La inerrancia de las Escrituras | Bibliología con Feliberto Vásquez Rodríguez


 

INERRANCIA DE LA BIBLIA

Definición de inerrancia

La inerrancia de las Escrituras es una doctrina que los no creyentes han cuestionado principalmente desde el período de la Ilustración (ca. 1650–1815 d.C.). Está directamente relacionada con la doctrina de la inspiración y la absoluta veracidad de la Palabra de Dios. En este asunto están en juego nada menos que la veracidad y credibilidad de Dios: su carácter y naturaleza.[1]

En el pasado era suficiente decir que la Biblia era inspirada; no obstante, ahora se ha hecho necesario definir la posición evangélica con más precisión. El resultado, como Charles Ryrie ha mostrado, requirió la inclusión de una verborrea adicional. Para declarar la doctrina ortodoxa, ahora es necesario incluir los términos “inspiración verbal, plenaria, infalible, inerrante e ilimitada”.[2] Todo esto por causa de quienes han conservado palabras como inspiración, infalible e incluso inerrante y al mismo tiempo niegan que la Biblia esté libre de error. E. J. Young aporta una definición adecuada de “inerrancia”: “Con esta palabra queremos decir que las Escrituras poseen la cualidad de estar libres de error. Están exentas de fallos, son incapaces de errar. En todas sus enseñanzas están en perfecta concordancia con la verdad”.[3] Ryrie proporciona un silogismo para concluir lógicamente la enseñanza bíblica de la inerrancia: “Dios es verdad (Ro. 3:4). Las Escrituras son inspiradas por Dios (2 Ti. 3:16). Por lo tanto, las Escrituras son verdad (puesto que son producto del aliento de Dios, el cual es verdad)”.[4]

Al definir la inerrancia también es importante declarar qué no significa. No demanda rigidez en el estilo ni citas textuales del Antiguo Testamento. “La inerrancia de la Biblia simplemente significa que la Biblia dice la verdad. La verdad puede incluir, y lo hace, aproximaciones, citas no textuales, lenguaje de apariencias y diferentes relatos del mismo evento en cuanto no se contradigan”.[5] En la reunión de Chicago en octubre de 1978, el Concilio Internacional sobre Inerrancia Bíblica emitió la siguiente declaración sobre el tema: “Las Escrituras no tienen errores o fallas en toda su enseñanza pues están verbal y completamente dadas por Dios; sus declaraciones sobre los actos de Dios en la creación, los acontecimientos de la historia mundial y su origen literario divino no son menos que su testimonio de la gracia salvadora de Dios en las vidas individuales”.[6]

En la definición final se observa que la inerrancia se extiende a los manuscritos originales: La inerrancia significa que cuando se conocen todos los hechos, las Escrituras, en sus autógrafos originales e interpretadas apropiadamente, se mostrarán absolutamente verdaderas en todo lo que enseñan, ya sea enseñanza sobre doctrina, ciencia, historia, geografía, geología u otras disciplinas del conocimiento.[7]

Sugerir que hay errores en la Biblia es impugnar el carácter de Dios. Decir que la Biblia tiene errores es igual a sugerir que Dios es falible, que se pude equivocar. “Suponer que Dios pueda pronunciar alguna Palabra contraria a los hechos es asumir que no puede operar sin errar. Está en juego la misma naturaleza de Dios”.[8]

Adaptación e inerrancia

Históricamente, el término adaptación ha hecho referencia al hecho de que Dios se ha comunicado mediante las Escrituras, utilizando símbolos y expresiones significativas para el hombre: formas culturales, figuras literarias, expresiones antropomórficas y cosas de este tipo. Los reformadores vieron esta adaptación en el uso, por parte de Dios, de múltiples símbolos para comunicarse con la humanidad. Pero en días más recientes, quienes se oponen a la inerrancia han redefinido la adaptación como el hecho de que Dios se vio forzado a consignar errores en la redacción de las Escrituras, al utilizar autores humanos y lenguaje falibles. Estos defensores del error declaran que, puesto que Dios utilizó escritores humanos finitos y pecaminosos para escribir su Palabra, el texto es susceptible de todos los errores que pueden cometer seres humanos así. Llegan incluso a decir que el uso de estos medios de redacción humanos hace que los errores sean inevitables. Los errantistas concluyen que la Biblia es exacta en cuestiones de fe y práctica porque estas cosas se dan en el nivel de los principios generales. Sin embargo, sostienen que puede haber (y hay) errores factuales por toda la Biblia puesto que Dios utilizó instrumentos humanos falibles en la redacción del texto.

Esta postura tiene algunos puntos de contrargumentación que la invalidan:

En primer lugar, esta perspectiva confunde finitud con pecado y error. La naturaleza humana no se anula si Dios supervisa la redacción de las Escrituras mediante la inspiración para protegerla de todo error. Es cierto que los hombres pecan, cometen errores y se equivocan de formas innumerables a lo largo de sus vidas. Sin embargo, no pecan o se equivocan siempre. Es posible que un ser humano falible escriba una frase sin equivocarse. Por una parte, la divina supervisión de las Escrituras no anula la naturaleza humana de los escritores. Por otra parte, el proceso de la inspiración comprende la obra de Dios salvaguardando a los escritores humanos para que no se equivocaran cuando escribían las Escrituras, palabra tras palabra y frase tras frase.

En segundo lugar, el testimonio unánime de las Escrituras pone de relieve su total veracidad. Afirma repetidamente ser veraz (Sal. 119:43, 160; Jn. 17:17; 2 Co. 6:7; Col. 1:5; 2 Ti. 2:15; Stg. 1:18). Se las identifica directamente con sus autores humanos y con Dios quien las inspiró. Los mandamientos directos por parte de Dios en cuanto a no alterar su contenido demuestran que lo que está escrito en ellas es exactamente lo que Dios pretendía decir (Dt. 4:2; 12:32; Pr. 30:5-6; Ap. 22:18-19). Dios no estaba de ningún modo limitado en su capacidad de transmitir la verdad absoluta en todas las palabras por el hecho de utilizar a escritores humanos falibles. La inspiración mediante la directa implicación del Espíritu facilitó el origen de la inerrante Palabra de Dios (2 P. 1:20-21).

Por último, la idea de adaptación errantista es intrínsecamente incoherente. ¿Cómo podemos estar seguros de que Dios puede transmitirle correctamente al hombre espiritual verdades sobre cuestiones de fe y práctica si no puede garantizar que los hechos de la historia hayan sido correctamente consignados? Si alguien afirma que la Biblia está libre de errores para llevar al hombre a un correcto conocimiento de Dios en la salvación, ¿qué le impide entonces afirmar la veracidad del resto? Si Dios puede guardar a los autores de cualquier error cuando se trata de verdades espirituales, no hay, pues, motivos razonables para concluir que no puede consignar un relato factual de cuestiones científicas e históricas.[9]

Infalibilidad e inerrancia

Históricamente, la inerrancia y la infalibilidad han estado siempre ligadas. Sin embargo, a comienzos de la década de 1960, los que creen en una inerrancia limitada comenzaron a utilizar la palabra infalibilidad de una forma nueva. Se apropiaron de ella para decir que la Biblia es fidedigna en el sentido de que no enseña ninguna doctrina falsa o equívoca relacionada con la fe y la práctica. Sin embargo, según su punto de vista, esto no significa que las Escrituras hayan de ser objetivas y exactas en todas sus palabras. La principal motivación que subyace tras la alteración de esta definición es el deseo de negar la inerrancia mientras se mantiene una identificación con el ámbito de la fe ortodoxa. Sin embargo, bíblicamente hablando, no es ortodoxo declarar infalibilidad aparte de inerrancia. La negación de la inerrancia está motivada por una indisposición a aceptar todo lo que declaran las Escrituras. Con tales esfuerzos, los negadores pretenden excusar el pecado y afirmar una conducta contraria a la Biblia.

Sustento bíblico de la inerrancia

La afirmación directa de Pablo sobre la Escritura es que es inspirada por Dios (2 Ti. 3:16). Es fruto de la obra de Dios a través de autores humanos y por medio de su Espíritu (2 P. 1:20-21). Puesto que estas palabras escritas proceden del Dios de verdad, han de ser sin error. La inspiración tiene que ver con los medios usados para la redacción del texto, pero también implica directamente que ese texto es obra de Dios. Como tal, el producto final se le atribuye a Él. Independientemente de la implicación de agentes humanos en el proceso de redacción, en la doctrina de la inerrancia está en juego la integridad del Autor divino. Antes de los ataques de la alta crítica a la doctrina de las Escrituras en el siglo XIX, el hecho de la inspiración llevó necesariamente a la afirmación de que las palabras escritas del Dios que es verdad eran totalmente veraces y sin error en los autógrafos originales. Esto se corresponde con la posición que mantuvo el propio Jesús (Jn. 17:17).

La idea bíblica de su propia autoridad constata el hecho de la inerrancia. La recurrencia de la frase “así dice el Señor” crea una atmósfera en que la inerrancia se presupone por todo el Antiguo Testamento. Los autores del Nuevo Testamento dan universalmente por sentada la absoluta veracidad del Antiguo. Siguiendo un patrón establecido por Jesús, fundamentan su doctrina en la reproducción literal de los textos bíblicos que citan (p. ej., la referencia de Pablo a la “simiente”, no “simientes”, en Gá. 3:16). Más importante aún, basan su fe en la veracidad del Antiguo Testamento sobre el carácter del Dios trino. Para Pablo, el Padre es el Dios “que no miente” (Tit. 1:2). En el Evangelio de Juan, el Hijo no es solo el camino y la vida sino también la verdad (Jn. 14:6). Asimismo, el Espíritu Santo es el Espíritu de verdad (Jn. 14:17; 15:26; 16:13; 1 Jn. 5:6). Juan también consigna la afirmación de Jesús en el sentido de que la Palabra de Dios “es verdad” (Jn. 17:17). Este lenguaje coincide directamente con el testimonio veterotestamentario de que la Palabra de Dios es verdad y de que ha sido afirmada para siempre en el cielo (Sal. 119:89, 160); lo que es una constatación de que no es simplemente un testimonio de Dios temporal y terrenal, sino eterno y celestial. Si Dios es el autor de las Escrituras, como afirma el texto, ¿cómo puede haber errores en lo que afirman? Y si hay errores en lo que dice, ¿cómo puede Dios ser el Dios de verdad? Por otra parte, si esta es una Palabra eterna y permanente, como constatan las Escrituras, ¿cómo puede entonces el Dios de verdad permitir que esta propague falsedades? Lo que está en juego en la doctrina de la inerrancia es nada menos que el carácter e integridad de Dios. Puesto que Dios es fiel, lo es también su revelación en las Escrituras.

Jesús y la inerrancia

Cuando leemos el Nuevo Testamento podemos observar que Jesús nunca cuestionó la exactitud o veracidad de un solo pasaje del Antiguo Testamento. De hecho, nunca mencionó siquiera la posibilidad de una Escritura falible porque siempre presupuso y repetidamente afirmó la integridad del texto. Cristo no dijo jamás nada que hiciera pensar en la necesidad de corregir alguna afirmación del Antiguo Testamento, más bien afirmó su veracidad hasta en los detalles más mínimos (Mt. 5:18; Jn. 10:35). Merece también la pena señalar que a pesar de que a Jesús se le preguntaron muchas cosas, nadie lo interpeló acerca de la inspiración del Antiguo Testamento; nadie le preguntó si contenía errores y nadie de entre sus discípulos, las multitudes o sus adversarios, cuestionó la inspiración e inerrancia de las Escrituras. Es más, las Escrituras no nos dan ningún dato que permita apoyar la idea de que Jesús creía o enseñaba una inspiración meramente conceptual. No hay pruebas de que Jesús creyera que las Escrituras contenían el más mínimo error. Aunque, generalmente, los argumentos de silencio no se consideran de los más sólidos, en este caso el silencio es ensordecedor. Si Jesús sabía que había errores en el texto (aunque fueran discrepancias factuales menores), es difícil entender que no tratara esta cuestión en alguna ocasión, especialmente con sus discípulos, para prepararlos para estas dificultades doctrinales.

Sería igualmente inexplicable que Jesús nunca tratara este tema con sus oponentes. Durante su ministerio, Jesús nunca dio tregua a sus enemigos. Siempre cuestionó las conductas y doctrinas erróneas. Su práctica habitual y deliberada era confrontar sin concesiones las falsas doctrinas y prácticas rabínicas. Sin embargo, Jesús nunca cuestionó la veracidad de las Escrituras. Únicamente denunció la ignorancia y malas interpretaciones de los judíos. El Sermón del Monte fue una confrontación en toda regla con quienes habían malentendido o tergiversado la ley de Dios (Mt. 5–7). No obstante, a lo largo de su discurso Jesús solo corrigió la interpretación errónea de las Escrituras. Ni una sola vez cuestionó ni por asomo, la integridad del texto bíblico, y los Evangelios dejan claro que nunca titubeó cuando se trataba de confrontar el error. Jesús trataba sistemáticamente, aun las cuestiones más polémicas, con sus discípulos o líderes religiosos de su tiempo. Es, pues, poco razonable concluir que Jesús hubiera condescendido a las opiniones de sus enemigos o incluso de sus discípulos sobre este asunto. No puede plantearse ningún argumento convincente para explicar que si las Escrituras contenían errores Jesús hubiera evitado hablar de ello.[10]

Explicación de la inerrancia

La inerrancia permite variedad en el estilo. El Evangelio de Juan fue escrito en el estilo simple que cabría esperarse de un pescador iletrado; Lucas fue escrito con el vocabulario más sofisticado de una persona educada; las epístolas de Pablo reflejan la lógica de un filósofo. Todas estas variaciones son totalmente compatibles con la inerrancia.

La inerrancia permite variedad de detalles para explicar el mismo suceso. Este fenómeno se observa particularmente en los Evangelios sinópticos. Es importante recordar que Cristo habló en arameo y los autores de la Biblia escribieron sus relatos en griego, lo cual significa que debieron traducir las palabras originales al griego. Un escritor usaría palabras ligeramente diferentes a las del otro para describir el mismo incidente; con todo, los dos le darían el mismo significado, aunque con diferentes palabras. Hay una razón adicional para la variedad en los detalles. Un escritor podía haber visto los sucesos desde un punto de vista, mientras otro los veía desde otro. Con ello, los detalles podrían parecer diferentes y ser precisos al mismo tiempo.

La inerrancia no exige reportar los eventos al pie de la letra. “En la Antigüedad no se practicaba la repetición al pie de la letra cada vez que se escribía algo”.[11] No se requerían citas al pie de la letra por varias razones. Primero, como ya se mencionó, el escritor debía traducir las palabras de Jesús del arameo al griego. Segundo, al usar el Antiguo Testamento como referencia, habría sido imposible desenrollar cada uno de los largos rollos para escribir la cita textual; más aún, los rollos no estaban fácilmente al alcance, y por lo tanto había libertad en la forma de citar el Antiguo Testamento.[12]


La Palabra de Dios: Obviamente está mal forzar las Escrituras con las reglas del español o su gramática. Por ejemplo, en Juan 10:9 Jesús declara: “Yo soy la puerta”, mientras que en el versículo 11 declara: “Yo soy el buen pastor”. En español esto se considera una mezcla de metáforas, pero ello no constituye un error en la lengua griega o hebrea. En Juan 14:26 Jesús se refiere al Espíritu usando un pronombre neutro (pneuma) y luego usa uno masculino (ekeinos). Tal cosa les hará levantar las cejas a los gramáticos del español, pero no es un problema en la gramática griega.

La inerrancia permite pasajes problemáticos. Aun en una obra tan grande como la Biblia, es imposible solucionar todos los problemas. En algunos casos la solución espera los hallazgos de la pala de los arqueólogos, en otros espera investigación de los lingüistas, y en otros puede que la solución nunca será descubierta por diversas razones. La solución a algunos problemas ha de quedar en el aire. No obstante, la respuesta nunca está en sugerir que en las Escrituras hay contradicciones o errores. Si fueron inspiradas por Dios, están completamente exentas de errores.

La inerrancia requiere que los relatos no enseñen errores o contradicciones. En las declaraciones de las Escrituras lo que está escrito concuerda con las cosas como son. Los detalles pueden variar, pero aun así reflejar las cosas como son. Por ejemplo, en Mateo 8:5-13 se dice que un centurión fue ante Jesús y le dijo “No soy digno”. En el pasaje paralelo de Lucas 7:1-10 se nos dice que los ancianos fueron y dijeron que el centurión era digno. Parece que primero fueron los ancianos y luego fue el centurión. Los dos relatos concuerdan con la forma en que ocurrieron las cosas.

La inerrancia se refleja en las traducciones. A través de la ciencia de la crítica textual, que recopila unos cinco mil setecientos manuscritos griegos antiguos, tenemos esencialmente la lectura original de las Escrituras y podemos usar nuestras traducciones con autoridad para proclamar la Palabra de Dios.

Jesús y Pablo citaban la Septuaginta (la traducción griega del Antiguo Testamento) y basaban los argumentos contra sus oponentes en esa traducción. La consideraban Palabra de Dios.[13] En Mateo 4:4, cuando Jesús citó el Antiguo Testamento, estaba “atando la autoridad de las Escrituras a mano con las palabras originales dadas por inspiración divina. Las personas creían que lo que leían como ‘Escrituras’ les era ‘dicho por Dios’ (Mt. 22:29-32; Mr. 12:24-26)… En cada caso se asume que el texto autografiado está presente en el ejemplar existente para consultarse… Cuando citó Génesis 2:24 (en Mt. 19:4) veía en esas palabras un equivalente total a ‘dijo Dios’, tal como el autor original de las Escrituras (Mt. 19:4-5)… La distancia real entre los autógrafos y las copias puede ignorarse para los propósitos presentes, porque se cree que el texto original aparece en estos ejemplares”.[14]

Podemos extraer una conclusión importante: “‘Como está escrito’ (73 veces en los Evangelios) expresa que la verdad contenida en las Escrituras originales sigue igual en los ejemplares presentes… Podemos creer en nuestros ejemplares y ser salvos sin tener los códices autográficos, porque la misma Biblia indica que tales ejemplares pueden reflejar fielmente el texto original, y por lo tanto funcionar con autoridad.[15]

Problemas de rechazar la inerrancia[16]

Quienes hablan de errores concluyen que éstos pueden enseñar la verdad. Sugieren que no es importante defender la precisión de la Biblia en lo relativo a “los pequeños detalles de la cronología, geografía, historia, cosmología… o las supuestas discrepancias”.[17] Sin embargo, los asuntos cronológicos, geográficos, históricos y otros sí son importantes. Con frecuencia están entrelazados con verdades teológicas significativas. Por ejemplo, la historicidad de Adán y Eva en Génesis 1 y 2 es importante porque Pablo hace una analogía entre Adán y Cristo en Romanos 5:12- 21. Si Adán no es histórico, la analogía se rompe. La cronología de Mateo 1 es importante, porque detalla el linaje de Jesucristo. Si su linaje no es exacto, ¿qué puede decirse del relato sobre su vida? La geografía de Miqueas 5:2, cuando anuncia el nacimiento de Cristo en Belén, es importante porque en el mismo versículo se enseña su eternidad. Si la geografía relativa a Cristo no se puede creer, ¿puede aceptarse su eternidad?

La conclusión es obvia: si no se puede confiar en la Biblia en asuntos cronológicos, históricos o geográficos, no se puede confiar en el mensaje de salvación.

Hablar de errores impugna el carácter de Dios. Como ya se había anotado, las Escrituras son el resultado de la respiración de Dios (2 Ti. 3:16) y la supervisión del Espíritu Santo (2 P. 1:21). Si las Escrituras tienen errores, entonces Dios erró.

Quienes hablan de errores difieren en la enumeración de ellos. Quienes hablan de errores tienen cada uno su propia lista que difiere de la de los demás. “¿Cuál es el criterio para determinar áreas donde los errores son irrelevantes? ¿Qué o quién decide los límites entre el territorio de los errores permisibles y el terreno donde la inerrancia es necesaria?”.[18]

Conclusión

La inerrancia es una doctrina importante. Cuando se entiende correctamente, quiere decir que la Biblia hace sus declaraciones con exactitud, ya sea sobre asuntos teológicos, el relato de la creación, la historia, la geografía o la geología. No obstante, permite variedad en los detalles relativos a un mismo relato; no requiere rigidez en el estilo. La Biblia es exacta y concuerda con la verdad en todas sus declaraciones.



[1] Teología Sistemática, John Macarthur, pag. 109-110

[2] Ryrie, What You Should Know About Inerrancy, p. 16.

[3] Young, Thy Word Is Truth, p. 113.

[4] Charles C. Ryrie, “Some Important Aspects of Biblical Inerrancy”, Bibliotheca Sacra, tomo 136 (enero a marzo de 1979), p. 17.

[5] Ryrie, What You Should Know About Inerrancy, p. 30. Nótense también las útiles ilustraciones que emplea Ryrie, pp. 31- 32.

[6] James Montgomery Boice, Does Inerrancy Matter? (Oakland: International Council on Biblical Inerrancy, 1979), p. 13.

[7] Ibíd.

[8] Young, Thy Word Is Truth, p. 165.

[9] Teología Sistemática, John Macarthur, pag. 110-111

 

[10] Teología Sistemática, John Macarthur, pag. 111-113

[11] Young, Thy Word Is Truth, p. 119.

[12] William R. Eichhorst, The Issue of Biblical Inerrancy: In Definition and Defense (Winnipeg: Winnipeg Bible College), p. 9

[13] Gleason L. Archer & G. C. Chirichigno. Old Testament Quotations in the New Testament (Chicago: Moody, 1983).

[14] Greg L. Bahnsen, “The Inerrancy of the Autographa”, en Norman Geisler, ed., Inerrancy (Grand Rapids: Zondervan, 1980), p. 163.

[15] Ibíd., p. 169.

[16] Véase la útil literatura de Charles C. Ryrie, “Some Important Aspects of Biblical Inerrancy”, pp. 16-24 y What You Should Know About Inerrancy, pp. 103-109.

[17] David Hubbard, “The Current Tensions: Is There a Way Out?”, en Jack Rogers, ed., Biblical Authority (Waco: Word, 1977), p. 168.

[18] Ryrie, “Some Important Aspects of Biblical Inerrancy”, p. 19.

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