Cristología -02- Jesús: El Verbo encarnado



     
Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad. (Juan 1:14)

Y aquel Verbo fue hecho carne, (Véanse también 1 Juan 4:2; Romanos 1:3; 8:3; 2 Corintios 8:9; Gálatas 4:4; Filipenses 2:5–11; 1 Timoteo 3:16; y Hebreos 2:14. El verbo se hizo tiene aquí un significado muy especial. No es “se hizo” en el sentido de cesar de ser lo que era antes. Cuando la mujer de Lot se convirtió en (se hizo) pilar de sal, dejó de ser la mujer de Lot. Pero cuando Lot se hizo padre de Moab y Ammón, siguió siendo Lot. Así también aquí: el Verbo se hizo carne pero sigue siendo el Verbo, Dios mismo. La segunda persona de la Trinidad asume la naturaleza humana sin dejar la divina. Juan insiste en todo momento—contradiciendo a los herejes que las naturalezas divina y humana de Cristo se unieron completamente sin llegar a fundirse. Por todo este Evangelio se enseña que, la naturaleza humana de Jesús es verdadera (4:6, 7; 6:53; 8:40; 11:33, 35; 12:27; 13:21; 19:28). La relación de las dos naturalezas entre sí siempre será un misterio muy por encima de nuestra comprensión; pero seguramente nunca se encontrará una fórmula más adecuada que la que se halla en el Credo de Calcedonia: 

“Nosotros, pues, siguiendo a los santos Padres, todos de común acuerdo, enseñamos a los hombres a confesar al sólo y único Hijo, nuestro Señor Jesucristo, el mismo perfecto en divinidad y perfecto en humanidad … a ser reconocido en dos naturalezas inconfundibles, inmutables, indivisibles, inseparables (ἀσυγχύτως, ἀτρέπτως, ἀδιαιρέτως, ἀχωρίστως); sin que tal unión elimine en modo alguno la distinción entre las naturalezas, antes bien preservando la propiedad de cada naturaleza, y concurriendo en una Persona y una subsistencia, no partida o dividida en dos personas, sino uno y el mismo Hijo unigénito, Dios el Verbo, el Señor Jesucristo; como los profetas desde el principio han declarado acerca de él, y el mismo Señor Jesucristo nos ha enseñado, y el Credo de los santos padres nos ha transmitido”. 

El vocablo carne (σάρξ) tiene varios significados en el Nuevo Testamento. En nuestro pasaje se refiere a la naturaleza humana, considerada no necesariamente como pecaminosa (8:46), aunque sí por un tiempo bajo la maldición debida al pecado que descansa sobre ella, de manera que hasta que el rescate se hubiera pagado ella está sujeta al cansancio, el dolor, la miseria y la muerte (4:6, 7; 11:33, 35; 12:27; 13:21; 19:30). Fue esta clase de carne la que el Verbo asumió en su amor incomprensible y condescendiente.

El versículo 14 es la declaración bíblica más concisa de la encarnación y, por lo tanto, es uno de los versículos más importantes de las Escrituras. Las cinco palabras con las que comienza—aquel Verbo fue hecho carne—expresan el hecho real de que Dios asumió la humanidad en la encarnación, lo infinito se hizo finito, la eternidad entró en el tiempo, lo invisible se hizo visible (cp. Colosenses 1:15), el Creador entró en su creación. Dios se reveló al hombre en la creación (Romanos 1:18-21), en las Escrituras del Antiguo Testamento (2 Timoteo 3:16; 2 Pedro 1:20-21) y, más importante y supremo, en Jesucristo (Hebreos 1:1-2). En el Nuevo Testamento está el registro de su vida; su obra y las aplicaciones e importancia que ello conlleva para el pasado, el presente y el futuro. Aquí Juan declaró claramente lo que quería decir al comienzo del prólogo: Jesucristo, el Verbo final de Dios para la humanidad (Hebreos 1:1-2), fue hecho carne. Sarx (carne) no tiene aquí la connotación moral negativa que a veces conlleva (p. ej., Romanos 8:3-9; 13:14; Gálatas 5:13, 16-17, 19; Efesios 2:3); más bien, se refiere al ser físico del hombre (cp. Mateo 16:17; Romanos 1:3; 1 Corintios 1:26; 2 Corintios 5:16; Gálatas 1:16; Efesios 5:29; Filipenses 1:22). El hecho de que Él en verdad se hiciera carne afirma la completa humanidad de Jesús.

Ginomai (fue hecho) no quiere decir que Cristo dejó de ser el Verbo eterno cuando se hizo hombre. Aunque Dios es inmutable, “ser” eterno puro, no “llegar a ser” como lo son todas sus criaturas, el Dios que no cambia (Hebreos 13:8) se hizo completamente hombre en la encarnación, pero aun así siguió siendo completamente Dios. Entró en el reino de las criaturas que están en el tiempo y el espacio y experimentó la vida como es para aquellos a quienes creó. En palabras de Cirilo de Alejandría, padre
de la Iglesia del siglo V:

No… aseveramos que hubo algún cambio en la naturaleza del Verbo cuando este se hizo humano, ni que fue transformado en un hombre completo, que consiste en alma y cuerpo; pero decimos que el Verbo, de cierta manera indescriptible e inconcebible, unió personalmente… para sí carne animada con un alma razonable, y luego se hizo hombre y se le llamó el Hijo del hombre… Las naturalezas que se juntaron para formar una unidad verdadera eran diferentes; pero de estas dos hay un Cristo y un Hijo. No queremos decir que la diferencia de las naturalezas se anuló con motivo de esta unión; más bien que la Deidad y Humanidad, por su concurrencia inexplicable e inexpresable en la unidad, han producido para nosotros al único Señor e Hijo Jesucristo (citado en Henry Bettenson, ed.,Documents of Christian Church [Documentos de la iglesia cristiana] [Londres: Oxford University, 1967], p. 47).

Pablo escribió de la encarnación:

E indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad:
Dios fue manifestado en carne,
justificado en el Espíritu,
visto de los ángeles,
predicado a los gentiles,
creído en el mundo,
recibido arriba en gloria (1 Ti. 3:16).

La encarnación es el centro de la fe cristiana, y uno de los puntos que la distingue de otras religiones monoteístas. Desde fecha muy temprana los cristianos estaban convencidos de la presencia especial de Dios en Jesús. Pablo se refiere a él como el "Señor", el término que se utilizaba en la Septuaginta, la versión griega de la Biblia Hebrea que Pablo cita en sus cartas, para referirse a Dios. Mateo le hace hablar en un monte, donde establece los principios de conducta de sus seguidores, de igual manera en que Dios le habló a Moisés y a los hijos de Israel en el Monte Sinaí. Juan nos le muestra reclamando para sí una unidad única con el Padre. A principios del siglo segundo, Ignacio de Antioquía se refiere a la pasión de Cristo como "los sufrimientos de mi Dios". Luego, aunque hubo debates acerca del sentido y modo de la encarnación que continuarían hasta el día de hoy, la presencia única de Dios en Cristo era cuestión generalmente aceptada desde los primerísimos tiempos. 

Por otra parte, lo que no estaba claro era el modo preciso en que esa presencia debía describirse. A un extremo del espectro teológico había quienes creían que Jesús era un profeta único, pero con todo y eso no más que un ser humano a quien Dios había inspirado como inspiró antes a los profetas, o a quien Dios había adoptado como hijo en algún momento durante su vida—según algunos, en el bautismo, cuando Dios le declaró su hijo bienamado ( •Ebionismo; •Adopcionismo). Al otro extremo del espectro, había quienes decían que jesús no era verdaderamente humano, sino que en realidad era un ser celestial que aparentaba tener cuerpo (--Docetismo; •Gnosticismo; -•Marcionismo). Ambos extremos fueron pronto rechazados por la mayoría de la iglesia. De los dos, fue el segundo el que siempre pareció tener más atractivo para algunos creyentes, y que por lo tanto fue una amenaza para el cristianismo ortodoxo por más tiempo. Entre estos dos extremos, había toda una variedad de opiniones en cuanto a la presencia de Dios en Jesucristo, todas ellas concordando en que Jesús es divino y humano, pero difiriendo en cuanto a cómo interpretar o referirse a ese hecho. En el Occidente, Tertuliano utilizó lenguaje legal para aclarar que en Jesús hay "dos sustancias", la divina y la humana, en una persona. Al parecer en este contexto entendía los términos "substancia" y "persona" como los entendía la ley romana. En esa ley, la substancia es la propiedad u oficio que determina el carácter o status de un individuo, y la persona es quien tiene tal propiedad u oficio. Aunque los escritos de Tertuliano sobre este tema no fueron generalmente empleados en el curso de las controversias durante los próximos dos siglos, es interesante notar que a la postre la ortodoxia cristiana se definió en términos semejantes a los de Tertuliano, afirmando que hay dos "naturalezas", la divina y la humana, en una persona. 

En el Oriente de habla griega, había dos escuelas de pensamiento. Una de ellas, la escuela --alejandrina, tendía a subrayar la unidad entre lo divino y lo humano, a veces a tal punto que parecía que la humanidad de Jesús quedaba absorbida o eclipsada por la divinidad. La otra, la tendencia -antioqueña, tomaba el camino opuesto, insistiendo en la necesidad de afirmar la plena humanidad de Jesús, aunque esto requiriese limitar su divinidad, o limitar la unión entre ambas naturalezas, para asegurarse de que la divinidad no eclipsara la plena humanidad de Jesús. Los historiadores frecuentemente se refieren a la primera de estas tendencias como una -cristología "unitiva", y a la segunda como "disyuntiva". 

La cristología unitiva de los alejandrinos encontró temprana expresión en lo que los historiadores llaman la cristología del "logos-sarx" (es decir, logos-carne), que afirma que lo que Dios asumió en Jesús, más bien que un ser humano completo, fue el cuerpo o carne humana. Tal fue la postura de los --apolinaristas, quienes sostenían que en Jesús el •Logos o Palabra de Dios tomó un cuerpo humano, de tal modo que en Jesús no hay "alma racional" humana, puesto que el lugar de tal alma lo ocupa el Logos. Esta postura pronto fue declarada inaceptable, porque negaba la plena humanidad de Jesús. 

La teología disyuntiva de los antioqueños vino a ser el centro del debate cuando Nestorio (-"Nestorianismo) propuso referirse a Jesús como "dos naturalezas" en "dos personas", y ambas unidas en lo que él llamaba "una unión moral", de tal modo que fuese posible hablar de algunas cosas que Jesús hizo como humano, y otras que hizo como Dios. Así, por ejemplo, Jesús nació de María, pero Dios no. Es por esto que el término *Theotokos se volvió el centro de la controversia. La posición de Nestorio fue rechazada por la iglesia en el Concilio de Éfeso en el 431. 

Frente a Nestorio, Cirilo de Alejandría (murió 444) insistía en la necedad de entender la unión de tal manera que todo lo que se diga de Jesús se diga tanto de su humanidad como de su divinidad, puesto que el sujeto de toda predicación no es la divinidad ni la humanidad, sino la persona única de Dios encarnado (-»communicatio idiomatum). Por ello Cirilo hablaba acerca de ua "unión hipostática", con lo cual quería decir que en Jesús las dos naturalezas, divina y humana, existen en una sola -"hipóstasis, una persona, la Segunda Persona de la -"Trinidad. Otros teólogos de la escuela alejandrina iban más lejos,  declarando que una vez que la unión tiene lugar ya no es posible hablar de una naturaleza humana en Cristo, sino sólo de la naturaleza divina que ha absorbido a la humanidad. Los tales recibieron el nombre de ^monofisitas, es decir, sostenedores de una naturaleza, y sus enseñanzas también fueron rechazadas por la iglesia, esta vez en el Concilio de Calcedonia, que en el año 451 declaró que en Cristo hay dos naturalezas en una sola persona o hipóstasis. 

Como resultado de estas controversias surgieron las primeras divisiones permanentes en la iglesia cristiana, de tal modo que hasta el día de hoy hay algunos cristianos, principalmente en los antiguos territorios del antiguo Imperio Persa, que se declaran seguidores de las doctrinas de Nestorio, y otros, en Egipto, Etiopía, Siria y hasta la India quienes se dicen "monofisitas"—aunque muchos sostienen que la diferencia se ha vuelto puramente verbal y tradicional. Aún entonces, la controversia no terminó. Frecuentemente complicada por consideraciones de índole política, continuó en torno a nuevas formulaciones tales como el -rnonergismo y el -"monoteletismo. De hecho, a través de toda la historia los teólogos que aceptan las decisiones de Calcedonia tienden a diferir inclinándose en una dirección u otra. Así se ha dicho, por ejemplo, que al tiempo que Lutero se inclina más hacia una cristología unitiva, Calvino tiende hacia una teología disyuntiva. 

En tiempos más recientes, el ^liberalismo resucitó la idea de que Jesús fue un maestro excepcional, hombre santo, o profeta, pero no Dios encarnado. Aunque tal opinión acerca de Jesús se ha vuelto común en la sociedad secular, vale la pena tomar en cuenta el comentario de Bonhoeffer (1906-45) en el sentido de que tales opiniones, aun cuando parezcan más razonables que la doctrina tradicional de la encarnación, en realidad hacen de Jesús una especie de fenómeno sobrehumano, y por lo tanto no son más creíbles que el viejo docetismo. 

Las diversas opiniones acerca del modo de la encarnación se relacionan estrechamente con diversas opiniones acerca de su propósito. Por lo común, todos afirman que el propósito de la encarnación fue nuestra salvación; pero aun respecto a esto hay diversas opiniones (-•Expiación). En el Occidente, la interpretación más común de la expiación es que Jesús vino a pagar por los pecados humanos en la cruz. En su ensayo clásico sobre este tema, Anselmo de Canterbury (1033-1109) sostiene que esto requiere que Jesús sea humano, puesto que era la humanidad quien había pecado, y que sea divino, puesto que lo que se requiere es un pago infinito. Estas opiniones ven menos importancia salvífica en la encarnación misma, que queda casi reducida a un modo de llegar a la cruz. Si, por otra parte, lo que los humanos necesitan no es alguien que pague por su pecado, sino alguien que les muestre el camino hacia Dios, entonces la humanidad de Jesús se vuelve un mero instrumento mediante el cual la divinidad nos habla, y esto es perfectamente compatible con la cristología de tipo alejandrino. Si el propósito de la intervención es abrir el camino para que los cristianos puedan unirse a Dios (Teopoiesis), alzar a la humanidad a la comunión con Dios, entonces resulta de suprema importancia que Jesús sea plenamente humano, como insistían los antioqueños, y la encarnación misma se vuelve un acto redentor del cual la cruz es sólo un aspecto. 

Lo que es más, a través de los siglos ha habido algunos teólogos (entre ellos Ireneo en el siglo segundo, Alejandro de Hales en el trece, y Teilhard de Chardin en el veinte) que han visto la encarnación, no principalmente como la respuesta y solución de Dios al pecado humano, sino como el propósito mismo de Dios al crear la humanidad. En tal caso la cristología no comienza, como lo hace la mayor parte de la cristología tradicional, con el contraste o distancia entre la humanidad y la divinidad, sino con la compatibilidad entre ambas.

  • Bibliografía
Comentario Macarthur al nuevo testamento - Juan
Comentario al nuevo testamento William Hendricksen - Juan
Diccionario teológico Justo González 
•Comentario exegético al texto griego del nuevo testamento Samuel Pérez Millos - Juan

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