Los fraudes del darwinismo -01- El hombre de Piltdowm
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El ecologista Jeremi Fox en un artículo titulado ¿Cuál es el mayor fraude científico de todos los tiempos? Coloca de primero en la lista al Hombre de Piltdown, con la siguientes palabras:
“Hombre de Piltdowm. va a ser difícil superar este, creo. Charles Dawson (es casi seguro que fue él) falsificó fósiles reales en lugar de, por ejemplo, números en una hoja de cálculo. Aunque no engañó a todos, engañó a suficientes personas (incluidos algunos de los principales paleontólogos de la época) para influir apreciablemente en la investigación sobre la evolución humana. El fraude no fue expuesto definitivamente hasta que pasaron más de 40 años. A modo de comparación, piense en el falso fósil de "Archaeoraptor" de hace unos años: solo engañó a un coleccionista de fósiles y a algunas personas asociadas con National Geographic, y fue expuesto en cuestión de semanas”.
¿Como semejante engaño perduro durante 40 años en el mismo seno de la comunidad científica?
Todo empieza cuando un obrero encontró huesos mientras trabajaba en una cantera de Piltdown (pueblo de Sussex en Inglaterra). Este hombre encontró unos restos de un cráneo humano, un diente suelto y una mandíbula con otros dientes, que dio a Charles Dawson, un conocido buscador de fósiles. Éste los entregó al eminente paleontólogo del Museo Británico, Arthur Smith Woodward, quien reconstruyó el cráneo con la mandíbula y lo presentaron, en diciembre de 1912, a la Sociedad Geológica de Londres. El asunto se discutió durante años y finalmente se dijo que muy probablemente dichos fósiles correspondían al eslabón perdido. El espécimen de Piltdown se ajustaba tan bien a lo que se esperaba que nadie lo verificó a fondo para determinar si el cráneo y los fragmentos de la mandíbula pertenecían al mismo individuo. De manera que se creó una nueva especie de homínido fósil a la que se denominó, Eoanthropus dawsonii, en honor a su descubridor, y que la comunidad científica aceptó, sin demasiados cuestionamientos, como el intermediario que faltaba para demostrar la evolución humana.
Es menester tener en cuenta que en aquella época, después de la publicación de las ideas de Darwin, el ambiente social y académico era propicio para la aceptación de supuestos eslabones intermedios de la evolución. Se creía que tales seres prehumanos debían poseer una mandíbula simiesca y un cerebro grande. Si, además, habían vivido en Europa y deambularon por territorio inglés, pues mejor que mejor. ¡Cómo iban a pensar aquellos paleontólogos británicos que los primeros homínidos surgieron en África y tenían un cerebro del tamaño del que poseen los actuales chimpancés, tal como creen hoy sus colegas modernos!
Las modas cambian con los tiempos y tuvieron que pasar cuatro décadas para que las dudas sobre la antigüedad y el origen de estos fósiles se fueran acumulando hasta que, finalmente, un dentista llamado, A. T. Marston, fue el primero en darse cuenta de que aquella mandíbula fósil perteneció en realidad a un orangután, mientras que el diente suelto era de un chimpancé y el cráneo de un ser humano. En el año 1953, los antropólogos y paleontólogos, Joseph Weiner, Kenneth Oakley y Wilfrid Le Gros Clark, demostraron oficialmente que el cráneo de Piltdown, no tenía más de quinientos años y era por tanto de un hombre moderno, mientras que la mandíbula del orangután era más reciente y había sido químicamente tratada para que pareciera fósil. Asimismo los dientes caninos fueron limados para hacerlos similares a los de los humanos. Estos autores concluyeron que el famoso hombre de Piltdown fue una falsificación intencionada realizada por algún experto.
¿Quien fue el culpable de dicho fraude?
Unos lo atribuyen a su descubridor, Charles Dawson, quien estaba obsesionado por encontrar fósiles espectaculares en las islas británicas. Otros creen que fue el geólogo y paleontólogo inglés, William Johson Solla, quien habría intentado desprestigiar a su rival, Arthur Smith Woodward. Hay también diversas teorías que se lo atribuyen a algunos hombres famosos de la época, como al novelista y médico británico, Arthur Conan Doyle, creador del célebre detective de ficción, Sherlock Holmes, o incluso al conocido paleoantropólogo católico, Pierre Teilhard de Chardin, quien de joven había trabajado en regiones de Indonesia donde abundan los orangutanes. No obstante, algunos piensan que el principal sospechoso fue Martin Hinton, conservador del Museo de Historia Natural de Londres, al que se le descubrió un baúl en las buhardillas del museo, en 1996, con huesos manipulados muy similares a los del hombre de Piltdown y dientes metidos en una lata de tabaco para oscurecer el esmalte. También algunos creen que el chovinismo ingles abono y facilito el fraude al estimular el deseo de los británicos de ser los poseedores de un espécimen clave en el estudio de la evolución del hombre.
Sea quien fuere el autor del fraude, lo cierto es que hoy, en la mayoría de los libros de texto de biología, no suele mencionarse dicho acontecimiento y cuando los críticos del darwinismo se refieren a él, inmediatamente se les responde que la ciencia funciona de esta manera, autocorrigiéndose continuamente. Y, en efecto, así fue en el caso del falso hombre de Piltdown. Lo que pasa es que tal corrección tardó más cuarenta años en llegar. Quizás, una conclusión que se podría sacar de tal historia es que los científicos, como cualquier otro grupo humano, pueden ser también engañados para ver lo que desean ver. De hecho, las incongruencias anatómicas que delataban el engaño habían estado siempre allí. ¿Cómo es que nadie se dio cuenta durante cuatro décadas? Algunos paleontólogos recelosos intentaron examinar las piezas pero sus descubridores no se lo permitieron, alegando la extrema fragilidad de las mismas. Por tanto, únicamente podían ser estudiadas mediante copias o moldes de escayola. Esto, con el tiempo, contribuyó a aumentar las sospechas.
Otros muchos fósiles similares a los humanos han sido descubiertos desde aquellas tempranas fechas de 1912 y, a diferencia del hombre de Piltdown, se trata de ejemplares auténticos. Unos pueden compararse con los simios actuales y otros se parecen más a los seres humanos. Sin embargo, la mayor parte de los fósiles genuinos, que supuestamente tienen que ver con los orígenes del hombre, han generado controversia entre los especialistas. Cada nuevo hallazgo suele complicar aún más el problema de la filogenia humana, en vez de simplificarla. La idea de que al descubrir más fósiles se solucionará la cuestión parece chocar contra la evidencia que apunta más bien a todo lo contrario. Los nuevos descubrimientos de fósiles humanos tienden a agravar el problema porque obligan a replantear y cambiar los antiguos esquemas. ¿Por qué es esto así?
Quizás porque la evidencia que aportan los huesos petrificados deja demasiado espacio a la interpretación subjetiva. Cada paleoantropólogo lo concibe y entiende a su manera. Además, un determinado resto fósil puede ser reconstruido de diversas formas, en función de las ideas previas que tenga el especialista. Si éste cree que se trata de una especie intermedia entre los simios y el hombre tenderá a representarla como tal. Pero, lo cierto es que ningún fósil aparece en las rocas con una etiqueta que indique su antigüedad o de qué otra especie evolucionó o en cuál se transformó después, ni siquiera con el nombre de la especie a la que perteneció. El registro fósil no muestra las relaciones de parentesco entre especies. Éstas las deducen los investigadores a partir de sus concepciones evolucionistas, la forma de los huesos, los estratos y lugares en que se hallaron así como, últimamente también, la comparación entre las secuencias de ADN obtenidas de los fósiles. En realidad, todos estos datos dependen y se procuran encajar siempre en el dogma darwinista generalmente aceptado que concibe al hombre como descendiente de simios ancestrales.
Sin embargo, si, como se sugiere en ocasiones, cada fósil descubierto es como una isla en medio de un inmenso océano de millones de años, ¿qué posibilidades hay de hallar conexiones reales con otros fósiles? Y si esto es así, entonces todos los árboles de la evolución humana que se han ido construyendo y modificando constantemente, ¿no serán sólo invenciones humanas que responden a prejuicios darwinistas previos, pero no a la realidad? Tomar diversos huesos fosilizados y ordenarlos en una determinada secuencia filogenética no es una hipótesis científica que pueda ser demostrada sin lugar a dudas o contrastada con la realidad. De ahí que la historia de la paleontología esté plagada de inconsistencias y errores que el tiempo se encarga de corregir.
Referencias
Gee, H., 1996, “Box of Bones ‘Clinches’ Identity of Piltdown Paleontology Hoaxer”, Nature, 381, 261-262.
Adán y Eva frente a Darwin – Antonio Cruz, pag. 119-121
Apuntes sobre el fraude científico – Elementos Buap
¿Cuál es el mayor engaño científico de todos los tiempos? - Jeremi Fox
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