Tentación de Jesús I Cristologia con Feliberto Vasquez Rodriguez

 


Definición

Aunque Cristo fue “tentado” en repetidas ocasiones durante su ministerio (cp. Lc. 4:13; 22:28; Mr. 8:11), su gran tentación (Mt. 4:1 y paralelos) es el punto central en esta unidad de estudio. Su tentación fue una prueba para demostrar su pureza y su falta de pecado (He. 4:15), sin ninguna posibilidad de incitarlo al mal (Stg. 1:13).

Pecabilidad

La perspectiva según la cual Cristo pudo haber pecado se denomina pecabilidad (lat., potuit non peccare, “capaz de no pecar”), mientras que la perspectiva de que Cristo no pudo haber pecado se llama impecabilidad (lat., non potuit peccare, “incapaz de pecar”). Entre los evangélicos la cuestión no es si Cristo pecó o no; todos negarían que pecase. La cuestión a debatir es si Cristo podría haber pecado. En general (no siempre), los calvinistas creen que Cristo no podría haber pecado; mientras que los arminianos creen, en general, que Cristo podría haber pecado pero no lo hizo.

Quienes sostienen la pecabilidad de Cristo lo hacen basándose en Hebreos 4:15. Él “fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado”. Si la tentación era genuina, Cristo tenía que poder pecar; de otra manera la tentación no sería genuina. Charles Hodge, un teólogo reformado, tal vez es el mejor representante de esta perspectiva. Declara él:

Sí Él era un hombre verdadero, debía estar en capacidad de pecar. Que no haya pecado ante las más grandes provocaciones, que bendijera cuando era injuriado, que no amenazara cuando estaba sufriendo; que se quedara mudo como una oveja ante sus esquiladores, se erige para nosotros como ejemplo. La tentación implica la posibilidad de pecado. Si, por la constitución de Cristo, le fuera imposible pecar, su tentación no fue real, no tiene efectos y Él no puede simpatizar con su pueblo.[1]

Los ministerios radiofónicos y escritos de M. R. DeHaan y Richard DeHaan también enseñan la pecabilidad de Cristo.

La supuesta fuerza de esta perspectiva es que sólo ella identifica a Cristo con la humanidad en sus tentaciones; fueron tentaciones reales. Las debilidades de esta perspectiva radican en que no considera suficientemente a Cristo como Dios y como hombre. Además, la palabra tentación (gr., peirazo) también se usa para hablar de Dios Padre (Hch. 15:10; 1 Co. 10:9; He. 3:9) y del Espíritu Santo (Hch. 5:9).[2] Muy pocos afirmarían que el Padre o el Espíritu Santo pueden pecar. La conclusión es que la tentación no demanda la capacidad para pecar. Las personas tentaron genuinamente al Padre y al Espíritu Santo, pero no había posibilidad de que pecaran estas Personas de la Trinidad.

Impecabilidad

Quienes se adhieren a la impecabilidad sugieren que la tentación de Satanás a Cristo fue genuina, pero a Cristo le era imposible pecar.[3] Han de hacerse varias observaciones introductorias.

Observaciones. El propósito de la tentación no era ver si Cristo podía pecar, sino mostrar que Él no podía hacerlo. La tentación ocurrió en un momento crítico: el comienzo del ministerio público de Cristo. Estaba diseñada para mostrar a la nación cuán grande era el único Salvador que tenía: el impecable Hijo de Dios. Cabe destacar también que no fue Satanás quien inició la tentación sino el Espíritu Santo (Mt. 4:1). Si Cristo hubiera pecado, sería entonces porque el Espíritu Santo se lo solicitó, pero Dios no hace eso (Stg. 1:13).

La pecabilidad de Cristo podría relacionarse sólo con su naturaleza humana; su naturaleza divina era impecable. No obstante tener dos naturalezas, Él era una sola persona y no se le puede divorciar de su divinidad. Dondequiera que fuese, estaba presente su naturaleza divina. Si las dos naturalezas se podían separar, podría entonces decirse que Él pudo haber pecado en su humanidad; pero como las naturalezas divina y humana no pueden separarse en Cristo, y como la naturaleza divina no puede pecar, debe afirmarse que Cristo no podía haber pecado.

Evidencia. William Shedd y otros exponen la evidencia a favor de la impecabilidad de Cristo de la siguiente forma:

(1) La inmutabilidad de Cristo (He. 13:8). Cristo no cambia, y por lo tanto no puede pecar. Si Cristo pudiera haber pecado mientras estaba en la tierra, podría pecar ahora por causa de su inmutabilidad. Si pudiera haber pecado en la tierra, ¿qué seguridad tenemos de que no va a hacerlo ahora? (2) La omnipotencia de Cristo (Mt. 28:18). Cristo era omnipotente y por lo tanto no podía pecar. La debilidad es implícita cuando el pecado es posible; pero no había ninguna forma de debilidad en Cristo. ¿Cómo podía ser omnipotente y al mismo tiempo tener la capacidad de pecar?

(3) La omnisciencia de Cristo (Jn. 2:25). Cristo era omnisciente y por lo tanto no podía pecar. El pecado depende de la ignorancia para engañar al pecador, pero Cristo no podría ser engañado porque Él sabe todas las cosas, las hipotéticas inclusive (Mt. 11:21). Si Cristo pudiera haber pecado, no sabría lo que iba a ocurrir en caso de hacerlo.

(4) La deidad de Cristo. Cristo no es sólo hombre, también es Dios. Si fuera sólo hombre podría haber pecado, pero Dios no puede pecar; y en la unión de las dos naturalezas, la naturaleza humana se somete a la divina (de otra forma lo finito sería más fuerte que lo infinito). En la persona de Cristo se unen las dos naturalezas, humana y divina; no pudo haber pecado, porque Cristo también es deidad.

(5) La naturaleza de la tentación (Stg. 1:14-15). La tentación que llegó a Cristo era de afuera. No obstante, para que el pecado tuviera lugar debía haber una respuesta interna a esa tentación externa. Como Jesús no poseía naturaleza pecaminosa, no había nada dentro de Él que respondiera a la tentación. Las personas pecan porque hay una respuesta interna a una tentación externa.

(6) La voluntad de Cristo. En las decisiones morales Cristo sólo podía tener una voluntad: hacer la voluntad del Padre; en las decisiones morales la voluntad humana estaba sometida a la divina.[4] Si Cristo pudiera haber pecado, su voluntad humana habría sido más grande que su voluntad divina.

(7) La autoridad de Cristo (Jn. 10:18). En su deidad, Cristo tenía completa autoridad sobre su humanidad. Por ejemplo, nadie podía tomar la vida de Cristo a menos que Él la ofreciera voluntariamente (Jn. 10:18). Si Cristo tenía autoridad sobre la vida y la muerte, ciertamente tenía autoridad sobre el pecado; si podía detener la muerte a su arbitrio, también podía detener el pecado.


[1] Charles Hodge, Systematic Theology [Teología sistemática], 3 vols. (Reimpresión. Londres: Clarke, 1960), p. 2:457. Publicado en español por Clie.

[2] Arndt y Gingrich, A Greek-English Lexicon, p. 640.

[3] Tal vez la explicación más capaz y completa de esta perspectiva sea la de William G. T. Shedd, Dogmatic Theology, 3 vols. (Reimpresión. Nashville: Nelson, 1980), pp. 2:330-349. La precisión y rigurosidad de Shedd se perciben tanto aquí como en cualquier otra parte.

[4] Walvoord, Jesus Christ Our Lord [Jesucristo nuestro Señor], pp. 119-120; véase Shedd, Dogmatic Theology, p. 2:332.


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