado amorrita, aunque se podría describir más exactamente como una colección de dialectos. No está relacionado directamente con los amorreos del AT, que proceden de una región distinta y cuya fecha tiende a ser posterior. Todavía no se ha encontrado ningún texto escrito en amorrita de este período. En vez de eso, toda la evidencia sobre el amorrita deriva de nombres propios de pueblos semíticos occidentales que se mencionan en estos textos, escritos por lo demás en babilonio antiguo. Los nombres que aparecen en estos textos identifican personas con nombres semíticos occidentales que serían contemporáneos de los patriarcas y sus familias, tal como los que podemos encontrar en Génesis 12–50. Además, dos colecciones contemporáneas de textos de execración egipcios contienen nombres propios de varios líderes de Siria y Palestina. También se han conservado nombres de hicsos en sellos de la época en que estos pueblos semíticos occidentales influenciaron y gobernaron el Bajo Egipto (i.e., c. 1750–1550 a.C.). Por último, hay nombres que aparecen en una serie de tablillas escritas en cuneiforme babilonio antiguo encontradas en tells repartidos por Palestina y Siria, como Hebrón, Hazor y otros emplazamientos.

El período en el que tuvo lugar el grueso de la estancia de Israel en Egipto, el éxodo y la travesía por el desierto asistió al desarrollo del alfabeto, una invención semítica occidental. Aunque posiblemente se originó en la época anterior, esta nueva invención floreció y se convirtió en un vehículo para la comunicación de los dialectos semíticos occidentales durante la edad del Bronce Reciente. En Ugarit se tradujo a la escritura cuneiforme, si bien, al contar con menos de treinta signos diferentes, era mucho más fácil de aprender que la escritura silábica acadia, que empleaba cientos de signos y valores distintos. En la península de Sinaí y en la propia Palestina se desarrollaron escrituras alfabéticas basadas en signos que se convertirían con el tiempo en la base de las escrituras alfabéticas aramea y cananea del I milenio a.C. En el Sinaí occidental, en las minas de turquesa de Serabit el-Khadem, trabajadores semíticos occidentales dejaron grafitis inscritos en los monumentos en escritura alfabética protosinaítica. En Canaán, incluidas zonas de los actuales Israel, Palestina y Líbano, aparecen puntas de flecha inscritas con nombres propios semíticos occidentales que utilizan el sistema de escritura protocananeo. Abecedarios como los de Bet-semes (c. 1200 a.C.) e Izbet Sarta (siglo XII-XI a.C.) dan prueba de un mayor interés en y uso de los sistemas de escritura alfabéticos. Si damos por buena una fecha del siglo XIII para el éxodo de Israel de Egipto, est forma de escritura habría sido conocida por la generación de Moisés.

Una de las fuentes más importantes de la lengua semítica occidental se encuentra en la correspondencia de Amarna. A pesar de escribir en acadio, los escribas del siglo XIV a.C. de lugares como Biblos, Tiro, Siquem y Jerusalén estaban muy influenciados por los dialectos cananeos locales y delatan esta influencia lingüística en el vocabulario, la morfología, la sintaxis y el estilo de su correspondencia. Estos comentarios y “(sub)estratos lingüísticos” acercan al lector, más que ningún otro texto existente, a la lengua de Israel en tiempos del éxodo. Estos fueron los precursores (si bien indirectos) de lenguas semíticas occidentales como el hebreo, arameo, fenicio, moabita, amonita y edomita que surgieron en el I milenio a.C.

Además del egipcio, se utilizaron otros dos idiomas no semíticos en el II milenio a.C. que tuvieron su impacto sobre el Pentateuco. Uno es el hitita, una lengua indoeuropea que fue empleada por los hititas que vivieron en lo que hoy sería la zona central de Turquía. El segundo era el hurrita. Esta lengua singular era hablada por los habitantes del norte de Siria, en la tierra de Mitanni. El país fue anexionado al ámbito de influencia hitita en el siglo XIV a.C. En textos procedentes de archivos de Nuzi y Alalakh se han preservado elementos especiales de la cultura hurrita y de sus costumbres familiares. Allí también se han encontrado nombres propios hurritas, al igual que en todos los archivos del II milenio a.C. La influencia cultural y onomástica hurrita fue menguando en los últimos siglos del II milenio y desapareció por completo tras el siglo X a.C. (a juzgar por las pruebas de que disponemos actualmente).

2. El idioma del Pentateuco.

Como prefacio a esta parte del estudio, podríamos hacer la observación de que las gramáticas de hebreo bíblico (o clásico) no distinguen entre el hebreo del Pentateuco y el que se encuentra en otros lugares del AT. Por tanto, no resulta especialmente útil ni necesario distinguir entre la ortografía, morfología, sintaxis y estilo habitual del Pentateuco y del resto de la Biblia Hebrea. La base para esta gramática ya se ha establecido y se puede encontrar en las gramáticas de referencia estándar de Gesenius, Joüon, Waltke y O’Connor, y van der Merwe.

No obstante, sí es legítimo considerar si existen algunos elementos distintivos en el Pentateuco que pudieran diferenciarlo de la gramática del resto del hebreo bíblico. Lamentablemente no existe ningún estudio exhaustivo sobre esta cuestión. Sin embargo, investigaciones recientes han aislado algunas características ortográficas, morfológicas y sintácticas significativas que son propias del Pentateuco. En parte, este estudio ha surgido de las preguntas planteadas por la hipótesis documentaria y teorías más recientes que sitúan la mayor parte, o toda, la literatura del Pentateuco en la última parte del I milenio a.C. En este contexto se ha pensado que los elementos gramaticales distintivos demostraban la aparición de formas arcaicas que pueden servir como pruebas para mantener una fecha anterior para Pentateuco. También la aparición habitual de estas formas en varios géneros literarios en el Pentateuco se ha tomado como demostración de la naturaleza y origen uniformes de diversos textos que habían sido atribuidos a una serie de documentos fuente o estratos de redacción. Sin embargo, se trata de pruebas circunstanciales, en el mejor de los casos. Incluso la aparición de formas arcaicas que se pudiera demostrar que son tales no sirve para probar la fecha de un texto, que podría haber estado sometido a tendencias arcaizantes. Aun así, la presencia de estas formas, si se puede demostrar que existen, lo que sí hacen es cuestionar la validez de la hipótesis documentaria o de la teoría de un origen persa/helenista, en la medida en que estas discuten cualquier vínculo claro y consciente con una gran antigüedad.

El estudio de Radday y Shore de 1985 sobre la autoría de Génesis utilizó docenas de rasgos gramaticales y sintácticos para etiquetar cada una de las palabras estudiadas en ese libro. Basándose en el análisis computerizado de todos los datos, los autores concluyeron que la hipótesis documentaria era inválida por cuanto el análisis no indicaba estilos distintivos para cada uno de los supuestos documentos. Forbes (199–201), no obstante, ha criticado con dureza el método desde numerosos ángulos. Por ejemplo, su forma de asignar textos de Génesis a diversas fuentes crea divisiones de fuentes que resultan irreconocibles, esto es, que difieren al menos un treinta por ciento de las que se encontraban en las divisiones que había llevado a cabo Eissfeldt. Además, una comprobación aleatoria de los datos y las categorías da muestras de cierta confusión e imprecisión. Por último, Forbes no está persuadido de que multiplicar las categorías de etiquetas sintácticas haya aumentado la precisión de la conclusión.

La obra de Andersen y Forbes (1986) en la que se analizan los patrones ortográficos de la Biblia Hebrea evidenció una conciencia de los puntos flacos y los puntos fuertes del método estadístico. Sin embargo, analizó la ortografía plena y defectiva de las vocales internas en el Pentateuco. Entre sus conclusiones notaron que todos los textos del Pentateuco se agrupaban en un conjunto que era diferente del resto de la Biblia Hebrea. Estos patrones ortográficos fueron descritos por Andersen y Forbes como “anticuados”. Forbes (202) resume las posibles explicaciones de este fenómeno:

Tal vez los manuscritos de esta parte de la Biblia procedían de una comunidad distinta, una con diferentes prácticas ortográficas que la fuente del resto. Quizás gozó de una mayor veneración y de este modo se resistió a la modernización. Tal vez sea más antigua que el resto.

De estas posibilidades, la primera parece la menos probable, debido a la autoridad histórica y antigua que se le otorgaba al Pentateuco. Es posible que tanto la segunda como la tercera sean ciertas. La naturaleza aleatoria del uso de las letras vocales a lo largo del Texto Masoretico es algo que ha observado James Barr, el crítico más severo de este estudio (Barr 1988). Sin embargo, sus argumentos no consiguen darle la vuelta a la consistencia metodológica del análisis (Forbes, 204).

3. Conexiones entre el idioma del Pentateuco y su contexto histórico.

Tal como se ha observado antes, el idioma del Pentateuco es semejante al del resto de la Biblia Hebrea, con la excepción de una tendencia a deletrear palabras con menos vocales. Esto parece denotar una mayor antigüedad. Sin embargo, la ausencia de características distintivas en la gramática del Pentateuco, rasgos que definitivamente se pueden reconocer como de mayor antigüedad que el resto de la Biblia Hebrea, implica una de estas tres posibilidades: (1) toda la Biblia Hebrea se escribió aproximadamente en la misma época; (2) la lengua hebrea no tiene historia, de modo que no cambió durante un período de mil años de uso; o (3) el Pentateuco, aunque escrito antes, fue editado o actualizado en fecha posterior para que el idioma se atuviera al del resto de la Biblia. La primera opción ha sido expuesta por Whybray, que situaría la fecha de composición del Pentateuco en el siglo V, y por Davies, que desearía datarla varios siglos más tarde, en la época helenista. Esta opción debe seguir manteniéndose como verosímil a menos que alguien pueda identificar otros elementos en el texto que hagan pensar en una fecha anterior para las tradiciones del Pentateuco. De hecho, existen una serie de pruebas que sugieren una fecha temprana para los libros del Pentateuco. Aquí lo que nos interesa son las pruebas lingüísticas mencionadas más adelante.

La segunda opción es la más improbable. No sólo haría del hebreo un caso único entre las lenguas vivas del mundo, sino que también contradiría las pruebas ya citadas en el estudio de Andersen y Forbes.

La tercera opción es tanto razonable como probable. Si fuera cierta indicaría que las pruebas a favor de una datación más temprana del texto hebreo podrían haberse perdido durante el proceso de transmisión. Este no debería ser el caso de algunos fragmentos poéticos del Pentateuco, donde actualizar el texto significaría necesariamente destruir las formas poéticas y, posiblemente, el riTexto Masoreticoo y la métrica. En este mismo sentido, Cross y Freedman han propuesto que en el poema de Éxodo 15 se utilizan formas verbales antiguas (formas yaqtul) para describir el tiempo narrativo pasado. Estas formas no aparecen ni en la poesía posterior ni en los pasajes narrativos del AT. Sí aparecen en abundancia, no obstante, en las cartas de Amarna del siglo XIV procedentes de Palestina (Rainey, 222–27, passim). Así pues, aquí nos encontramos con una característica morfológica que implica una fecha dentro del II milenio a.C. para una parte de la poesía del Pentateuco.

Esto suscita una pregunta afín: ¿Existe algún tipo de evidencia lingüística incrustada en las narraciones en prosa del Pentateuco que pudiera sugerir una fecha más temprana para esta literatura? El material más útil se encuentra en los nombres propios. Estos no serían actualizados o alterados, sino que se preservarían con su forma original, llegando algunas veces al punto de que la posteridad dejaría de comprender algunos aspectos de lo que había detrás de esos nombres. No todos los nombres propios son relevantes, naturalmente, ya que hay muchos nombres propios, topónimos y gentilicios que aparecen en muchos o en todos los períodos en los que los especialistas suponen que podría haberse escrito el Pentateuco. Aun así, se pueden señalar ciertas evidencias que parecen indicar una fecha más temprana para el Pentateuco.

Podemos aportar dos ejemplos de topónimos. Primero, se hace referencia a Sinar, mencionada por primera vez en Génesis 10:10; 11:2; 14:1, 9. Aunque especialistas anteriores identificaron este nombre de lugar con Sumer, Zadok ha relacionado Sinar con un nombre para Babilonia y sus gobernadores extranjeros utilizados por los hititas y otros en la edad del Bronce Reciente (1550–1200 a.C.), esto es, Shanhar. Si la correlación es correcta, entonces apoya un origen para este nombre y los textos relacionados con él en el II milenio a.C., puesto que el nombre no aparece más tarde en el registro cuneiforme. Sin embargo, Sinar también aparece en Josué 7:21; Isaías 11:11; Daniel 1:2; y Zacarías 5:11. Excepto por la referencia en Josué, estas deben provenir de un período posterior.

Un segundo topónimo procede del extremo opuesto del Creciente Fértil, Ramesés, en Egipto. Esta es una de las ciudades almacén que construyeron los israelitas según Éxodo 1:11 (heb. Raamses). Éxodo 4–14 describe acontecimientos que tienen lugar en la capital del faraón, el lugar de residencia de los israelitas y donde está lo mejor del ejército de Faraón, y todo ello en las inmediaciones los unos de los otros. De c. 1300 a c. 1100 a.C. Pi-Ramsés (o Piramesse) era una capital egipcia en el delta oriental donde los esclavos apiru trabajaban construyéndola. Tras este período ya no volvió a ser una ciudad importante y dejó de ser la capital (Hoffmeier, 116–18). Por lo tanto, el uso del topónimo Ramsés conecta este lugar con la última parte del II milenio a.C., pero no más tarde.

Además de los topónimos, los nombres propios juegan un papel importante a la hora de identificar las influencias lingüísticas y culturales que pueda haber detrás de las personas y la literatura del Pentateuco. Si bien algunos nombres aparecen en diferentes períodos, otros se limitan a determinadas épocas y lugares. Un nombre por sí solo puede que no pruebe mucho, pero las pruebas acumuladas de muchos nombres propios pueden indicar un origen común para los nombres y los textos en los que se encuentran. Así, los nombres propios de Génesis 1–11 concuerdan mejor con el período más temprano de los bien atestiguados semíticos occidentales, la lengua o lenguas amorritas, y los nombres propios y topónimos (en el caso de la genealogía de Sem) hallados al norte de Siria (Hess 1993). Adán, Matusalén, Metusael y Jabal son nombres que contienen raíces semíticas occidentales que aparecen en nombres propios de principios del II milenio a.C. y gradualmente van desapareciendo hacia finales del mismo milenio. Nombres de la genealogía de Sem, tales como Taré, Nacor, Serug y Harán, es mejor identificarlos como topónimos localizados en Harán y sus alrededores, al norte de Siria.

Génesis 14:1, 9 menciona a un rey Tidal, al que se ha identificado con Tudhaliyas, un nombre real de la dinastía hitita que floreció en el II milenio a.C. y desapareció poco después de 1200. El nombre no se volvió a utilizar.

Varios de los patriarcas preservan un estilo de nombre propio característico, aquellos que están formados por un elemento verbal que empieza con el prefijo yōd en hebreo (Kitchen, 57, 90, 92). Entre los ejemplos se encuentran Isaac y Jacob (una forma del cual está reflejada en el nombre hicso Ya‘qub‘al). Este estilo de nombre propio es más frecuente en los nombres amorritas de Mari y en otros lugares de principios del II milenio a.C. Se hace más raro a medida que pasamos a la edad del Bronce Reciente y es muy poco común en la edad del Hierro.

Además, varios nombres de la época del éxodo son nombres egipcios o contienen elementos egipcios hallados en nombres del siglo XIII a.C. Entre ellos se encuentran Moisés, Finees, Ofni, Sifra y Fúa (Yurco, 46–47). Se encuentren con mucha menor frecuencia más tarde en el II milenio y raramente en los períodos siguientes.

También habría que mencionar la posible presencia de nombres y elementos de nombres hurritas entre los nombres propios del Pentateuco. Génesis 1–11 contiene dos ejemplos. El primero aparece en el linaje de Caín: Tubal-caín, mencionado en Génesis 4:22 como forjador de toda clase de herramientas de bronce y hierro. Aunque es posible que la parte “Tubal” del nombre tenga relación con una raíz semítica que se encuentra en los nombres Jabal y Jubal, también descendientes de Caín, ahora es más probable que se trate de una especie de glosa hurrita. Esto se debe a que el término hurrita tubališ significa “herrero” (Hess 1993, 52–53, 127).

Un segundo ejemplo de un posible nombre hurrita lo encontramos en el nombre de Noé. Aunque en Génesis 5:29 se relaciona mediante un juego de palabras con el verbo hebreo nāḥam (“alivio, confort”), también se parece mucho a la primera parte del nombre de un personaje que ha sido identificado en la historia hurrita del diluvio (Hess 1993, 29).

Sin embargo, los hombres hurritas no se limitan a los relatos más antiguos de Génesis. También aparecen entre los nombres propios de los hijos de Anac que se mencionan entre los temibles cananeos que residen en la región de Hebrón (Nm 13:22, 28, 33; Dt 9:2; Jos 15:13– 14; 21:11; Jue 1:20; Hess 1996, 210–13). En Números 13:22 se les llama Ahimán, Sesai y Talmai. Ahimán probablemente sea un nombre semítico occidental relacionado con nombres de Ugarit como a-hi-mana y a-hi-ma-nu. El nombre no es especialmente relevante para establecer una fecha, ya que aparece en diversas épocas, incluido el período persa (1 Cr 9:17). Ahora bien, Sesai y Talmai no son habituales. No son semíticos occidentales y no aparecen más tarde del siglo X a.C. en o fuera de la Biblia. Sesai aparece como še-ša-a-a en la principal fuente hurrita de nombres propios, Nuzi, el yacimiento del II milenio a.C. En Ugarit se escribe en textos alfabéticos como ššy. Talmai es posible que también sea un nombre hurrita. Aparece en Nuzi con las formas tal-mu-ia y tá-al-mu. En Ugarit aparece como tlmyn, y en la Alalakh de la edad del Bronce Reciente nos encontramos muchas veces con tal-ma y tal-mi-ia. El nombre se encuentra también en el siglo X como rey de Gesur y suegro de David (2 Sm 3:3; 13:37; 1 Cr 3:2).

Tal como se ha argumentado en otro lugar (Hess 1996), la aparición de nombres hurritas es significativa. Fuera de la Biblia, estos nombres se encuentran en textos del II milenio a.C., pero no del I milenio. En la Biblia ocurre lo mismo. Los testimonios de nombres hurritas mengua y desaparece después del siglo X a.C.

Por lo tanto, pese a la ausencia de rasgos gramaticales claros que pudieran distinguir la mayor parte del idioma del Pentateuco del resto de la Biblia Hebrea, los nombres propios (y en menor medida los topónimos) ofrecen indicios que se pueden correlacionar mejor con el II milenio a.C. No está claro de qué otra manera podría explicarse la presencia de estos nombres. Además, su presencia no sólo da testimonio de su antigüedad, sino que también se corresponde estrechamente en lugar y tiempo con lo que las narraciones circundantes pretenden describir. Así, el contexto egipcio del éxodo aporta nombres egipcios de la edad del Bronce Reciente. Las generaciones inmediatamente anterior y posterior a Abraham arrojan nombres relacionados con el norte de Siria de principios del II milenio a.C. Las tradiciones bíblicas acerca de los anaceos se corresponden con la influencia de la onomástica hurrita sobre el Canaán de la edad del Bronce Reciente. Es difícil que se trate de una coincidencia o del producto del duro trabajo de un escriba judío postexílico que quisiera añadir una lista de nombres antiguos a una historia recién inventada. Además, no sólo son nombres propios de personajes destacados, como Moisés. En muchos casos a quienes tienen estos nombres solamente se les menciona una o dos veces en la Biblia, y desempeñan un papel terciario en los relatos. Por consiguiente, es improbable que estos nombres se hubieran preservado fuera de las narraciones en las que aparecen actualmente (Hess 1997). La coincidencia entre los nombres propios y los períodos que pretenden describir los relatos en los que aparecen da crédito a la antigüedad de las narraciones en sí.

Finalmente, habría que decir algo sobre los elementos teofóricos en la construcción de los nombres propios en la Biblia Hebrea y, en particular, en el Pentateuco. A menudo los nombres semíticos occidentales están compuestos por elementos entre los que se incluye un nombre divino. En algunas ocasiones estos nombres se abrevian omitiendo el nombre divino y reemplazándolo con un sufijo hipocorístico como -y. En los nombres propios hebreos el sufijo -yh podía parecer una forma abreviada del nombre divino, yhwh. De hecho, este sufijo y variantes como -yhw o -yw, se convirtieron en indicadores característicos de los nombres propios israelitas en el I milenio a.C. Estaban compuestos con el nombre divino de la deidad de Israel. Se ha observado que estas formas aparecen frecuentemente en la onomástica israelita del I milenio a.C., tanto dentro como fuera de la Biblia. Sin embargo, en el II milenio a.C. no se los encuentra pegados a nombres fuera de la Bible, con la posible excepción del prefijo en el nombre ywḥnn que se descubrió en una punta de flecha que data del siglo XI a.C. (si Cross lo ha leído correctamente; véase Cross y la cita que aparece allí de las publicaciones originales). Esta parquedad de la evidencia se corresponde con los nombres propios encontrados en el Pentateuco. Andersen (50; véase también de Moor) observa que en el Pentateuco no aparecen nombres propios con el sufijo -yhw y posiblemente uno solo con el sufijo -yh (Gn 36:24). Contrástese esto con 1 y 2 Reyes, donde hay 239 casos de nombres propios con el sufijo -yhw y 82 con el sufijo -yh (1 y 2 Crónicas tiene 269 y 219, respectivamente). Las pruebas sugieren que la presencia de sufijos yahvistas en nombres propios distingue a esas narraciones que encontramos por todo el Pentateuco de las narraciones bíblicas posteriores. Una vez más, existe acuerdo con las pruebas onomásticas procedentes del mundo extrabíblico.

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