Teología de la era Monarquica | Serie Teologia Biblica con Feliberto Vasquez Rodriguez
TEOLOGÍA DE LA ERA MONÁRQUICA
Mediante la promesa
original a Abraham, Dios prometió bendecir al patriarca con una posteridad
innumerable. Dios prometió darle a Abraham un gran nombre y hacer de él una
bendición a través de su posteridad. En el pacto davídico de 2 S. 7:12-16 se
amplía la promesa de Génesis 12:2 concerniente a tales descendientes. Dios le
prometió a David un hijo —Salomón— que establecería el trono; más aún, el
linaje de David se perpetuaría hasta que al final resultara en el reinado del
Mesías, quien tendría un reino político, un gobierno terrenal que duraría para
siempre.
PACTO DAVÍDICO
El concepto del reino
alcanza su cénit en el pacto davídico, con su predicción del reino milenario
futuro del más grande de los hijos de David, el Mesías.
Naturaleza del pacto
En 2 Samuel 7, Dios le
prometió a David lo siguiente: “(1) David iba a tener un hijo que lo sucedería
y establecería su reino; ese hijo aún no había nacido. (2) Este hijo (Salomón),
y no David, debía construir el templo. (3) El trono de su reino se establecería
para siempre. (4) A su hijo no se le quitaría el trono aun cuando sus pecados
justificaran el castigo. (5) La casa, el trono y el reino de David se
establecerían para siempre”.[1]
Salomón, el hijo de
David, se establecería en el trono de Israel, y Dios prometió que las
bendiciones del pacto davídico continuarían a través de Salomón. La esencia del
pacto davídico se da en 2 Samuel 7:16 y contiene cuatro elementos importantes.
(1) La casa. Se refiere a la dinastía real de David; Dios le prometió a David
una posteridad continua que sería el linaje real de David. Tal promesa verificó
que el linaje de David no se destruiría, sino que resultaría en el Mesías que
reinaría sobre la tierra. (2) El reino. La palabra reino tiene que ver con un
pueblo y un dominio sobre el cual el rey gobernará; es la esfera de señorío del
rey. Es un reino político. (3) El trono. El trono sugiere la autoridad y el
poder del rey en su gobierno. (4) Para siempre. Esta expresión enfatiza que a
la familia de David no se le quitará nunca su derecho a gobernar; más aún, la
posteridad de David no cesará de gobernar a la casa de Israel.
Cumplimiento del pacto
Cuando se examina el
cumplimiento inicial de las promesas hechas a David se puede entender la
naturaleza del cumplimiento final del pacto. El trono de Salomón era un trono
político y literal, así que el cumplimiento final a través del Mesías también
será literal y político (así como espiritual). Dios le reitera a David el
cumplimiento futuro del pacto davídico en el Salmo 89. Dios le juró a David que
su linaje continuaría para siempre y que David tendría un descendiente que
gobernaría sobre los reyes de la tierra (Sal. 89:3-4, 27-29, 33-37).
Hay otros salmos que
anticipan el establecimiento del reinado mesiánico. El Salmo 110, conocido como
“el salmo puramente mesiánico”, anticipa que el Mesías subyugará ante Él a las
naciones de la tierra, su juicio a los reyes de la tierra (110:5-6) y el
señorío subsiguiente (110:2). Refleja la conquista de los enemigos (110:1). El
Salmo 2 tiene un énfasis semejante. A pesar de la rebelión de las naciones
incrédulas, Yahvéh instala al Mesías en Sion, el monte santo de Jerusalén,
desde donde gobernará la tierra.
Los profetas del Antiguo
Testamento también esperaban un cumplimiento literal del pacto davídico a
través del Mesías. Reiteraron las promesas del cumplimiento futuro en medio del
pecado y la apostasía de Israel (y sugirieron así la naturaleza incondicional
del pacto).[2]
Isaías profetizó sobre el Hijo que sería dado y que gobernaría desde el trono
de David (Is. 9:6-7), habló sobre el reinado justo del Mesías (Is. 11:4-5).
Jeremías vio un tiempo de paz en el que el “Renuevo de justicia” haría “juicio
y justicia en la tierra” (Jer. 33:15). Jeremías prometió la continuación de la
línea davídica que le permitiría al Mesías, descendiente de David, cumplir la
promesa (Jer. 33:15-17, cp. también 23:5-6; 30:8-9). Ezequiel también anticipó
el cumplimiento del pacto davídico: en él, David (un título del Mesías),
regiría sobre el pueblo (Ez. 37:24-28). Es importante notar que Ezequiel le
profetizó a una nación que había apostatado continuamente y que estaba cautiva
en Babilonia por sus pecados. Oseas también reafirmó el pacto (Os. 3:4-5), al
igual que Amós (Am. 9:11) y Zacarías (Zac. 14:4, 9).
“De este modo, el Antiguo
Testamento proclama un reino que sería establecido en la tierra por el Mesías,
el Hijo de David, como heredero del pacto davídico. Los judíos esperaban ese
reino porque tomaban literalmente las palabras de Dios, que repetida y
fuertemente confirmaban las esperanzas y promesas del pacto con David”.[3]
RESUMEN
Aunque hasta este punto el Antiguo Testamento ha enfatizado considerablemente la alienación del hombre respecto a Dios debido al pecado, la era monárquica ha revelado que Dios actuará al final para liberar al hombre de su subordinación al pecado. Lo hará a través del Mesías, un descendiente de David. Al final Dios le dará al Mesías el reino político y espiritual sobre Israel y sobre las naciones, a las que el Mesías gobernará con justicia.
[1] John F. Walvoord, The Millenial
Kingdom (Grand Rapids: Zondervan, 1959), p. 195 y Walter C. Kaiser Jr., Toward
an Old Testament Theology [Hacia una teología del Antiguo Testamento] (Grand
Rapids: Zondervan, 1978), pp. 143-164 (una explicación de la promesa en 2 S.
7). Publicado en español por Vida.
[2] Walvoord, The Millenial Kingdom,
pp. 196-197 y Charles C. Ryrie, The Basis of Premillenial Faith [Las bases de
la fe premilenial] (Neptune: Loizeaux, 1953), p. 80. Publicado en español por
Portavoz.
[3] Ryrie, , The Basis of Premillenial
Faith [Las bases de la fe premilenial], pp. 88-89.
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