IDIOMA DEL PENTATEUCO | Crítica del Pentateuco con Feliberto Vasquez
IDIOMA DEL PENTATEUCO
El ámbito de este
artículo incluye tres partes: un análisis de la historia de las lenguas en y
alrededor de Palestina durante el III y II milenio a.C., una consideración de
la gramática y el estilo del idioma del Pentateuco en comparación con el hebreo
clásico y un estudio de aquellos elementos lingüísticos del Pentateuco que
pudieran relacionarlo con el período en el que las narraciones y
acontecimientos registrados en Génesis a Deuteronomio afirman haber tenido
lugar.
1. El mundo del idioma
del Pentateuco
2. El idioma del
Pentateuco
3. Conexiones entre el
idioma del Pentateuco y su contexto histórico
1. El mundo del idioma del Pentateuco.
A modo de introducción es
importante captar el sentido de la cronología interna de la Biblia. Aunque no
es el único texto crucial, 1 Reyes 6:1 es uno de los más significativos:
En el año cuatrocientos
ochenta después que los hijos de Israel salieron de Egipto, el cuarto año del
principio del reino de Salomón sobre Israel, en el mes de Zif, que es el mes
segundo, comenzó él a edificar la casa de El Señor.
Si bien la interpretación
exacta de los 480 años sigue siendo objeto de debate (bien 480 literales o,
simbólicamente, doce generaciones y, por tanto, unos trescientos años), la
Biblia indica que Salomón estuvo reinando a mediados del siglo X a.C. y que el
éxodo tuvo lugar al menos trescientos años antes de su reinado. Puesto que los
acontecimientos de Éxodo a Deuteronomio pretenden haberse producido en el
transcurso de una generación (cuarenta años) desde la fecha del éxodo, habría
que situarlos en algún momento entre el siglo XV a.C. y finales del siglo XIII
a.C. A este período se le identifica como la edad del Bronce Reciente
(1550–1200 a.C., aunque muchos datan ahora el final de la edad del Bronce
Reciente unas cuantas décadas después del 1200). Además, textos como Génesis
15:13, 16 dan a entender que el período de los patriarcas del Génesis aconteció
unos cuantos siglos antes del éxodo, o durante la primera mitad del II milenio
a.C. A este período (2000–1550 a.C.) se le conoce como la edad del Bronce
Medio. Es probable que incluyera el período que va desde Abraham hasta José.
Los eventos de Génesis 1–11 frustran cualquier intento de relacionarlos con
acontecimientos o períodos históricos extrabíblicos, pero es evidente que se
afirma que sucedieron antes de la época de Abraham.
Geográficamente, la
conexión bíblica más antigua que tenemos sitúa a Abram y su familia extensa al
norte de Siria, en Harán, en el valle del río Balikh, uno de los ríos que
confluye en el Éufrates. Aunque también se menciona a Ur, no parece que tenga
relación con la familia de Abram; no es allí a donde se dirige su siervo para
buscarle una esposa a Isaac ni a donde huye Jacob de su tío Labán. Los lugares
de la muerte de Taré, la patria de Rebeca y de la familia de Labán están
situado en o alrededor de Harán. En Génesis 12, la escena cambia y se traslada
a Palestina, donde permanece hasta las circunstancias que rodean la vida de
José, cuando la familia de Israel se traslada en dirección suroeste hasta
Egipto. Abandona Egipto cuando se produce el éxodo y viaja por el desierto
camino de Canaán (Palestina).
El egipcio (el idioma
escrito en escritura jeroglífica) siguió siendo la lengua predominante en
Egipto a lo largo de estos períodos. En todos los demás lugares citados, el
idioma dominante era en realidad una familia de lenguas o dialectos conocida
como semítico occidental (o semítico noroccidental, como lo designan algunos).
El semítico occidental es una de las tres ramas principales de la familia de
lenguas semíticas. Las otras dos son el semítico oriental y semítico
meridional. El semítico meridional no está bien atestiguado antes de la era
cristiana, aunque aparece con anterioridad como árabe meridional epigráfico.
Más tarde incluye el árabe clásico y el etiópico (inicialmente, Ge‘ez). El
semítico oriental está atestiguado durante este período a través de sus dos
principales dialectos: babilonio y asirio. El babilonio antiguo y el asirio
antiguo aparecen predominantemente en textos de la edad del Bronce Medio (2000–
1550 a.C.), mientras que el babilonio medio y el asirio medio se encuentran en
textos de la edad del Bronce Reciente (1550–1000 a.C.). Dado que el semítico
oriental, o acadio, nombre con el que se le conoce más comúnmente, era la
lengua franca del Oriente Medio durante gran parte del II milenio a.C., se han
descubierto importantes archivos de textos cuneiformes acadios en algunos
yacimientos importantes o cerca del mundo de los patriarcas y del mundo
semítico occidental en general. Estos incluyen Mari en el Éufrates (c. siglo
XVIII a.C.), Alalakh en la llanura de Hatay (dos archivos de alrededor de los
siglos XVIII y XV), Ugarit en la costa mediterránea (siglo XV a principios del
siglo XII a.C.), Emar, entre Ugarit y Mari (siglo XIII a.C.) y Amarna en Egipto
(siglo XIV a.C.). Estos últimos consisten en una colección de correspondencia
que incluye cartas de dirigentes de ciudades y burócratas egipcios de toda
Palestina y Siria (y lugares aún más alejados). Aunque muchos de los textos de
estos archivos comparten el estilo de escritura del babilonio antiguo (incluso
aquellos que pertenecen a la edad del Bronce Reciente), también contienen
importantes influencias semíticas occidentales.
Es posible que algunos
testimonios del idioma semítico occidental sean anteriores al II milenio a.C.
Las excavaciones en otro yacimiento del noroeste de Siria, Tell Mardikh, han
sacado a la luz miles de tablillas de la antigua ciudad de Ebla. Estos textos
describen acontecimientos sucedidos en la ciudad en el siglo XXIV a.C. Muchas
parecen haber sido escritas en una lengua que ha sido identificada como eblaíta
y clasificada como semítica occidental sobre la base de algunas raíces y
elementos morfológicos, así como la ubicación del lugar en la región de
archivos semíticos occidentales posteriores. Más de dos décadas después de su
descubrimiento inicial, el estilo del cuneiforme y la ausencia de paralelos
continúan haciendo de la traducción de estos textos un auténtico desafío. Así
pues, hay poca información disponible sobre la lengua eblaíta o el semítico
occidental en el III milenio a.C.
A principios del II
milenio a.C. (Bronce Medio), se encuentran evidencias de la lengua semítica
occidental en textos procedentes de Mari y Alalakh (Nivel VII). El idioma se ha
denominado amorrita, aunque se podría describir más exactamente como una
colección de dialectos. No está relacionado directamente con los amorreos del
AT, que proceden de una región distinta y cuya fecha tiende a ser posterior.
Todavía no se ha encontrado ningún texto escrito en amorrita de este período.
En vez de eso, toda la evidencia sobre el amorrita deriva de nombres propios de
pueblos semíticos occidentales que se mencionan en estos textos, escritos por
lo demás en babilonio antiguo. Los nombres que aparecen en estos textos
identifican personas con nombres semíticos occidentales que serían
contemporáneos de los patriarcas y sus familias, tal como los que podemos
encontrar en Génesis 12–50. Además, dos colecciones contemporáneas de textos de
execración egipcios contienen nombres propios de varios líderes de Siria y Palestina.
También se han conservado nombres de hicsos en sellos de la época en que estos
pueblos semíticos occidentales influenciaron y gobernaron el Bajo Egipto (i.e.,
c. 1750–1550 a.C.). Por último, hay nombres que aparecen en una serie de
tablillas escritas en cuneiforme babilonio antiguo encontradas en tells
repartidos por Palestina y Siria, como Hebrón, Hazor y otros emplazamientos.
El período en el que tuvo
lugar el grueso de la estancia de Israel en Egipto, el éxodo y la travesía por
el desierto asistió al desarrollo del alfabeto, una invención semítica
occidental. Aunque posiblemente se originó en la época anterior, esta nueva
invención floreció y se convirtió en un vehículo para la comunicación de los
dialectos semíticos occidentales durante la edad del Bronce Reciente. En Ugarit
se tradujo a la escritura cuneiforme, si bien, al contar con menos de treinta
signos diferentes, era mucho más fácil de aprender que la escritura silábica
acadia, que empleaba cientos de signos y valores distintos. En la península de
Sinaí y en la propia Palestina se desarrollaron escrituras alfabéticas basadas
en signos que se convertirían con el tiempo en la base de las escrituras
alfabéticas aramea y cananea del I milenio a.C. En el Sinaí occidental, en las
minas de turquesa de Serabit el-Khadem, trabajadores semíticos occidentales
dejaron grafitis inscritos en los monumentos en escritura alfabética
protosinaítica. En Canaán, incluidas zonas de los actuales Israel, Palestina y
Líbano, aparecen puntas de flecha inscritas con nombres propios semíticos
occidentales que utilizan el sistema de escritura protocananeo. Abecedarios
como los de Bet-semes (c. 1200 a.C.) e Izbet Sarta (siglo XII-XI a.C.) dan
prueba de un mayor interés en y uso de los sistemas de escritura alfabéticos. Si
damos por buena una fecha del siglo XIII para el éxodo de Israel de Egipto, est
forma de escritura habría sido conocida por la generación de Moisés.
Una de las fuentes más
importantes de la lengua semítica occidental se encuentra en la correspondencia
de Amarna. A pesar de escribir en acadio, los escribas del siglo XIV a.C. de
lugares como Biblos, Tiro, Siquem y Jerusalén estaban muy influenciados por los
dialectos cananeos locales y delatan esta influencia lingüística en el
vocabulario, la morfología, la sintaxis y el estilo de su correspondencia.
Estos comentarios y “(sub)estratos lingüísticos” acercan al lector, más que
ningún otro texto existente, a la lengua de Israel en tiempos del éxodo. Estos
fueron los precursores (si bien indirectos) de lenguas semíticas occidentales
como el hebreo, arameo, fenicio, moabita, amonita y edomita que surgieron en el
I milenio a.C.
Además del egipcio, se
utilizaron otros dos idiomas no semíticos en el II milenio a.C. que tuvieron su
impacto sobre el Pentateuco. Uno es el hitita, una lengua indoeuropea que fue
empleada por los hititas que vivieron en lo que hoy sería la zona central de
Turquía. El segundo era el hurrita. Esta lengua singular era hablada por los
habitantes del norte de Siria, en la tierra de Mitanni. El país fue anexionado
al ámbito de influencia hitita en el siglo XIV a.C. En textos procedentes de
archivos de Nuzi y Alalakh se han preservado elementos especiales de la cultura
hurrita y de sus costumbres familiares. Allí también se han encontrado nombres
propios hurritas, al igual que en todos los archivos del II milenio a.C. La
influencia cultural y onomástica hurrita fue menguando en los últimos siglos
del II milenio y desapareció por completo tras el siglo X a.C. (a juzgar por
las pruebas de que disponemos actualmente).
2. El idioma del Pentateuco.
Como prefacio a esta
parte del estudio, podríamos hacer la observación de que las gramáticas de
hebreo bíblico (o clásico) no distinguen entre el hebreo del Pentateuco y el
que se encuentra en otros lugares del AT. Por tanto, no resulta especialmente
útil ni necesario distinguir entre la ortografía, morfología, sintaxis y estilo
habitual del Pentateuco y del resto de la Biblia Hebrea. La base para esta
gramática ya se ha establecido y se puede encontrar en las gramáticas de
referencia estándar de Gesenius, Joüon, Waltke y O’Connor, y van der Merwe.
No obstante, sí es
legítimo considerar si existen algunos elementos distintivos en el Pentateuco
que pudieran diferenciarlo de la gramática del resto del hebreo bíblico.
Lamentablemente no existe ningún estudio exhaustivo sobre esta cuestión. Sin
embargo, investigaciones recientes han aislado algunas características
ortográficas, morfológicas y sintácticas significativas que son propias del
Pentateuco. En parte, este estudio ha surgido de las preguntas planteadas por
la hipótesis documentaria y teorías más recientes que sitúan la mayor parte, o
toda, la literatura del Pentateuco en la última parte del I milenio a.C. En
este contexto se ha pensado que los elementos gramaticales distintivos
demostraban la aparición de formas arcaicas que pueden servir como pruebas para
mantener una fecha anterior para Pentateuco. También la aparición habitual de
estas formas en varios géneros literarios en el Pentateuco se ha tomado como
demostración de la naturaleza y origen uniformes de diversos textos que habían
sido atribuidos a una serie de documentos fuente o estratos de redacción. Sin
embargo, se trata de pruebas circunstanciales, en el mejor de los casos.
Incluso la aparición de formas arcaicas que se pudiera demostrar que son tales
no sirve para probar la fecha de un texto, que podría haber estado sometido a
tendencias arcaizantes. Aun así, la presencia de estas formas, si se puede
demostrar que existen, lo que sí hacen es cuestionar la validez de la hipótesis
documentaria o de la teoría de un origen persa/helenista, en la medida en que
estas discuten cualquier vínculo claro y consciente con una gran antigüedad.
El estudio de Radday y
Shore de 1985 sobre la autoría de Génesis utilizó docenas de rasgos
gramaticales y sintácticos para etiquetar cada una de las palabras estudiadas
en ese libro. Basándose en el análisis computerizado de todos los datos, los
autores concluyeron que la hipótesis documentaria era inválida por cuanto el
análisis no indicaba estilos distintivos para cada uno de los supuestos
documentos. Forbes (199–201), no obstante, ha criticado con dureza el método
desde numerosos ángulos. Por ejemplo, su forma de asignar textos de Génesis a
diversas fuentes crea divisiones de fuentes que resultan irreconocibles, esto
es, que difieren al menos un treinta por ciento de las que se encontraban en
las divisiones que había llevado a cabo Eissfeldt. Además, una comprobación
aleatoria de los datos y las categorías da muestras de cierta confusión e
imprecisión. Por último, Forbes no está persuadido de que multiplicar las
categorías de etiquetas sintácticas haya aumentado la precisión de la
conclusión.
La obra de Andersen y
Forbes (1986) en la que se analizan los patrones ortográficos de la Biblia
Hebrea evidenció una conciencia de los puntos flacos y los puntos fuertes del
método estadístico. Sin embargo, analizó la ortografía plena y defectiva de las
vocales internas en el Pentateuco. Entre sus conclusiones notaron que todos los
textos del Pentateuco se agrupaban en un conjunto que era diferente del resto
de la Biblia Hebrea. Estos patrones ortográficos fueron descritos por Andersen
y Forbes como “anticuados”. Forbes (202) resume las posibles explicaciones de
este fenómeno:
Tal vez los manuscritos
de esta parte de la Biblia procedían de una comunidad distinta, una con
diferentes prácticas ortográficas que la fuente del resto. Quizás gozó de una
mayor veneración y de este modo se resistió a la modernización. Tal vez sea más
antigua que el resto.
De estas posibilidades,
la primera parece la menos probable, debido a la autoridad histórica y antigua
que se le otorgaba al Pentateuco. Es posible que tanto la segunda como la
tercera sean ciertas. La naturaleza aleatoria del uso de las letras vocales a
lo largo del Texto Masoretico es algo que ha observado James Barr, el crítico
más severo de este estudio (Barr 1988). Sin embargo, sus argumentos no
consiguen darle la vuelta a la consistencia metodológica del análisis (Forbes,
204).
3. Conexiones entre el idioma del Pentateuco y su contexto histórico.
Tal como se ha observado
antes, el idioma del Pentateuco es semejante al del resto de la Biblia Hebrea,
con la excepción de una tendencia a deletrear palabras con menos vocales. Esto
parece denotar una mayor antigüedad. Sin embargo, la ausencia de características
distintivas en la gramática del Pentateuco, rasgos que definitivamente se
pueden reconocer como de mayor antigüedad que el resto de la Biblia Hebrea,
implica una de estas tres posibilidades: (1) toda la Biblia Hebrea se escribió
aproximadamente en la misma época; (2) la lengua hebrea no tiene historia, de
modo que no cambió durante un período de mil años de uso; o (3) el Pentateuco,
aunque escrito antes, fue editado o actualizado en fecha posterior para que el
idioma se atuviera al del resto de la Biblia. La primera opción ha sido
expuesta por Whybray, que situaría la fecha de composición del Pentateuco en el
siglo V, y por Davies, que desearía datarla varios siglos más tarde, en la
época helenista. Esta opción debe seguir manteniéndose como verosímil a menos
que alguien pueda identificar otros elementos en el texto que hagan pensar en
una fecha anterior para las tradiciones del Pentateuco. De hecho, existen una
serie de pruebas que sugieren una fecha temprana para los libros del
Pentateuco. Aquí lo que nos interesa son las pruebas lingüísticas mencionadas
más adelante.
La segunda opción es la
más improbable. No sólo haría del hebreo un caso único entre las lenguas vivas
del mundo, sino que también contradiría las pruebas ya citadas en el estudio de
Andersen y Forbes.
La tercera opción es
tanto razonable como probable. Si fuera cierta indicaría que las pruebas a
favor de una datación más temprana del texto hebreo podrían haberse perdido
durante el proceso de transmisión. Este no debería ser el caso de algunos
fragmentos poéticos del Pentateuco, donde actualizar el texto significaría
necesariamente destruir las formas poéticas y, posiblemente, el riTexto
Masoreticoo y la métrica. En este mismo sentido, Cross y Freedman han propuesto
que en el poema de Éxodo 15 se utilizan formas verbales antiguas (formas
yaqtul) para describir el tiempo narrativo pasado. Estas formas no aparecen ni
en la poesía posterior ni en los pasajes narrativos del AT. Sí aparecen en
abundancia, no obstante, en las cartas de Amarna del siglo XIV procedentes de
Palestina (Rainey, 222–27, passim). Así pues, aquí nos encontramos con una
característica morfológica que implica una fecha dentro del II milenio a.C.
para una parte de la poesía del Pentateuco.
Esto suscita una pregunta
afín: ¿Existe algún tipo de evidencia lingüística incrustada en las narraciones
en prosa del Pentateuco que pudiera sugerir una fecha más temprana para esta
literatura? El material más útil se encuentra en los nombres propios. Estos no
serían actualizados o alterados, sino que se preservarían con su forma
original, llegando algunas veces al punto de que la posteridad dejaría de
comprender algunos aspectos de lo que había detrás de esos nombres. No todos
los nombres propios son relevantes, naturalmente, ya que hay muchos nombres
propios, topónimos y gentilicios que aparecen en muchos o en todos los períodos
en los que los especialistas suponen que podría haberse escrito el Pentateuco.
Aun así, se pueden señalar ciertas evidencias que parecen indicar una fecha más
temprana para el Pentateuco.
Podemos aportar dos
ejemplos de topónimos. Primero, se hace referencia a Sinar, mencionada por
primera vez en Génesis 10:10; 11:2; 14:1, 9. Aunque especialistas anteriores
identificaron este nombre de lugar con Sumer, Zadok ha relacionado Sinar con un
nombre para Babilonia y sus gobernadores extranjeros utilizados por los hititas
y otros en la edad del Bronce Reciente (1550–1200 a.C.), esto es, Shanhar. Si
la correlación es correcta, entonces apoya un origen para este nombre y los
textos relacionados con él en el II milenio a.C., puesto que el nombre no
aparece más tarde en el registro cuneiforme. Sin embargo, Sinar también aparece
en Josué 7:21; Isaías 11:11; Daniel 1:2; y Zacarías 5:11. Excepto por la
referencia en Josué, estas deben provenir de un período posterior.
Un segundo topónimo
procede del extremo opuesto del Creciente Fértil, Ramesés, en Egipto. Esta es
una de las ciudades almacén que construyeron los israelitas según Éxodo 1:11
(heb. Raamses). Éxodo 4–14 describe acontecimientos que tienen lugar en la
capital del faraón, el lugar de residencia de los israelitas y donde está lo
mejor del ejército de Faraón, y todo ello en las inmediaciones los unos de los
otros. De c. 1300 a c. 1100 a.C. Pi-Ramsés (o Piramesse) era una capital
egipcia en el delta oriental donde los esclavos apiru trabajaban
construyéndola. Tras este período ya no volvió a ser una ciudad importante y
dejó de ser la capital (Hoffmeier, 116–18). Por lo tanto, el uso del topónimo
Ramsés conecta este lugar con la última parte del II milenio a.C., pero no más
tarde.
Además de los topónimos,
los nombres propios juegan un papel importante a la hora de identificar las
influencias lingüísticas y culturales que pueda haber detrás de las personas y
la literatura del Pentateuco. Si bien algunos nombres aparecen en diferentes
períodos, otros se limitan a determinadas épocas y lugares. Un nombre por sí
solo puede que no pruebe mucho, pero las pruebas acumuladas de muchos nombres
propios pueden indicar un origen común para los nombres y los textos en los que
se encuentran. Así, los nombres propios de Génesis 1–11 concuerdan mejor con el
período más temprano de los bien atestiguados semíticos occidentales, la lengua
o lenguas amorritas, y los nombres propios y topónimos (en el caso de la
genealogía de Sem) hallados al norte de Siria (Hess 1993). Adán, Matusalén,
Metusael y Jabal son nombres que contienen raíces semíticas occidentales que
aparecen en nombres propios de principios del II milenio a.C. y gradualmente
van desapareciendo hacia finales del mismo milenio. Nombres de la genealogía de
Sem, tales como Taré, Nacor, Serug y Harán, es mejor identificarlos como
topónimos localizados en Harán y sus alrededores, al norte de Siria.
Génesis 14:1, 9 menciona
a un rey Tidal, al que se ha identificado con Tudhaliyas, un nombre real de la
dinastía hitita que floreció en el II milenio a.C. y desapareció poco después
de 1200. El nombre no se volvió a utilizar.
Varios de los patriarcas
preservan un estilo de nombre propio característico, aquellos que están
formados por un elemento verbal que empieza con el prefijo yōd en hebreo
(Kitchen, 57, 90, 92). Entre los ejemplos se encuentran Isaac y Jacob (una
forma del cual está reflejada en el nombre hicso Ya‘qub‘al). Este estilo de
nombre propio es más frecuente en los nombres amorritas de Mari y en otros
lugares de principios del II milenio a.C. Se hace más raro a medida que pasamos
a la edad del Bronce Reciente y es muy poco común en la edad del Hierro.
Además, varios nombres de
la época del éxodo son nombres egipcios o contienen elementos egipcios hallados
en nombres del siglo XIII a.C. Entre ellos se encuentran Moisés, Finees, Ofni,
Sifra y Fúa (Yurco, 46–47). Se encuentren con mucha menor frecuencia más tarde
en el II milenio y raramente en los períodos siguientes.
También habría que
mencionar la posible presencia de nombres y elementos de nombres hurritas entre
los nombres propios del Pentateuco. Génesis 1–11 contiene dos ejemplos. El
primero aparece en el linaje de Caín: Tubal-caín, mencionado en Génesis 4:22
como forjador de toda clase de herramientas de bronce y hierro. Aunque es
posible que la parte “Tubal” del nombre tenga relación con una raíz semítica
que se encuentra en los nombres Jabal y Jubal, también descendientes de Caín,
ahora es más probable que se trate de una especie de glosa hurrita. Esto se
debe a que el término hurrita tubališ significa “herrero” (Hess 1993, 52–53,
127).
Un segundo ejemplo de un
posible nombre hurrita lo encontramos en el nombre de Noé. Aunque en Génesis
5:29 se relaciona mediante un juego de palabras con el verbo hebreo nāḥam
(“alivio, confort”), también se parece mucho a la primera parte del nombre de
un personaje que ha sido identificado en la historia hurrita del diluvio (Hess
1993, 29).
Sin embargo, los hombres
hurritas no se limitan a los relatos más antiguos de Génesis. También aparecen
entre los nombres propios de los hijos de Anac que se mencionan entre los
temibles cananeos que residen en la región de Hebrón (Nm 13:22, 28, 33; Dt 9:2;
Jos 15:13– 14; 21:11; Jue 1:20; Hess 1996, 210–13). En Números 13:22 se les
llama Ahimán, Sesai y Talmai. Ahimán probablemente sea un nombre semítico
occidental relacionado con nombres de Ugarit como a-hi-mana y a-hi-ma-nu. El nombre
no es especialmente relevante para establecer una fecha, ya que aparece en
diversas épocas, incluido el período persa (1 Cr 9:17). Ahora bien, Sesai y
Talmai no son habituales. No son semíticos occidentales y no aparecen más tarde
del siglo X a.C. en o fuera de la Biblia. Sesai aparece como še-ša-a-a en la
principal fuente hurrita de nombres propios, Nuzi, el yacimiento del II milenio
a.C. En Ugarit se escribe en textos alfabéticos como ššy. Talmai es posible que
también sea un nombre hurrita. Aparece en Nuzi con las formas tal-mu-ia y
tá-al-mu. En Ugarit aparece como tlmyn, y en la Alalakh de la edad del Bronce
Reciente nos encontramos muchas veces con tal-ma y tal-mi-ia. El nombre se
encuentra también en el siglo X como rey de Gesur y suegro de David (2 Sm 3:3;
13:37; 1 Cr 3:2).
Tal como se ha
argumentado en otro lugar (Hess 1996), la aparición de nombres hurritas es
significativa. Fuera de la Biblia, estos nombres se encuentran en textos del II
milenio a.C., pero no del I milenio. En la Biblia ocurre lo mismo. Los
testimonios de nombres hurritas mengua y desaparece después del siglo X a.C.
Por lo tanto, pese a la
ausencia de rasgos gramaticales claros que pudieran distinguir la mayor parte
del idioma del Pentateuco del resto de la Biblia Hebrea, los nombres propios (y
en menor medida los topónimos) ofrecen indicios que se pueden correlacionar
mejor con el II milenio a.C. No está claro de qué otra manera podría explicarse
la presencia de estos nombres. Además, su presencia no sólo da testimonio de su
antigüedad, sino que también se corresponde estrechamente en lugar y tiempo con
lo que las narraciones circundantes pretenden describir. Así, el contexto
egipcio del éxodo aporta nombres egipcios de la edad del Bronce Reciente. Las
generaciones inmediatamente anterior y posterior a Abraham arrojan nombres
relacionados con el norte de Siria de principios del II milenio a.C. Las
tradiciones bíblicas acerca de los anaceos se corresponden con la influencia de
la onomástica hurrita sobre el Canaán de la edad del Bronce Reciente. Es
difícil que se trate de una coincidencia o del producto del duro trabajo de un
escriba judío postexílico que quisiera añadir una lista de nombres antiguos a
una historia recién inventada. Además, no sólo son nombres propios de personajes
destacados, como Moisés. En muchos casos a quienes tienen estos nombres
solamente se les menciona una o dos veces en la Biblia, y desempeñan un papel
terciario en los relatos. Por consiguiente, es improbable que estos nombres se
hubieran preservado fuera de las narraciones en las que aparecen actualmente
(Hess 1997). La coincidencia entre los nombres propios y los períodos que
pretenden describir los relatos en los que aparecen da crédito a la antigüedad
de las narraciones en sí.
Finalmente, habría que
decir algo sobre los elementos teofóricos en la construcción de los nombres
propios en la Biblia Hebrea y, en particular, en el Pentateuco. A menudo los
nombres semíticos occidentales están compuestos por elementos entre los que se
incluye un nombre divino. En algunas ocasiones estos nombres se abrevian
omitiendo el nombre divino y reemplazándolo con un sufijo hipocorístico como
-y. En los nombres propios hebreos el sufijo -yh podía parecer una forma
abreviada del nombre divino, yhwh. De hecho, este sufijo y variantes como -yhw
o -yw, se convirtieron en indicadores característicos de los nombres propios
israelitas en el I milenio a.C. Estaban compuestos con el nombre divino de la
deidad de Israel. Se ha observado que estas formas aparecen frecuentemente en la
onomástica israelita del I milenio a.C., tanto dentro como fuera de la Biblia.
Sin embargo, en el II milenio a.C. no se los encuentra pegados a nombres fuera
de la Bible, con la posible excepción del prefijo en el nombre ywḥnn que se
descubrió en una punta de flecha que data del siglo XI a.C. (si Cross lo ha
leído correctamente; véase Cross y la cita que aparece allí de las
publicaciones originales). Esta parquedad de la evidencia se corresponde con
los nombres propios encontrados en el Pentateuco. Andersen (50; véase también
de Moor) observa que en el Pentateuco no aparecen nombres propios con el sufijo
-yhw y posiblemente uno solo con el sufijo -yh (Gn 36:24). Contrástese esto con
1 y 2 Reyes, donde hay 239 casos de nombres propios con el sufijo -yhw y 82 con
el sufijo -yh (1 y 2 Crónicas tiene 269 y 219, respectivamente). Las pruebas
sugieren que la presencia de sufijos yahvistas en nombres propios distingue a
esas narraciones que encontramos por todo el Pentateuco de las narraciones
bíblicas posteriores. Una vez más, existe acuerdo con las pruebas onomásticas
procedentes del mundo extrabíblico.
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