Historicismo e historiografía l Evangelios análisis crítico con Feliberto Vásquez Rodríguez
«Historicismo» se refiere
a cualquiera de una serie de enfoques para asignarle importancia al pasado.
«Historiografía» hace referencia a la escritura de la historia o, más
concretamente, la representación narrativa del pasado. En la era moderna pocos
temas han sido más fundamentales para el estudio crítico de los Evangelios que
su naturaleza histórica. Esto se debe sobre todo a tres consideraciones
interrelacionadas. En primer lugar, los lectores han asumido durante mucho
tiempo que, en algún sentido significativo, los Evangelios tienen «una
intención histórica», que el modo de discurso que se encuentra en los
Evangelios es coherente con lo que esperamos de narraciones antiguas que
relatan acontecimientos y personas reales. En segundo lugar, los estudios bíblicos
desde finales del siglo XVIII, han tendido a separar la teología de la
historia, dando prioridad a lo histórico sobre lo teológico. Esto se debe, en
tercer lugar, a que los biblistas y teólogos gravitaron hacia la opinión de que
las afirmaciones teológicas comprenden una superestructura que requiere una
sólida base histórica. Como resultado de ello, hasta hace poco los
especialistas bíblicos en general se han considerado a sí mismos, ante todo,
como historiadores y a su trabajo como la búsqueda de lo que realmente ocurrió.
De este modo, los Evangelios han sido interpretados como ventanas que dan a un
pasado autoritativo y no como testigos autoritativos de los hechos portentosos
de Dios en Cristo Jesús. En décadas recientes la investigación histórica se ha
convertido en una actividad más compleja debido a los intentos por aclarar la
tarea y las innovaciones tanto en la filosofía de la historia como en el método
histórico.
1. ¿Qué se entiende por «Historia»?
No siempre está claro a
qué se refieren los eruditos cuando hablan de «estudio histórico». En
castellano, el propio término historia puede resultar confuso porque se puede referir
al «pasado», al «estudio del pasado» y a «la representación del pasado». El
trabajo de la filosofía de la historia en las últimas tres o cuatro décadas ha
ayudado a aclarar las relaciones existentes entre estos usos. Por otra parte,
en los estudios bíblicos el «estudio crítico» se califica a menudo simplemente
como «estudio histórico» (singular), a pesar del hecho de que los eruditos en
realidad practican una variedad de críticas históricas (plural). Una tipología
para dar sentido a las diversas maneras en que los Evangelios son estudiados
históricamente postula tres enfoques generales:[1] (1) La investigación
histórica es la reconstrucción de los hechos del pasado con vistas a narrar la
historia del mismo; en la disciplina de la historia, esta es la labor
característica del historiador. (2) La investigación histórica es el análisis
de las tradiciones evangélicas, a veces llamadas «tradiciones sobre Jesús», con
el objeto de explicar los procesos a través de los cuales determinados
acontecimientos de la vida de Jesús han llegado a ser recogidos en los
Evangelios. Esto incluye una serie de enfoques críticos, incluidos la crítica
de la tradición, la crítica de las formas, la crítica de fuentes y la crítica
de la redacción. (3) La investigación histórica es el examen de las situaciones
históricas de las que los Evangelios dan testimonio, y dentro de las cuales se
generaron, incluyendo especialmente las instituciones sociohistóricas y
convenciones socioculturales que se dan por sentadas. Este artículo se refiere
a «la crítica histórica» entendida en el primer sentido, como identificación de
qué fue lo que sucedió en el pasado, y que luego sirve para volver a contar la
historia de Jesús.
Entendida en este sentido
más restringido, las cuestiones históricas acerca de Jesús y los Evangelios se
plantean por la naturaleza de la propia evidencia. Que el NT incluya cuatro
historias de Jesús que difieren en cuanto a detalles y, especialmente en el
caso del Evangelio de Juan, en la estructura narrativa general hace que se
planteen cuestiones históricas. Por ejemplo, Clemente de Alejandría (ca.
150–220 A. D.) pensaba que Mateo, Marcos y Lucas relataban los hechos
«físicos», mientras que Juan había escrito un «Evangelio espiritual».[2] Al reflexionar sobre las
diferencias entre el Evangelio de Juan y los sinópticos, Orígenes escribió a
mediados del siglo III: «No concibo que sea posible para los que no admiten
nada más que la historia en su interpretación demostrar que estas declaraciones
discrepantes están en armonía unas con otras».[3] Por ejemplo, los
descubrimientos de textos antiguos a mediados del siglo XX, especialmente en
Nag Hammadi y Qumrán, suscitaron preguntas sobre la forma en que los Evangelios
retrataban a «los judíos» de la época de Jesús, y más en general acerca
de las fuentes apropiadas para el estudio histórico de Jesús y sus primeros
discípulos. El estudio de otros textos, como las obras de Josefo, también ha
planteado preguntas en relación con la veracidad histórica de los Evangelios
del Nuevo Testamento, igual que lo han hecho las suposiciones acerca de lo que
Jesús debió de haber dicho o hecho, o de lo que seguramente no pudo haber
hecho.
Las interpretaciones
modernas sobre la naturaleza de la «historia» se basan en gran medida en
los principios de E. Troeltsch (1865– 1923), reformuladas por V. Harvey
(1926-). De acuerdo con el pensamiento moderno, el anacronismo es el pecado
imperdonable[4],
con lo que textos bíblicos como los Evangelios deben ser leídos de acuerdo con
los supuestos y protocolos históricocríticos. Esto significa que los lectores
de los Evangelios deben operar (1) de forma autónoma, esto es, sin la
influencia de la tradición, la teología confesional, la iglesia o las propias
creencias; (2) analógicamente, es decir, evaluando lo que es plausible en el
mundo antiguo por analogía con lo que sabemos que sucede hoy en día, ya que ni
las leyes de la naturaleza ni las capacidades humanas básicas han cambiado con
el tiempo; (3) de forma crítica, o sea, abierta a la permanente revisión a la
luz de estudios posteriores; (4) correlacionalmente, es decir, tratando de explicar
los acontecimientos naturales en el mundo en términos de sus causas naturales.[5] Detrás de este enfoque
sobre la investigación histórica, y perpetuándola, se encuentran ciertas
suposiciones fundamentales acerca de la naturaleza de la historia: (1) La «historia»
ha existido como objeto o secuencia de objetos fuera de los propios
procesos de pensamiento del historiador. (2) El historiador puede conocer y
describir este objeto o secuencia de objetos como si existieran de forma
objetiva. (3) Los historiadores pueden eliminar sus propios intereses, ya sean
teológicos, filosóficos, políticos o sociales, al dedicarse a la tarea de hacer
historia. (4) Los hechos históricos son descubiertos en un pasado que exhibe
una estructura reconocible. (5) La «materia» de la historia puede ser
captada a través de los esfuerzos intelectuales, sin tener que recurrir a la
trascendencia.[6]
Estas presuposiciones y
principios siguen siendo característicos del estudio de Jesús y los Evangelios
que pretende ser científico. Es cierto que algunos estudiosos han tratado de
revisar o excluir uno o más de estos supuestos en un intento por introducir la
acción divina en la ecuación: permitir la posibilidad de los milagros, por
ejemplo. De lo que estos expertos no se dan cuenta es de que la naturaleza
misma de la investigación histórica como ciencia requiere la exclusión de la
acción divina como posible explicación de los acontecimientos históricos. Esto
llevó a T. Tilley, por ejemplo, a admitir que la investigación histórica no
podía proceder apoyándose en explicaciones basadas en la fe. Al mismo tiempo,
sin embargo, recalcó que ningún principio religioso podía verse afectado por el
estudio histórico, cortando así cualquier posible conexión entre los
compromisos teológicos y la investigación histórica. Como muy bien ha
reconocido M. Rae, un enfoque diferente sobre los Evangelios, uno en el que se
toman los Evangelios como testimonios de los objetivos y la actividad de Dios,
exige un relato distinto de cómo involucrarse en la tarea histórica, un relato
que está determinado teológicamente.[7]
2. Los Evangelios y la «Historia»
El principal problema al
que se enfrenta el historiador ha sido el problema de la distancia, cómo verificar
y aprehender el pasado. Las aproximaciones modernas a este problema
generalmente han seguido la estela de L. von Ranke (1795–1886), cuyo objetivo
fue desarrollado metodológicamente en el trabajo de Troeltsch, Harvey y otros.
Von Ranke afirmó que no quería emitir un juicio sobre el pasado, sino informar wie
es eigentlich gewesen: «cómo era este realmente». A pesar de la
facilidad con la que prácticamente todos los eruditos del Nuevo Testamento
admiten la imposibilidad de este objetivo, este lema ha guiado y continúa
guiando gran parte de lo que se presenta como investigación histórica a medida
que los estudiosos trabajan para superar la distancia histórica valiéndose de
rigurosos métodos por medio de los cuales poder verificar los hechos históricos
y demostrar la veracidad de las narraciones históricas. Sin embargo, este
enfoque se ve seriamente socavado cuando se consideran como mínimo tres
realidades.
En primer lugar, hay que
reconocer que este interés por asegurar la veracidad de los hechos históricos
no está bien documentada dentro de los propios Evangelios. Así, no encontramos
en los Evangelios casi nada sobre la naturaleza de sus fuentes, los nombres de
los testigos consultados, y así sucesivamente (pace Bauckham). En gran medida
hay una falta de preocupación en los relatos del Evangelio por la documentación
y la verificación, algo que a veces se encuentra entre los historiadores
antiguos. No se menciona a ningún testigo del contenido de la oración de Jesús
en Getsemaní (durante la cual los discípulos dormían), por ejemplo, o de sus tentaciones
en el desierto. La única excepción significativa a esta falta de interés en la
verificación es la resurrección de Jesús, y no es que los evangelistas
identifiquen a los testigos de este evento, sino más bien que Mateo ofrece una
prueba contundente de la tumba vacía (Mt 27:62–66; 28:11–15), y Lucas dice que
Jesús demostró que «él estaba vivo con muchas pruebas convincentes [tekmērion]»
(Hch 1:3 [sobre tekmērion]).[8] Alguien podría afirmar que
Lucas 1:1–4 evidencia la preocupación de Lucas por los testigos oculares (autoptai)
y la veracidad histórica, pero esto es una consecuencia de la lectura de
prólogo de Lucas dentro de los parámetros de la manera actual de escribir la
historia; en la antigüedad, su referencia a autoptai significaría no
buscar o tamizar el testimonio de testigos, sino más bien la experiencia de
primera mano de los sitios en que se produjeron los incidentes históricos[9], y su prefacio marcaría su
compromiso de revelar el significado (no la veracidad) de la narración que
había escrito.[10]
En segundo lugar, los
primeros escritores cristianos, al igual que los evangelistas, habrían estado
influenciados por tradiciones sobre la escritura de la historia bastante
diferentes de las representadas por la investigación histórica moderna. A
partir de sus antecedentes judíos habrían aprendido sobre la progresión
histórica puesta al servicio de los objetivos de Dios, el papel de la narrativa
histórica en la enseñanza, la repetición de patrones en los personajes y
eventos, y la conciencia constante de la presencia continua de Dios. De sus
predecesores grecorromanos habrían aprendido formas de escribir la historia en
las que se trata no solo de informar sobre acontecimientos sino de describir y
explicar su desarrollo secuencial. Tomando las afirmaciones de los
historiadores antiguos al pie de la letra, los modernos han tendido a
caracterizar a los historiógrafos grecorromanos como investigadores objetivos
que rechazaron el lugar del mito y de lo sobrenatural, así como su uso de
herramientas y objetivos retóricos. Por el contrario, sus prácticas revelan su
preocupación por persuadir a su público de una lectura particular del pasado, y
el uso de una variedad de medios para otorgarle autoridad a sus relatos,
incluidas las referencias a la intervención divina y lo sobrenatural, la
imitación y los modelos de predicción y recurrencia.[11] ¿Cuáles son las
consecuencias de estas influencias en los evangelistas? En primer lugar, para
los evangelistas escribir historia era una forma de instrucción y formación de
la identidad que demostraba las raíces de su fe en la Escritura y, de hecho,
documentaba la continuidad de Jesús y del movimiento de Jesús con los relatos
bíblicos de Abraham, Moisés o la promesa isaiana en el caso de los Evangelios
sinópticos, y con la creación del cosmos en el caso de Juan. En segundo lugar,
para los evangelistas el curso de la historia era el escenario en el que Dios
estaba activo, un curso fundamentado en los objetivos de Dios en la creación y
la liberación, donde Dios revelaba sus objetivos a través de diversos medios
(por ejemplo, profetas, sueños, la Escritura), y obraba permanentemente a
través del Espíritu Santo, agentes humanos (por ejemplo, María, Juan el
Bautista), mensajeros celestiales (e.g., Gabriel) y, especialmente, a través de
Jesús, el Hijo ungido por el Espíritu de Dios.
En tercer lugar, el enfoque
moderno consistente en superar el problema de la distancia por medio de métodos
académicos para fijar los hechos históricos y demostrar los relatos históricos
se ha visto socavado por la reflexión contemporánea sobre la naturaleza de la
historia y la manera de escribir la historia. De hecho, un flujo constante de
estudios críticos[12] ha hecho hincapié en una
serie de observaciones que resultan pertinentes para nuestras reflexiones sobre
lo que significa pensar en los Evangelios históricamente. (1) El recuerdo
histórico nunca se preocupa exclusivamente de los hechos, puesto que el mero
recuerdo del pasado es en sí mismo un ejercicio de creación de significado. Los
seres humanos no comprendemos los episodios como eventos prístinos, sino
siempre en relación con las evaluaciones basadas en lo que nosotros y nuestras
comunidades consideramos importante. (2) Por lo tanto, el hecho de escribir la
historia nos proporciona simultáneamente más y menos que «el pasado»: más, por
cuanto la historiografía interpreta los acontecimientos en una red de
relaciones causales que esbozan un significado mayor de lo que los episodios
individuales podrían sugerir por su cuenta; menos, en el sentido de que los
historiadores deben tomar decisiones duras acerca de qué elementos excluir para
que el relato no se haga infinitamente detallado. En consecuencia, escribir la
historia es un ejercicio intrínsecamente parcial, en ambos sentidos de la
palabra: solo proporciona una selección del total de episodios que componen el
pasado, y lo hace en función de los intereses particulares del historiador.
Curiosamente, estas dos tareas básicas y esenciales del historiógrafo, la
selectividad y la ordenación en una secuencia causal, ambos al servicio del
objetivo u objetivos del autor, son las mismas tareas mencionadas por Lucas y
Juan (Lc 1:1–4; Jn 20:30–31; 21:25). (3) Escribir la historia es, pues, un
ejercicio retórico en el que la documentación y la interpretación están
inseparablemente entrelazados. (4) Escribir la historia tiene menos de mimēsis
y más de diēgēsis, es más una representación narrativa que una imitación
de acontecimientos pasados. La «memoria» de las personas y los eventos se forma
antes de la llegada del historiador. La historia oral nutre a una comunidad de
memoria, de modo que contar la historia precede y restringe el hecho de
escribirla. Y los recuerdos están en un continuo estado de cambio, aparecen o
se suprimen, se les da forma una y otra vez, y siempre se ponen al servicio de lo
que se considera importante. (5) Escribir la historia explica el presente en el
que ha desembocado el pasado. En este sentido, toda historiografía es
contemporánea, ya que el historiador demuestra a través de la representación
narrativa cómo el presente crece de manera orgánica a partir de una secuencia
de acontecimientos pasados. Como consecuencia de ello, la historiografía es un
poderoso instrumento de legitimación de la comunidad, formación de la identidad
e instrucción.
Estas consideraciones
exigen un cambio de base en relación con el estudio tradicional de los
Evangelios. De hecho, el estudio histórico tal como se ha practicado en general
es, en un sentido importante, antitextual, ya que está diseñado para reemplazar
las narraciones independientes de Mateo, Marcos, Lucas y Juan con relatos
recién construidos por el erudito en cuestión. Aquellas personas interesadas en
este tipo de tarea histórica necesitan tomar medidas significativas para
admitir que el resultado de su trabajo no es un relato objetivo del pasado, ni
una presentación imparcial, ni un relato «científico» de lo que realmente
sucedió. Toda escritura de la historia (ya sea por los evangelistas del NT o
por los historiadores modernos) es parcial, es decir, incompleta y basada en
una determinada perspectiva. Ningún relato histórico puede recuperar la
totalidad del pasado tal como realmente fue. La tarea del historiador no es
simplemente «la recuperación». Así pues, para aquellos interesados en estudiar
el Evangelio como narraciones históricas la cuestión central no es «¿Ocurrió
esto realmente?». Más bien lo que le pedimos es: «¿Cómo se relaciona este
evento causalmente con este otro? ¿Qué objetivo se cumple contando la historia
de esta manera (y no de otra)?»
3. Tres aproximaciones al estudio del «Jesús histórico»
Hoy en día, los
estudiantes de Jesús y los Evangelios que practican la investigación histórica
tienden a hacerlo en una de tres formas. Estas aproximaciones se sitúan en
relación con las perspectivas esbozadas anteriormente de diferentes maneras.
3.1. El enfoque del historicismo
basado en criterios.
Desde mediados del siglo XX hasta la actualidad, el enfoque principal para el
estudio histórico de Jesús de Nazaret se ha basado en el positivismo histórico,
esto es, en los principios y presunciones que acompañan a la opinión de que
nuestro único conocimiento de Jesús es el conocimiento científico. Los
principales puntos de partida de este enfoque son tres: (1) el principio de la
duda, de manera que la carga de la prueba recae sobre aquellos que afirman la
veracidad histórica de un dicho o un acontecimiento en la vida de Jesús; (2) el
ejercicio de los principios troeltschianos de investigación, que por
motivos científicos no permiten la historicidad ni de la actuación divina ni de
los sucesos singulares; (3) el supuesto de que la unidad básica de
investigación es el dicho o episodio individual, que se entiende que ha
existido originalmente como un dato aislado sin interpretación, con el
resultado de que uno podría pensar que los sucesos narrados tienen un núcleo
histórico del que el historiador debe despojar toda comprensión teológica. Este
tipo de historiadores utiliza un proceso que consiste en dos pasos. En primer
lugar, seleccionan los datos en bruto, núcleos de dichos y hechos que se cree
que se remontan al Jesús histórico, desprovistos de cualquier significado
teológico (ya que, según se piensa, esta importancia se habría adherido a los
datos durante el proceso de transmisión de la iglesia primitiva). Este paso depende
de la utilización de criterios de autenticidad como la atestación múltiple, la
discontinuidad, la conformidad, las limitaciones históricas, la coherencia,
etcétera. En segundo lugar, el historiador organiza estos datos en una
secuencia narrativa con el fin de proporcionar una representación fresca y
supuestamente históricamente más exacta del pasado. Esta aproximación o bien
ignora el fracaso de su positivismo o bien niega que sus compromisos
positivistas hayan sido socavados por la teoría crítica.
3.2. El enfoque del historicismo
basado en la crítica realista. Esta aproximación, popularizada por la
obra de N. T. Wright, se presenta como una alternativa a la reconstrucción
histórica basada en criterios. Tiene dos puntos de partida. El primero es un compromiso
filosófico con el realismo crítico, es decir, la idea de que el lenguaje humano
se refiere a hechos reales, pero no de manera ingenua (la memoria y la verdad
histórica no son la misma cosa). En el positivismo histórico, lo (único) que es
real es lo que podemos observar científicamente a través de nuestros sentidos.
En el realismo crítico, lo que es real es el producto de una negociación en
curso entre el conocedor y la cosa conocida. Esto lleva a la pregunta: «¿Sobre
qué base aceptamos un informe de una serie de acontecimientos como algo que ha
sucedido históricamente y lo convertimos en significativo?» El segundo
punto de partida es la conciencia de que los especialistas siempre trabajan con
una metanarrativa, lo reconozcan o no, sobre la cual basan los juicios que
hacen sobre qué es lo que cuenta como histórico. Esto lleva a la pregunta: «¿Qué
datos son coherentes con el probable “cuadro general” histórico?» En
consecuencia, el historiador comienza con la construcción autoconsciente de la
metanarrativa y luego se pregunta: «Teniendo en cuenta esta metanarrativa,
¿tiene sentido este dato como un evento histórico? Y, dada esta metanarrativa,
¿qué podría significar que este acontecimiento se hubiera producido?»
3.3. El enfoque de la memoria social. A raíz de la crítica
radical de los rudimentos del paradigma histórico-crítico esbozado
anteriormente, varios historiadores han reconocido que el recuerdo de
acontecimientos históricos en sí siempre está inspirado históricamente. Esto
significa que los acontecimientos históricos nunca se recuerdan aparte de su
significado, ni como unidades aisladas del pasado, ya que los eventos siempre
se aprehenden de acuerdo a los patrones conceptuales compartidos que unen
indisolublemente el pasado con el presente y el futuro. Por consiguiente, la
tarea histórica y las narraciones históricas son, en este sentido,
inevitablemente parciales, y el santo grial de los estudios tradicionales sobre
Jesús, esto es, el Jesús no teológico, o por mejor decir, «lo que realmente
sucedió», tiene el mismo estatus que el unicornio mitológico. Tales
consideraciones han llevado a algunos historiadores a refundir sus proyectos en
relación con el trabajo reciente sobre la memoria social.[13]
La afirmación central de
los estudios sobre la memoria social es que la memoria nunca es un simple acto
de recuerdo, sino más bien un proceso complejo por el que el pasado se
reconstruye a la luz de los intereses presentes que se definen y conforman
socialmente. (El estudio neurocientífico de la memoria ha subrayado hasta qué
punto es maleable y dinámica la memoria, una realidad que socava aspectos
importantes de la tesis de Bauckham respecto a los Evangelios como testimonios
oculares)[14]
La memoria social rechaza los antiguos esfuerzos por divorciar la «historia» de
la «teología» en el campo de los estudios bíblicos y reconoce que toda la
memoria es una mezcla indisoluble de pasado y presente, de «acontecimiento»
e «interpretación». Descartando de plano la búsqueda de «núcleos
históricos», esto significa que las tradiciones acerca de Jesús, tanto
dichos como hechos, simplemente no se pueden aislar de su marco narrativo. Por
otra parte, en lugar de organizar esos dichos y hechos dentro de un nuevo marco
narrativo creado por el propio historiador, este analiza en qué modo tienen
importancia los acontecimientos y refranes dentro de los marcos narrativos
existentes, un enfoque que sirve los intereses del historiador a la hora de
conceptualizar y articular de qué manera los grupos sociales se apropian del
pasado al servicio del presente. Esta aproximación al estudio histórico se
ocupa de qué pasado real deducido explica mejor las representaciones narrativas
de las que disponemos. En otras palabras, ¿cómo podemos explicar las
interpretaciones de Jesús que leemos en los Evangelios?[15]
[1] J. B. Green, «Rethinking “History”
for Theological Interpretation», JTI 5 (2011) 159–74
[2] Eusebio, Hist. eccl. 6.14.7
[3] Comm. Jo. 10,15
[4] Véase C. E. Schorske, Thinking
with History: Explorations in the Passage to Modernism (Princeton, NJ:
Princeton University Press, 1998)
[5] Véase J. J. Collins, «The Politics
of Biblical Interpretation», en Encounters with Biblical Theology (Mineápolis:
Fortress, 2005) 34–44
[6] Véase, E. A. Clark, History,
Theory, Text: Historians and the Linguistic Turn (Cambridge, MA: Harvard
University Press, 2004). Pag. 14; P. Novick, That Noble Dream: The «Objectivity
Question» and the American Historical Profession (Cambridge: Cambridge
University Press, 1988). Pag. 1-6
[7]
Véase también, M. Levering,
Participatory Biblical Exegesis: A Theology of Biblical Interpretation (Notre
Dame, IN: University of Notre Dame Press, 2008)
[8] véase Aristóteles, Rhet.
1.12.16–17 §1357b
[9] Por ejemplo, L. Alexander, The
Preface to Luke’s Gospel: Literary Convention and Social Context in Luke 1.1–4
and Acts 1.1 (SNTSMS 78; Cambridge: Cambridge University Press, 1993). Pag. 120-125
[10] Por ejemplo, D. P. Moessner, «The
Appeal and Power of Poetics (Luke 1:1–4): Luke’s Superior Credentials
(παρηκολουθηκότι), Narrative Sequence (καθεξῆς), and Firmness of Understanding
for the Reader (ἡ ἀσφάλεια)», en Jesus and the Heritage of Israel: Luke’s
Narrative Claim upon Israel’s Legacy, ed. D. P. Moessner (LII 1; Harrisburg,
PA: Trinity Press International, 1999) 84–123
[11] Por ejemplo, J. Marincola,
Authority and Tradition in Ancient Historiography (Cambridge: Cambridge
University Press, 1997); L. Pitcher, Writing Ancient History: An Introduction
to Classical Historiography (Londres: Tauris, 2009); C. K. Rothschild,
Luke-Acts and the Rhetoric of History: An Investigation of Early Christian
Historiography (WUNT 2/175; Tubinga: Mohr Siebeck, 2004)
[12]
Por ejemplo, M. Bevir, «Why
Historical Distance Is Not a Problem», History and Theory 50 (2011) 24–37; E.
A. Clark, History, Theory, Text: Historians and the Linguistic Turn (Cambridge,
MA: Harvard University Press, 2004); A. Cook, History/Writing: The Theory and
Practice of History in Antiquity and in Modern Times (Cambridge: Cambridge
University Press, 1988); P. Novick, That Noble Dream: The «Objectivity
Question» and the American Historical Profession (Cambridge: Cambridge
University Press, 1988); B. Stock, Listening for the Text: On the Uses of the
Past (Baltimore: Johns Hopkins University Press, 1990)
[13] Véase, A. Kirk, «Social and
Cultural Memory», en Memory, Tradition, and Text: Uses of the Past in Early
Christianity (SemSt 53; Atlanta: Society of Biblical Literature, 2005) 1–24
[14] Véase, J. C. S. Redman, «How Accurate Are Eyewitnesses? Bauckham and the Eyewitnesses in the Light of Psychological Research», JBL 129 (2010) 177–97
[15] Para ampliar el estudio, consulte la siguiente Bibliografía. D. C. Allison Jr., Constructing Jesus: Memory, Imagination, and History (Grand Rapids: Baker Academic, 2010); R. Bauckham, Jesus and the Eyewitnesses: The Gospels as Eyewitness Testimony (Grand Rapids: Eerdmans, 2006); V. A. Harvey, The Historian and the Believer: The Morality of Historical Knowledge and Christian Belief (Nueva York: Macmillan, 1966); C. Keith, «Jesus Tradition and What Really Happened», ZNW 102 (2011) 155–77; C. Keith and A. Le Donne, eds., Jesus, Criteria, and the Demise of Authenticity (Londres: T & T Clark, 2012); M. A. Rae, History and Hermeneutics (Londres: T & T Clark, 2005); T. W. Tilley, History, Theology and Faith: Dissolving the Modern Problematic (Maryknoll, NY: Orbis, 2004); E. Troeltsch, «Historical and Dogmatic Method in Theology», en Religion in History (FTMT; Mineápolis: Fortress, 1991) 11–32; N. T. Wright, The New Testament and the People of God (COQG 1; Mineápolis: Fortress, 1992).
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