Decretos de Dios I Teologia propia con Feliberto Vásquez Rodríguez

 


Definición de decreto de Dios

Los decretos de Dios se han establecido desde la eternidad y hacen referencia al control soberano de Dios sobre todo reino y sobre todos los eventos.

Los decretos se reflejan en Efesios 1:11, en cuanto a que Él “hace todas las cosas según el designio de su voluntad”. La pregunta 7 del Catecismo Menor de Westminster declara: “Los decretos de Dios son su propósito eterno, según el consejo de su propia voluntad, en virtud del cual ha preordenado, para su propia gloria, todo lo que sucede”. Básicamente, sólo hay dos opciones. O Dios es soberano y tiene control absoluto sobre el mundo y el universo, o Dios no tiene control soberano y el mundo, junto con el universo, desafía su santa voluntad. Por supuesto, la verdadera es la primera; el mundo no opera al azar. Dios tiene control absoluto. Aun así, debe afirmarse también que el hombre es responsable de las acciones pecaminosas. Dios nunca es el autor del pecado, y su soberanía no elimina la responsabilidad del hombre.

Características del decreto de Dios. El decreto es un plan único que abarca todas las cosas. Nada está fuera del alcance del reinado soberano de Dios. Efesios 1:11 enfatiza que “todas las cosas” pasan por su decreto. Como todo está contemplado en el plan soberano de Dios, a veces se habla de ello en singular: un solo decreto.

El decreto cubre todas las cosas y fue formado desde la eternidad pero se manifiesta en el tiempo. El creyente fue escogido por Dios desde la eternidad (Ef. 1:4; la frase “antes de la fundación del mundo” equivale a “por toda la eternidad”).[1] La salvación y el llamado del creyente están ligados una vez más a la determinación de Dios desde el pasado eterno (2 Ti. 1:9). En este pasaje se enfatiza que esto es “según el propósito suyo”. Propósito (gr., prothesin) enfatiza la determinación o decisión de Dios para llamar y salvar al creyente. La decisión de que Cristo asuma la humanidad y derrame su sangre por ella también se hizo “desde antes de la fundación del mundo” (1 P. 1:20).

El decreto es un plan sabio porque Dios, que es sabio, planeó lo mejor. En Romanos 9—11 Pablo expone la soberanía de Dios y su elección de Israel, para concluir esta sección “difícil de entender” con una doxología en la cual se exalta la soberanía de Dios y sus actos soberanos (Ro. 11:33-36). La sabiduría y el conocimiento de Dios no se pueden entender, sus decisiones no se pueden rastrear cual huellas en la arena. Dios no ha consultado a nadie y nadie lo ha aconsejado. Pero como Él sabe todas las cosas, controla y guía todos los eventos para su gloria y para nuestro bien (cp. Sal. 104:24; Pr. 3:19).

El decreto es acorde con la voluntad soberana de Dios: Él hace lo que le place. Dios no ajusta su plan de acuerdo con los eventos de la historia humana; en su lugar, su decreto gobierna la historia humana. Daniel 4:35 abarca todo: Dios “hace según su voluntad” en el reino angélico y con los habitantes de la tierra. En el contexto del libro de Daniel, Dios determina el curso de la historia humana y los gobernantes de las naciones de la tierra (Dn. 2:21, 31-45). Dios ha establecido sus decretos libremente e independiente de todo y todos los demás.

El decreto tiene dos aspectos. (1) La voluntad directiva de Dios. Hay algunas cosas de las cuales Dios es autor; de Él surgen realmente los eventos. Él crea (Is. 45:18), controla el universo (Dn. 4:35), establece los reinos y gobiernos (Dn. 2:21), y elige a las personas que serán salvas (Ef. 1:4). (2) La voluntad permisiva de Dios. Aun cuando Dios ha determinado todas las cosas, las puede producir por sí mismo o a través de causas secundarias. Los actos pecaminosos, por ejemplo, no frustran el plan de Dios, pero Él tampoco es autor de ellos. Están dentro del alcance del plan de Dios y son parte de su plan y propósito eterno; sin embargo, el hombre es responsable de sus pecados. Luego, “se debe distinguir entre el decreto y su ejecución”.[2] Todos los hechos —incluyendo los pecaminosos— se ajustan al plan eterno de Dios, pero Él no es el autor directo de todos los actos. Por ejemplo, cuando el pueblo de Israel exigió un rey para gobernarlos, pecaron contra el Señor (1 S. 8:5-9, 19-22). Pero el Señor había preordenado que vendrían reyes del linaje de Abraham (Gn. 17:6; 35:11), y culminarían en el Mesías. El pueblo pecó, pero se estaba ejecutando el plan de Dios.

El propósito del decreto es glorificar a Dios. La creación del mundo está diseñada para revelar la gloria de Dios (Sal. 19:1). La inmensidad de los cielos y la belleza de la flora y la fauna en la tierra reflejan la gloria de Dios. El acto soberano de Dios por medio del cual predestinó a los creyentes para la salvación (Ef. 1:4-5) es “para alabanza de la gloria de su gracia” (Ef. 1:6, 11-12). Dios se glorifica en el despliegue de su gracia incondicional (cp. Ro. 9:23; Ap. 4:11).

Aunque su decreto abarca todas las cosas, el hombre es responsable por sus pecados. A esto se le conoce como antinomia, y es importante entender el concepto que el hombre es responsable de sus pecados aun cuando Dios es soberano y ha decretado todas las cosas. Antinomia proviene de las palabras griegas anti, que quiere decir “estar en contra”, y nomos, que quiere decir “ley”; por lo tanto, una antinomia es algo contrario a la ley o contrario a la comprensión humana. Por supuesto, una antinomia sólo es tal en la mente del hombre; en Dios no hay antinomias.

Pedro explica en Hechos 2:23 que Jesús murió por causa del “determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios”. “Consejo” (gr., boule) enfatiza la decisión o voluntad predeterminada de Dios. El “anticipado conocimiento” es un equivalente aproximado y sugiere no sólo el saber previo sino la acción. Por lo tanto, Cristo murió porque Dios así lo había decidido en la eternidad; no obstante, Pedro hizo responsables a las personas por haber matado a Cristo; les dijo: “y por medio de gente malvada, ustedes lo mataron, clavándolo en la cruz” (NVI). Aunque la muerte de Cristo se dio por el plan y el decreto de Dios, los hombres malvados fueron responsables de su muerte.

De igual forma, en Habacuc 1:7 Dios le explicó al profeta que estaba levantando a los caldeos para castigar la desobediencia de Judá. Pero cuando los caldeos concluyeran su trabajo, Dios los iba a responsabilizar (Hab. 1:11). Aunque Dios ha decretado todas las cosas, el hombre es responsable de su pecado.

Las personas ejecutan algunos aspectos del decreto. Tal cosa distingue al decreto de Dios del fatalismo. El decreto no puede ser fatalismo porque no trata sólo del fin sino de los medios. Por ejemplo, el decreto de Dios elige algunos para la salvación, pero aun así nadie se salva sin evangelismo. Por un lado, el decreto dice que Dios escogió al creyente antes de la creación del mundo (Ef. 1:4), mas alguien ha de presentarle el evangelio a la persona para permitirle creer y ser salvo (Hch. 16:31). En materia de la salvación, Dios usa a las personas mediante el evangelismo para cumplir su decreto.

Manifestación del decreto[3]

En el reino material. La creación del mundo y el universo en todos sus aspectos se dio bajo el decreto divino de Dios (Sal. 33:6-11). El versículo 6 enfatiza que el cielo y la tierra se crearon por el decreto de Dios y Él los gobierna de generación en generación (v. 11). Más aún, Dios también ha señalado las naciones y sus límites (Dt. 32:8, Hch. 17:26). Los días de la vida del hombre ya fueron decretados (Job 14:5), así como la forma en que nos iremos (Jn. 21:19; 2 Ti. 4:6-8).

En el reino social. Dios ha decretado la familia (Gn. 2:18) y ordenado que el matrimonio sea indisoluble (Mt. 19:1-9); el decreto del matrimonio también implicaba hijos (Gn. 1:28; 9:1, 7). Dios también estableció los gobiernos (Ro. 13:1-7); más aún, es Él quien establece y quita reyes (Dn. 2:21; 4:35). Dios en su soberanía escogió a Israel y lo estableció como nación (Gn. 12:1-3; Éx. 19:5- 6). A pesar de los fallos de Israel, Dios había decretado su restauración futura bajo el Mesías (Jl. 3:1-21; Zac. 14:1-11) y que todas las naciones estarían bajo el dominio mesiánico (Sal. 2; Zac. 14:12-21). Aunque la iglesia se decretó desde la eternidad, sólo hasta el Nuevo Testamento se reveló que Dios uniría a gentiles y judíos en el cuerpo de Cristo (Ef. 2:15; 3:1-13).

En el reino espiritual. (1) El orden de los decretos. Durante siglos, ha surgido polémica en el intento de relacionar la soberanía de Dios y la libre elección del hombre para su salvación. Tal diferencia se refleja en los diferentes puntos de vista sobre el orden de los decretos. El diagrama siguiente refleja el rango de creencias sobre la elección, la caída y la aplicación de la gracia para la vida eterna.[4]

(2) El pecado y los decretos. Los temas adicionales relativos al pecado se pueden resumir de la siguiente forma. Dios puede permitir que los hombres manifiesten el mal (Ro. 1:24-28).

No obstante, Dios nunca es el autor del mal ni tienta a nadie para que peque (Stg. 1:13). Dios puede impedir el pecado directamente (2 Ts. 2:7). Dios puede usar los actos malvados de las personas para alcanzar su propósito (Hch. 4:27-28). Dios no hace pecar a los hombres, pero todas las cosas están dentro del alcance de su plan soberano. Dios determina el límite del mal y anula el mal (Job 1:6-12). Dios limitó a Satanás cuando probó a Job.

(3) La salvación y los decretos. Dios escogió y predestinó a los creyentes para salvación desde antes de la fundación del mundo (Ef. 1:4-5; 2 Ti. 1:9). Escogió a judíos y a gentiles unidos como un cuerpo en Cristo (Ef. 3:11). Dios escogió a los creyentes para darles bendiciones individuales (Ro. 8:28).

Objeciones respondidas

Objeción: El decreto no permite el libre albedrío del hombre. El decreto permite la acción responsable del hombre, quien es responsable por sus elecciones pecaminosas. El concepto de la soberanía de Dios y la responsabilidad del hombre sólo es antinómico en la mente del hombre. Para Dios no hay inconsistencia en ellos; más aún, los escritores bíblicos no ven la inconsistencia (cp. Hch. 2:23. Pedro no lo consideraba una contradicción). Ha de decirse también que Dios no produce todos los aspectos de su decreto por medio de su voluntad directiva; en su lugar lo hace a través de causas secundarias; por lo tanto, el hombre pecador actúa de acuerdo con su naturaleza pecaminosa.

El hombre actúa en armonía con su naturaleza; todos estos actos están al alcance del decreto de Dios y el hombre es responsable por ellos. Además, hay diferencias entre el incrédulo y el creyente. La naturaleza pecaminosa del incrédulo lo impulsa a tomar decisiones sobre la base de su naturaleza caída, es incapaz de tomar decisiones acertadas. El creyente tiene mayor capacidad para ello pues es capaz de tomar las decisiones correctas.

Objeción: El decreto hace innecesaria la predicación del evangelio. La objeción se relaciona una vez más con la antinomia en la mente del hombre. Pablo enseñó que Dios había predestinado a los hombres para la salvación (Ef. 1:5-11), y enseñó además la doctrina de la elección (Ro. 1:1; 8:30; 9:11). Pero con igual fuerza enseñó la necesidad de predicar el evangelio para que las personas pudieran ser salvas (Hch. 16:31; Ro. 10:14-15; 1 Co. 9:16). Las personas se pierden porque se niegan a aceptar el evangelio, no porque su salvación no estuviera decretada.

Conclusiones

Los decretos de Dios tienen ramificaciones prácticas: (1) Debemos sentir temor del gran, sabio, poderoso y amante Dios. (2) Podemos confiar toda nuestra vida al Dios Todopoderoso. (3) Debemos alegrarnos por la maravilla de la salvación, porque Dios nos escogió desde la eternidad. (4) Debemos descansar en paz mientras observamos los eventos apoteósicos del mundo, sabiendo que Dios tiene control soberano sobre todas las cosas (lo cual no implica indiferencia). (5) Dios hace a las personas responsables de su pecado. Aunque el pecado no frustra el plan de Dios, Él no es su autor. (6) Esta enseñanza está en contra del orgullo humano. El hombre en su orgullo desea llevar su propia vida; hay humildad en reconocer la soberanía de Dios.


[1] Fritz Rienecker, A Linguistic Key to the Greek New Testament, Cleon Rogers Jr., ed. (Grand Rapids: Zondervan, 1982), p. 521.

[2] Berkhof, Systematic Theology [Teología sistemática], pp. 102-103, aporta una explicación que aclara la distinción entre dos hechos: cuando Dios promulga su decreto o cuando lo determina a través de causas secundarias.

[3] Estoy en deuda con Thiessen, Lectures in Systematic Theology, pp. 104-110, por esta sección. Cuidadosamente organizada y explicada, esta sección es de suma utilidad para entender la enseñanza

[4] Véanse Benjamin B. Warfield, The Plan of Salvation, ed. rev. (Grand Rapids: Eerdmans, 1977); Walter A. Elwell, ed., Evangelical Dictionary of Theology [Diccionario teológico de la Biblia] (Grand Rapids: Baker, 1984), pp. 560-561, 1059- 1060, publicado en español por Caribe; Herman Bavinck, The Doctrine of God (Grand Rapids: Baker, 1979), pp. 382-394 y Buswell, Systematic Theology [Teología sistemática], pp. 2:134-136.


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