Apócrifos del Antiguo y Nuevo Testamento | Bibliología con Feliberto Vásquez Rodríguez
Introducción[1]
La palabra apócrifos del
gr. apókryphos, significa «escondido, misterioso, secreto». Procede del verbo
apokryptein, «ocultar», y en ese sentido se utilizaba para designar lo que no
se leía públicamente. En el griego clásico y helenístico el término apókryphos,
se refería a lo que permanecía «escondido», o se mantenía «en secreto».
La historia de este
vocablo ostenta una evolución interesante, ya que da origen a significados y
acepciones contrapuestas. En sentido propio significa «secreto» y designaba en
un principio a ciertos libros judíos y cristianos gnósticos que contenían
enseñanzas ocultas, demasiado sagradas para ser divulgadas o dadas a conocer a
los profanos. El IV libro de Esdras se hace eco de una leyenda según la cual
Dios otorgó al escriba y sacerdote Esdras una inspiración especial que le
permitió dictar en 40 días 94 libros, de los cuales 24 habían de ser dados a
conocer de inmediato, es decir, los libros del canon hebreo del AT, mientras
que los 70 restantes debían ser confiados a los sabios (Esdras entre ellos,
naturalmente). De esos 70, los apocalipsis, compuestos, según se pretendía, por
Enoc, Moisés y los patriarcas, habrían de permanecer escondidos desde la época
en que habían sido redactados hasta el fin de los tiempos (IV Esdras 16:45-48).
El gnosticismo, por su
parte, siguiendo las tradiciones esotéricas de los cultos de misterios de la
época, designaba con este término sus propios escritos sagrados, que entendía
vetados a los profanos; solo los iniciados podían leerlos y conocer sus
secretos. Se les atribuía enseñanzas tan profundas que habían de permanecer
ocultos para la mayoría. A los no iniciados se les aplicaba la llamada «ley del
arcano» —que la Iglesia primitiva mantuvo durante siglos—, según la cual ningún
profano podía acceder a la sabiduría de los maestros. De ahí que,
originalmente, el término «apócrifo» fuera un título de honor entre los
gnósticos. El cristianismo primitivo, en su lucha contra la herejía —y la
gnosis lo era por antonomasia—, aplicó el término apócrifo a todos los escritos
de origen desconocido y contenido herético, pero que en ocasiones pretendían
haber salido de la pluma de los apóstoles o de personajes del Nuevo Testamento
vinculados directamente con Jesús. Así es como esta palabra tomo el nuevo
sentido de «falsificado».
En el transcurso del
siglo XVI adquirió un tercer significado cuando la Reforma lo aplicó a todos
los escritos extracanónicos del AT, es decir, la pequeña colección de libros
que se encuentran en la Biblia Vulgata latina y que los católicos llaman «deuterocanónicos».
En este último caso, «apócrifo» no significa necesariamente «herético»
ni «falso»; simplemente «no inspirado», aunque se trate de obras
relevantes en el campo de la historia y de la evolución religiosa del Período
Intertestamentario. En una palabra, no se trata de libros secretos, sino
simplemente secundarios. En la actualidad se ha impuesto en el protestantismo
el nombre de «pseudoepígrafos» para describir toda una literatura
falsamente atribuida a grandes personajes del pasado: Adán, Enoc, Abraham, Job,
etc., distinguiendo así entre «apócrifos» y «pseudoepígrafos».[2]
Los estudiosos católicos
consideran que la denominación de «pseudoepígrafos» no es muy acertada,
dado que no todos los apócrifos son pseudoepígrafos y que además hay
pseudoepígrafos entre los libros canónicos, p.ej. el Cantar de los Cantares
atribuido a Salomón.
Buen número de libros apócrifos afirman ser obra directa de profetas o de apóstoles, según se trate de escritos judíos o cristianos, lo cual puede obedecer a un propósito deliberado de engaño o también a una simple estratagema para ocultar los nombres de los autores reales por motivos de seguridad, como ha hecho notar Héctor Mondragón: «los seudoepígrafes eran necesarios para la gente que escribía desde la clandestinidad: los perseguidos por los Asmoneos, los romanos o Herodes». Los judíos, debido a su deseo de distanciarse de los cristianos, no admitieron en su canon aquellas obras del período intertestamentario que gozaban de mayor favor en la cristiandad primitiva. Los cristianos, por su parte, rechazaron la literatura apócrifa gestada en su medio por no ser de autoría apostólica[3] y por su contenido herético.[4]
APÓCRIFOS DEL AT
Los Apócrifos del AT
vieron la luz entre los siglos II a.C. y I d.C., es decir, los períodos
correspondientes a la dominación helenística y romana en Palestina. Toda esta
literatura trató de responder a los interrogantes que los judíos se planteaban
en aquellos momentos de crisis política para Israel, que culminó con la
destrucción del Templo de Jerusalén en el año 70 d.C. Sus autores la
atribuyeron a personajes destacados de períodos recónditos de la historia de
Israel (patriarcas, profetas) con el fin de ganar prestigio para sus escritos y
también para salvaguardarse a sí mismos. Aunque el elemento apocalíptico está
presente en toda ella, la podemos clasificar como sigue según sus géneros más
destacados.
1.
Narrativo
2.
Testamentario
3.
Cánticos y oraciones
4.
Apocalíptico
I. NARRATIVO
1. Libro de los Jubileos, llamado también
«pequeño Génesis» (gr. leptogénesis o ta leptá, los detalles), ya que se trata
de un Génesis detallado. Se le denomina también Apocalipsis de Moisés. En el
escrito de Damasco se lo describe como el «libro de la división de los tiempos
según sus jubileos y sus semanas» (16,3). Narra la historia desde la creación
del mundo hasta la legislación en el Sinaí (Gn. 1—Ex. 19) dividida en períodos
de siete veces siete semanas de años (o sea, 49 años), es decir, jubileos,
procedimiento que ha dado su nombre al escrito. El conjunto comprende 49
jubileos, o sea, un jubileo de jubileos. Según el relato, un ángel lee a Moisés
en el Sinaí por orden de Dios los acontecimientos grabados en las tablillas del
cielo y el legislador hebreo los pone por escrito. La narración se apoya en la
Sagrada Escritura, pero libremente, a modo de > haggadah, con adiciones y
cambios según el interés del autor. Se hace hincapié en una más rigurosa
observancia de la Ley con sus fiestas y sus costumbres judías, que habrían
estado en vigor ya desde el principio de la historia. Tal es el fin que se
propone el autor: remontar hasta los orígenes las observancias judaicas y
relacionarlas con la época patriarcal. El libro utiliza un calendario especial,
ordenado según el año solar. Todo ello, así como la ampliación de la Ley y el
esfuerzo por aislar a Israel de todo lo impuro, sitúa el libro cerca de la
comunidad de > Qumrán. Originariamente debió componerse en Palestina durante
la segunda mitad del siglo II a.C. y en hebreo. Solo se ha conservado entero en
una traducción etiópica, basada a su vez en una versión griega; buena parte de
él existe también en una traducción latina. A todo ello hemos de añadir citas
griegas y siríacas, así como varios fragmentos del texto original hebreo
hallados en Qumrán. Su redacción apunta a los círculos > hasidim
prequmránicos en paralelo con Dn. 10-12 y 1 Enoc 73-82; 85-90.
2. 3 Esdras, relato paralelo del
libro canónico de Esdras que aparece en la Versión de los Setenta y que es
designado también con el nombre de «Esdras griego». El nombre de «3er libro de
Esdras» procede de la Vg., que enumera los libros canónicos de Esdras y
Nehemías como 1 y 2 libro de Esdras. Relata parte de la historia del Templo de
Jerusalén, así como su destrucción y su lenta restauración, y además el retorno
y la actividad de Esdras. Hallamos en él una especie de compilación de los
libros canónicos 2 Cro. 35s, Esdras y Neh. 7:12—8, 13, principalmente, pero
contiene también bastante material propio (3:1-5) sobre una apuesta de tres
guardianes en la corte de Darío, a consecuencia de la cual este permitió a
Zorobabel, uno de ellos, regresar a Judea y reconstruir el Templo de Jerusalén.
El libro fue redactado sin duda en griego durante la segunda mitad del siglo II
a.C. Autores como Cipriano, Basilio y Agustín lo consideraron canónico y así lo
citaron; por el contrario, Orígenes, Atanasio, Cirilo de Jerusalén, Epifanio y
Jerónimo no lo reconocieron.
3. 3 Macabeos no
se corresponde con su título, no contiene nada acerca de los Macabeos. Narra el
intento del rey egipcio Ptolomeo IV Filopátor (221-204 a.C.) de entrar en el
Templo de Jerusalén tras su triunfo sobre el rey sirio Antíoco III (año 217) y
la forma en que Dios se lo impidió, a consecuencia de lo cual persigue a los
judíos de Alejandría, que fueron salvados milagrosamente. Al final, Ptolomeo,
bajo la impresión que le produce la intervención divina, se convierte en
protector de los judíos. El librito, escrito en griego, apareció seguramente a
finales del siglo I a.C., probablemente en Alejandría.
4. 4 Macabeos
es
un tratado filosófico en forma de discurso acerca del dominio de la razón sobre
las tendencias. Se demuestra este postulado en primer lugar con argumentos
filosóficos y después con ejemplos de la historia de Israel, destacándose de
forma especial el martirio de Eleazar (2 Mc. 6, 18-31) y el de los siete
hermanos junto con su madre (2 Mac. 7) durante la persecución religiosa siria.
El autor, aunque judío, refleja un estoicismo popular y exhorta a sus
compatriotas a que obedezcan a Dios y a su Ley. El libro, escrito originalmente
en griego, seguramente fue compuesto en el siglo I de nuestra era, o bien a
principios del II, quizá en Alejandría o en Antioquía.
5. Libros sobre Adán se
hallan varios escritos que de forma legendaria y a veces con tierna poesía
hablan de nuestros primeros padres, de su caída, de su penitencia y de su
muerte: a) La Vida de Adán y Eva, conservado en una traducción latina de un
texto griego; b) El apócrifo indebidamente llamado Apocalipsis de Moisés,
conservado en griego. Ambos muestran grandes paralelismos en la materia tratada
e incluso en la redacción y proceden, sin duda, de una elaboración hebrea o
aramea del material, realizada con toda probabilidad en la época del templo de
Herodes (desde el año 20 a.C. hasta en 70 d.C.); c) el libro sirio llamado La
cueva del tesoro (cueva en la que están guardados los tesoros del paraíso) es
una historia del mundo desde la creación hasta Cristo; se trata de una obra
cristiana que usa tradiciones judías; d) un libro compuesto de varias partes
independientes, llamado Testamento de Adán o también Apocalipsis de Adán. Habla
de una liturgia celestial de los ángeles y de otras criaturas, con mención
específica de cada hora litúrgica del día y de la noche; contiene además
profecías de Adán sobre Cristo y menciona los nueve coros de ángeles con sus
respectivos cometidos.
6. Paralipomena Ieremiae, es decir, suplemento al
profeta Jeremías, también llamado Resto de las palabras de Baruc; es un escrito
originalmente judío imposible de datar, si bien su reelaboración cristiana,
conservada en griego y otras lenguas, puede ubicarse en la primera mitad del
siglo II. Narra la actividad de Jeremías antes y después de la destrucción de
Jerusalén, así como su muerte.
7. José y Asenat, llamado también Oración
de Asenat, escrito puramente judeo-helenístico, sin ninguna elaboración
cristiana. Fue compuesto en griego durante el último siglo a.C., o quizás en el
primero d.C., y probablemente en Egipto. Trata de Asenat, la hija de un
sacerdote egipcio (Gn. 41, 45) que al principio no quería casarse con José por
ser él un extranjero de Canaán e hijo de un pastor, pero luego, cautivada por
su belleza, se convierte al Dios verdadero y acepta el matrimonio. El librito
resalta especialmente la castidad y el amor a los enemigos.
II. TESTAMENTARIO.
1. Testamentos de los doce
patriarcas. Pretende
relatar las recomendaciones que los doce hijos de Jacob dirigieron a sus
respectivos vástagos antes de morir. Cada uno de los doce patriarcas reúne a su
familia y narra los hechos más importantes de su vida, poniendo de relieve
alguna cualidad o algún defecto, acompañándolos con exhortaciones morales y
profecías. A esto se añaden predicciones sobre el futuro de Israel. Todo este
material procede a la vez de las leyendas haggádicas, de la exhortación moral y
de la apocalíptica. Se discute mucho sobre el origen y el tiempo de composición
de este libro, que por primera vez cita Orígenes (In Ios. hom. xv 6). Muestra
un cierto parentesco con el mundo espiritual de Qumrán, pero esto no nos
autoriza a considerar toda la obra como qumránica o esenia. Muchos
investigadores suponen la existencia de un escrito original judío redactado en
hebreo o arameo entre el siglo II a.C. y la destrucción del Templo de Jerusalén
el año 70 d.C., en el cual se habrían producido más tarde interpolaciones
cristianas. La semejanza con los escritos de Qumrán ha llevado a algunos a
considerar el conjunto del libro como un escrito esenio al que los cristianos
habrían añadido ciertos pasajes de contenido cristológico. Una tesis extrema e
inadmisible propone aplicar al Maestro de Justicia de Qumrán los textos que
tradicionalmente se consideran interpolaciones cristológicas.
2. Varios testamentos.
Se
conservan además un Testamento de Adán, un Testamento de Job, midrash judío sobre Job transmitido en una
paráfrasis griega, quizá de los siglos II o III d.C.; un Testamento de Abraham,
escrito originariamente judío, quizás del siglo I o II d.C., sometido a revisión
cristiana; un Testamento de Isaac, emparentado con el anterior, que nos
describe el deceso y el viaje al más allá del patriarca; nos ha llegado a
través de su refundición cristiana en una traducción copta, otra árabe y otra
etiópica; un Testamento de Moisés; y un Testamento de Salomón redactado en
griego, de origen judeo-cristiano, quizás de los siglos III o IV d.C.
III. CÁNTICOS Y ORACIONES.
1. Salmo 151, breve himno escrito en
hebreo dedicado a David, rey de Israel. Se ha conservado también en griego, en
una traducción muy libre y enriquecida con la victoria de David sobre Goliat, e
igualmente en traducciones al latín y al sirio que dependen de la griega. La
poesía original, que conocemos gracias a un manuscrito del mar Muerto (quizá
del tiempo de Herodes), nos recuerda bajo ciertos aspectos el mundo espiritual
de Qumrán (la expresión «los hijos de su alianza», usada al final, extraña al
AT pero presente, en cambio, en el Rollo de la Guerra 17,8), sin que ello
signifique que deba haberse compuesto allí. Parece haber sido redactado en el
siglo II o I a. C. La Biblia hebrea delimitada bajo la influencia de los
fariseos no lo contiene, pero aparece en varios manuscritos griegos y antiguas
traducciones del libro de los Salmos, en conformidad con el tipo de mentalidad
judía atestiguado en Qumrán. Y todavía algunos escritores cristianos lo
consideran como uno de los salmos canónicos.
2. Odas de Salomón, cuarenta y dos en
número, de las cuales hasta ahora falta la segunda. Se han conservado en
siríaco, cinco de ellas también en copto en la obra gnóstica Pistis Sophia, y
una (la 11) en griego. Aún no se puede dilucidar cuál fue su lengua original:
griego, siríaco, arameo o incluso hebreo, como tampoco su origen o la época de
su composición. Seguramente se trata de poemas cristiano-gnósticos desde un
principio, sin reelaboraciones posteriores, que vieron la luz en Siria a
comienzos del siglo II. El que habla en los cánticos no es Salomón, pero su
atribución se debió desde muy pronto a la semejanza que presentan con los
llamados «Salmos de Salomón».
3. Oración de Manasés, devota confesión de los
pecados y plegaria penitencial del otrora impío rey Manasés en el cautiverio
asirio que desarrolla la información contenida en 2 Cro. 33. El autor es sin
duda un judío helenista que escribía en griego. No podemos entrever si esta
oración, atestiguada por primera vez en el siglo III d.C. (en la Didascalia
siríaca), apareció entre los siglos II o I a.C., o bien en nuestra era. Se
trata de un apócrifo que gozó de mucha estima, como evidencia el hecho de que
lo contengan muchas ediciones de la Biblia griega y de la latina, e incluso la
Vulgata oficial a modo de apéndice.
IV. APOCALÍPTICO.
El origen literario de
este género debe buscarse en la segunda parte del libro de Daniel (caps. 7-
12), donde se encuentra la más temprana literatura apocalíptica en sentido
estricto, y que fue imitado y desarrollado hasta la destrucción del Segundo
Templo. El objetivo principal de algunos de estos «Apocalipsis» era animar a
los judíos a mantenerse fieles a la Ley Mosaica y a soportar el martirio con la
esperanza de la proximidad de los tiempos escatológicos, creencia que sería
retomada por los cristianos y adaptada a sus circunstancias.
1. Libro de Enoc, uno de los primeros y
más importantes representantes del género apocalíptico, atribuido al patriarca
antediluviano arrebatado por Dios (cf. Gn. 5, 24). Se ha conservado
íntegramente en etíope. El texto griego nos ha llegado solo de forma parcial.
La cueva 4 de Qumrán ha proporcionado fragmentos de una decena de manuscritos
de este libro en arameo. Esta obra se dividide en: a) Libro de la caída de los
ángeles y asunción de Enoc (caps. 6-36); b) Libro de las Parábolas (caps.
37-71), que resume las creencias apocalípticas del autor; c) Libro de
Astronomía o «cambio de luminarias del cielo» (caps. 72-82), que figura
igualmente en el libro de los Jubileos y trata de las leyes que rigen los
astros y de los problemas de los calendarios: el calendario lunar ha sido
reemplazado por el solar, como en la secta de Qumrán; d) Libro de los Sueños
(caps. 83-90), probablemente de la época macabea; e) Libro de la exhortación y
de la maldición (cap. 91-105); y por último un apéndice (caps. 106-108). Una de
las partes más importantes es el Libro de las Parábolas, en donde el supuesto
Enoc anuncia a los antiguos y a los hombres del futuro tres parábolas. Su autor
fue tal vez un judío perteneciente a los círculos de los hasidim y pone en
escena a un personaje llamado a veces «Hijo de hombre», cuya función de juez
explica un ángel. Las Parábolas que mencionan al «Hijo del Hombre» proceden de
círculos asideos próximos al esenismo. Su fecha de redacción se sitúa en la
época de Alejandro Janeo (100-64 a.C.) o en los primeros tiempos de la
presencia romana, antes de la intervención de Pompeyo en Palestina.
2. Salmos de Salomón, conjunto de 18 cánticos
que se refieren a la época del rey seléucida Antíoco IV Epífanes y a la
conquista de Palestina por Pompeyo, llamado para decidir en el litigio entre
los hermanos Aristóbulo II e Hircano II. El autor ve en los romanos a los
instrumentos providenciales del aplastamiento de la dinastía ilegítima de los Asmoneos,
a quienes reprocha el haber «usurpado el trono de David y reemplazarlo con
orgullo» (Sal. 17,8), así como el entregarse a los vicios más abominables (Sal.
8,8). El Salmo 8, 16 describe con rasgos inequívocos la llegada de Pompeyo a
Jerusalén como un justiciero, aunque el Salmo 2 lo condena como profanador del
Templo. Fueron compuestos en hebreo y en Palestina a lo largo del siglo I a.C.,
más concretamente después de la conquista de Jerusalén por Pompeyo, el año 63
a.C., aunque se conservan en griego y en siríaco. El autor es un fariseo que encarna
el ideal de su secta, los «santos», en oposición a los «pecadores», es decir,
los Asmoneos y sus partidarios. Espera un Mesías davídico que es exactamente
todo lo contrario de los Asmoneos (Sal. 17,37ss.). Por esta última razón este
escrito fue considerado canónico en muchas iglesias cristianas durante largo
tiempo.
3. Asunción de Moisés, obra compuesta entre el
4 a.C. y el 30 de nuestra era, conocida por Orígenes. Trata de las predicciones
relatadas por Moisés a Josué acerca de los principales acontecimientos de la
historia de Israel, que alcanzan hasta los hijos de Herodes el Grande. El cap.
9 introduce un personaje misterioso de la tribu de Leví, llamado Taxo, sobre
cuya identificación todavía no hay acuerdo. Josefo refiere en sus escritos la
leyenda de la desaparición de Moisés, dando a entender que no ha muerto, lo que
supone una tradición sobre la asunción de Moisés. Huellas de esta creencia las
hallamos también en el relato de la transfiguración de Jesús. La epístola de
Judas recoge de la Asunción de Moisés la extraña historia según la cual el arcángel
Miguel y Satán se disputaban el cuerpo del legislador.
4. Ascensión de Isaías, conservado íntegramente
en etíope y parte en latín. Según R. H. Charles, sería una compilación
cristiana de tres escritos distintos: el martirio de Isaías — que murió
«aserrado», cf He. 11:37—, de origen judío; el testamento de Ezequías y la
visión o éxtasis de Isaías, estos dos últimos de origen cristiano. R.H. Charles
sitúa la obra del compilador en el siglo I d. C. En el cap. 4, 3 se menciona el
martirio del apóstol Pedro bajo Nerón.
5. Otros pequeños elementos apocalípticos en a) Vida de Adán y Eva, donde Adán anticipa el don de la Ley, el exilio, el retorno y la construcción del Templo; b) el Testamento de Abraham — el gran patriarca ve todas las cosas creadas y el mundo, que durará siete edades, cada una de mil años. Después es transportado por Miguel a las puertas del cielo, donde contempla tres juicios diferentes—; c) Apocalipsis de Abraham, libro judío con adiciones cristianas sobre la revelación hecha a Abraham acerca del porvenir de su raza, compuesto tras la caída de Jerusalén en el año 70 d.C. Contiene el interesante, aunque fabuloso, relato midráshico sobre la conversión de Abraham de la idolatría; d) IV Esdras, conjunto de siete visiones; en las tres primeras Esdras plantea a Dios toda clase de preguntas sobre los problemas religiosos que le atormentan, recibiendo la respuesta divina; las tres siguientes contienen un apocalipsis histórico similar a Daniel 7-12 y versan sobre la época del fin: visión de la mujer, del águila y del hombre; la séptima se refiere a la leyenda de Esdras y a sus revelaciones sobre los libros santos. Este escrito data de fines del siglo I d. C.; y c) Libro de los secretos de Enoc, originariamente escrito en griego.[5]
APÓCRIFOS DEL NT
1.
Lugar y significado
2.
Evangelios
3.
Hechos
4.
Cartas
5.
Apocalipsis
6.
Conclusión
I. LUGAR Y SIGNIFICADO
Los apócrifos del NT
nunca tuvieron entre los cristianos la estima de que gozaron los apócrifos del
AT. En cuanto a su estilo literario, se asemejan a los escritos del NT,
pudiendo clasificarse muchos de ellos dentro de las categorías de Evangelios,
Hechos, Cartas y Apocalipsis. El problema es el carácter ficticio de su
contenido, sin excluir la posibilidad de que en ellos se conserven detalles
genuinos de la tradicion cristiana.
Muchos de estos escritos
surgieron en entornos heréticos, principalmente > gnósticos, que constituyen
los primeros intentos de «contextualizar» el mensaje cristiano a la luz de la
filosofía grecorromana, de donde su tendencia «racionalista» en algunos casos.
Ninguno de ellos es anterior al siglo II d.C., de manera que ninguno puede
pretender haber sido escrito por apóstoles o tener autoridad apostólica, una de
las pruebas de canonicidad para la iglesia primitiva.
La mayoría de los
Evangelios apócrifos son abiertamente heréticos, compuestos a fin de vehicular
ideas y enseñanzas distintas a la doctrina apostólica de la Iglesia primitiva.
El Evangelio de Pedro, por ej., es un producto del docetismo, herejía que
sostuvo que el cuerpo de Cristo no era real, sino aparente. El Evangelio de los
Hebreos, por contra, gozó de gran estima y autoridad en la vida cotidiana de
los cristianos de origen judío. Otros eran leídos en círculos gnósticos, como
el Evangelio de Tomás. Otros, por fin, como ciertos relatos de la Infancia de
Jesús o Hechos de los Apóstoles, fueron elaborados para satisfacer la
curiosidad de la gente común de la Iglesia, que se preguntaba por los
«silencios» de los escritos bíblicos acerca de la vida de Jesús y sus
discípulos; en ellos se narran fantásticos detalles acerca de supuestos viajes
misioneros y hechos portentosos, como milagros realizados después de la muerte.
Mucha de esta literatura representa la primera «novelística cristiana» de la
época, pensada tanto para lectores cristianos como paganos.
A pesar de haberse
transmitido al margen de la autoridad de la Iglesia, e incluso contra ella, es
innegable que esta literatura alimentó en muchos casos la fe del pueblo
creyente, y hasta la mantuvo viva, yuxtaponiendo datos canónicos con elementos
folklóricos, familiares en la literatura popular de la época, contribuyendo a
adaptar las necesidades de la catequesis cristiana a la mentalidad del pueblo.
II. EVANGELIOS
En tiempos primitivos hubo
gran número de evangelios apócrifos, muchos de los cuales se han perdido.
Importa observar, como escribe Roderic Dunkerley, que «la enorme prolijidad de
la literatura e historias sobre Jesús constituye una prueba concluyente del
impacto que causó su personalidad sobre las primeras generaciones de
cristianos». Los principales que se conservan son:
1. Evangelio de los Nazarenos, atestiguado por
Hegesipo, Eusebio, Epifanio y Jerónimo, y empleado entre los judeocristianos de
Siria. Era un escrito arameo emparentado con el evangelio canónico de Mateo.
Los fragmentos conservados no alcanzan la talla del estilo de Mateo. Es
probable que se compusira en la primera mitad del siglo II en círculos
judeocristianos de habla aramea, quizá en Siria.
2. Evangelio de los Ebionitas, escrito usado por la
secta de herejes judeocristianos del mismo nombre, según Epifanio; a juzgar por
las citas que se conocen de él, parece haber sido una elaboración libre y
mezclada con leyendas del caudal de las narraciones sinópticas, hecha en parte
bajo una mentalidad gnóstica. Este evangelio, que como obra conjunta se ha
perdido, a pesar de su carácter judeocristiano es probable que originalmente
hubiera sido escrito en griego y en la primera mitad del siglo II. Muchas veces
es identificado con el Evangelio de los doce, conocido solamente por el título,
que mencionan Orígenes, Ambrosio y Jerónimo.
3. Evangelio de los Hebreos, conocido por Clemente
de Alejandría, Orígenes y Eusebio. Habría sido un poco más breve que el Mateo
canónico. Se han conservado solo algunos fragmentos, los cuales se diferencian
fuertemente de los evangelios neotestamentarios, pues muestra elementos
sincretistas de tipo gnóstico, amén de rasgos de cierto matiz judeocristiano.
Probablemente es de origen egipcio. Debió redactarse en lengua griega, quizá en
círculos de judeocristianos egipcios que hablaban griego, lo cual explicaría su
título. Al igual que los anteriores, vio la luz en la primera mitad del siglo
II.
4. Evangelio de Santiago, también llamado desde
el siglo XVI Protoevangelio de Santiago, fue conocido tal vez por Justino
(Dial. con Trifón 78, 5) y por Clemente Alejandrino (Stromata VII, 93); está
claramente atestiguado por Orígenes, que lo llama «el libro de Santiago»
(Comment. in Mt. 10 17 a Mt. 13, 55s). Es la primera leyenda mariana de la
literatura cristiana. El escrito narra la vida de la madre de Jesús siguiendo
el modelo del relato del nacimiento de Samuel en el AT. Refiere el anuncio
angélico del nacimiento de María a Joaquín y Ana, sus padres —a quienes nombra
por primera vez en toda la literatura cristiana—, en respuesta a sus fervientes
oraciones, y cómo María, al igual que Samuel, fue presentada al Señor y educada
en el Templo. Describe la milagrosa concepción de Jesús y su vida en el hogar de
José, de quien se dice que era un viudo anciano, destacando así la perpetua e
incólume virginidad de María, conservada incluso en el nacimiento milagroso de
Jesús en una cueva cerca de Belén. Declara que Zacarías, padre de Juan el
Bautista, fue asesinado por Herodes al no querer revelar el lugar donde se
escondían Elisabet y Juan cuando la matanza de los niños de Belén. El autor se
llama a sí mismo Santiago (25,1) y sostiene que en aquel tiempo estaba en
Jerusalén; pretende, pues, ser Santiago el llamado «hermano del Señor». Este
escrito fue compuesto a mediados del siglo II, sin duda fuera de Palestina, y
es uno de los más ficticios. Transmitido en muchos manuscritos (el más antiguo
del siglo III), se ha conservado en su forma original griega y en distintas
traducciones antiguas. Al principio influyó más en la Iglesia oriental que en
la occidental, donde el Decreto Gelasiano lo rechazó. Esta obra fue, directa o
indirectamente, la fuente principal para las posteriores leyendas marianas, y
así influyó fuertemente en el arte cristiano e incluso en la liturgia.
5. Historia de la infancia del Señor, escrita por «Tomás el
Israelita», probablemente a finales del siglo II. Conocida hasta tiempos muy
recientes como Evangelio de Tomás, se la designa hoy como hemos hecho nosotros
a fin de evitar una confundirla con el recientemente descubierto evangelio
gnóstico de Tomás. Narra muchas leyendas acerca del niño Jesús, algunas incluso
de mal gusto: Jesús niño emplea sus poderes sobrenaturales con fines
destructivos y vengativos, de tal manera que provoca la queja de las gentes
ante José: «Tú, que tienes este niño, no puedes vivir con nosotros en la aldea:
o le enseñas a bendecir o [le enseñas] a no maldecir; porque mata a nuestros
niños» (cp. 4).
6. Evangelio de Nicodemo, llamado también Actas
de Pilato, data de mediados del siglo IV d.C y fue redactado originariamente en
griego. En el siglo V recibió su forma definitiva. Justino hace referencia a
unas «actas de Pilato» (Apol. I, 35, 9; 48, 3, cf. Tertuliano, Apologeticum 21,
24; 5, 2; 21, 19) que no son este evangelio. Según Eusebio, durante la
persecución de Maximino Daza contra los cristianos se leyeron en las escuelas
actas de Pilato, falsificadas por los paganos para ridiculizar a Cristo (Hist.
eccl, IX 5,1; cf. I, 9, 3; 11, 1). El primero que menciona actas cristianas de
Pilato es Epifanio (Haer. I, 1, 5, 8). En este evangelio un cristiano llamado
Ananías cuenta cómo halló protocolos redactados en hebreo por Nicodemo acerca
del proceso de Jesús y cómo los tradujo al griego en el año 425. Relata las
negociaciones ante Pilato, la cucifixión y la sepultura de Jesús (1- 11), las
investigaciones del sanedrín, las cuales habrían demostrado que la Resurrección
del Señor había sido un hecho real (12-16), y declaraciones de dos difuntos
resucitados sobre el descenso de Jesús a los infiernos y sobre sus obras en
aquel lugar (17-27). Culpa tajantemente a los judíos de la muerte de Jesús y
exculpa a Pilato.
7. Evangelio de Pedro, redactado originariamente
en griego, vio la luz en el siglo II entre círculos heréticos, probablemente en
Siria, y fue atribuido al apóstol Pedro, quien se presenta a sí mismo como
autor. Quizá ya fue utilizado por Justino (Apol. I, 35 6); hacia el año 200 lo
menciona el antioqueno Serapión (en Eusebio, Hist. ecel. VI, 12, 4-6); más
tarde lo citan Orígenes (Comment. in Mt 10,17 a Mt. 13, 55s) y Eusebio (Hist.
eccl. III, 3, 2). Según Serapión, estaba en uso entre los docetas sirios de
finales del siglo II, que negaban la verdadera humanidad de Jesús y le
atribuían un cuerpo aparente. De ahí su afirmación de que el Señor «guardó
silencio, como si no sintiera dolor» al ser crucificado. Su marcado cariz
antijudío se trasluce cuando culpa de la muerte de Jesús a Herodes y a los
judíos.
8. Evangelio de los Egipcios, escrito originariamente
en griego, fue compuesto probablemente en Egipto hacia el siglo II y se
difundió allí entre los cristianos procedentes del paganismo. Aparece
atestiguado en Clemente de Alejandría (Stromata III, 63,1; 93,1), en Hipólito
(Ref ut. V, 7,9), en Orígenes (In Lc hom. I) y en Epifanio (Raer, LXII, 2,4s),
y se caracteriza como un escrito herético de uso entre ascetas encratitas y
naasenos, así como por sabelianos, que defendian una concepción modalista de la
Trinidad. No hay que confundirlo con un Evangelio de los egipcios cuyo
verdadero título es El gran libro del espíritu invisible, obra gnóstica
conservada en lengua copta y procedente del hallazgo de Nag Hammadi, que
pretende haber sido redactada por el «gran Seth», tercer hijo de Adán, pero que
es en realidad obra del maestro gnóstico Goguessos, apodado Eugnostos.[6]
III. HECHOS
Las historias apócrifas
de apóstoles pertenecen a la literatura popular narrativa y en muchas ocasiones
se asemejan a la primera literatura novelística de la época. Su razón de ser es
rellenar el silencio del NT sobre los viajes y la actividad de los apóstoles,
así como la necesidad de conocer más acerca de los primeros héroes cristianos y
demostrar el carácter apostólico de algunas iglesias. Exaltan a los apóstoles
por encima de la realidad y hacen de ellos personajes fantásticos dotados de
poderes milagrosos en vida y aun muertos. Aunque pudiera haber un fondo real en
algunos incidentes narrados, en su mayor parte carecen de valor histórico.
Suelen proceder de círculos católicos, aunque no pocas veces también de
comunidades heréticas de tipo gnóstico. Los Hechos heréticos pretenden difundir
doctrinas heterodoxas recurriendo a la autoridad de algún apóstol. Aun cuando
estos escritos heréticos recibieron más tarde una elaboración católica, no
siempre han perdido su intención primitiva. Presentan muchos rasgos comunes con
la antigua literatura heroica del paganismo, como la narración de hechos y de
viajes (ambas cosas expresadas frecuentemente en los títulos originales), y los
relatos de milagros. Dado el gran papel que conceden a la superstición, se
convierten en divulgadores de creencias paganas realmente absurdas, pese a su
origen cristiano. Es posible que entre toda la maraña de relatos increíbles y
extravagantes se oculten noticias exactas de hechos reales, pero son muy
difíciles de detectar.
1. Hechos de Pedro. Obra escrita a finales
del siglo II o a comienzos del s III d.C., probablemente en Asia Menor. Narra
cómo Simón el mago arrastró casi toda la comunidad de Roma a la apostasía
cuando Pablo abandonó la Urbe para ir a evangelizar España. Cristo comisiona a
Pedro, que se encuentra todavía en Jerusalén, para que vaya a Roma con el fin
de oponerse a > Simón el mago. Al refutar al hechicero Pedro realiza toda
clase de milagros, como hacer hablar a un perro, nadar a un arenque muerto,
hablar a un bebé como si fuera un adulto y que varias personas se levanten de
los muertos. De acuerdo con la narración, la enseñanza de Pedro sobre el
ascetismo y la castidad causa la separación de muchas mujeres de sus esposos,
lo que finalmente le trae dificultades con las autoridades, que se deciden a
matarlo. Al principio cede a los ruegos de sus amigos y huye de Roma, pero
Cristo le sale al encuentro y Pedro le pregunta a Jesús: «Señor, ¿a dónde vas?»
(¿la famosa leyenda del Quo Vadis?). La respuesta es: «Voy a Roma para ser
crucificado». Pedro entonces regresa a la ciudad y es crucificado cabeza abajo.
2. Hechos de Pablo. El conjunto de la obra
se ha perdido, aunque se conserva en buena parte. Son conocidos desde hace
mucho tiempo, aunque su admisión como parte integrante de los Hechos de Pablo
es bastante reciente, los siguientes escritos: a) Hechos de Pablo y Tecla. El
apóstol Pablo, cuya figura es descrita en el cap. 3, predica en Iconio y una
doncella llamada Tecla se convierte a Cristo, abandonando a su prometido.
Condenada a la hoguera, escapa a la muerte; más tarde, es salvada de las fieras
en Antioquía. Se bautiza a sí misma y muere finalmente en Seleucia. b)
Respuesta de los corintios a 2 Cor, con una tercera carta de Pablo a la Iglesia
de Corinto; c) Martirio de Pablo, en que el Apóstol, al ser decapitado en Roma
bajo Nerón, salpica de leche el vestido del verdugo. Según Tertuliano, la obra
fue compuesta como una novela apostólica por un presbítero de Asia Menor que
perdió su dignidad a causa de una falsificación tal de la historia (De baptismo
17, 5). Es notable por su famosa descripción de Pablo como un hombre de baja
estatura, calvo, de piernas curvadas, cejijunto y con una nariz prominente.
Este escrito expresa una fuerte aversión al matrimonio y contiene varias
presuntas bienaventuranzas del apóstol acerca de la castidad, incluyendo la que
dice: «Bienaventurados son los que tienen esposa como si no la tuvieran, porque
heredarán a Dios».
3. Hechos de Juan, redactado originalmente
en griego, tal vez en Asia Menor, no ve la luz más tarde del siglo III. Narra
los viajes del apóstol Juan, su estancia en Éfeso en dos ocasiones, donde obra
muchos milagros y destruye el templo de Ártemis, así como su predicación sobre
Cristo y su deceso. El relato está lleno de reminiscencias gnósticas,
encratitas y docetas. Jesús aparece en 79 formas variables: joven y anciano, inmaterial
y de cuerpo sólido (89-93); no precisa comer ni dormir (89); no imprime huellas
al caminar (93); sus padecimientos no fueron reales y en la crucifixión fue
como un fantasma (97-101).
4. Hechos de Andrés, redactado en la segunda
mitad del siglo II y extendido por círculos heréticos. Aunque no es un producto
directo de la gnosis, tiene ciertos puntos de contacto con ella. Contiene
pensamientos de la filosofía helenística contemporánea y en ocasiones recuerda
las ideas de Taciano.
5. Hechos de Tomás, escrito originalmente
en siríaco, se difundió en círculos gnósticos y maniqueos. Debió componerse
hacia finales del siglo II o en la primera mitad del siglo III. Son los únicos
hechos apócrifos de los apóstoles que se conservan completos a pesar de su origen
y contenido gnóstico. Tuvo gran difusión y fue reelaborado con impronta
ortodoxa. El relato comienza con la famosa reunión de los apóstoles en
Jerusalén en la que se distribuyeron los campos de misión del mundo. Tomás
recibe la India como destino, pero rehúsa aceptar esta misión aun después de
que Jesús se le aparece y trata de dispersar sus temores. El Señor entonces lo
envía como carpintero al rey de la India, para quien trazó los planos de un
magnífico palacio, además de llevar a cabo un ministerio lleno de lo milagros y
hechos sobrenaturales: un pollino habla; una serpiente es obligada a absorber
el veneno del cuerpo de un joven asesinado, con lo que vuelve a la vida; una
joven muerta resucita y relata los horrores de su experiencia en el infierno; cuatro
asnos salvajes son llamados como sustitutos de unas bestias de carga exhaustas
y uno de ellos exorciza además un demonio de una mujer y de su hija; como
consecuencia de su predicación y de la conversión de personas de la corte,
Tomás es arrojado en un horno encendido, cuyo fuego se apaga de inmediato y del
cual sale sano y salvo al día siguiente. El apóstol recibe la palma del
martirio al ser atravesado su corazón por la espada de un pontífice pagano.
6. Otros Hechos apócrifos
secundarios
son a) Hechos de Felipe; b) Hechos de Mateo; c) Hechos de Andrés y Mateo; d)
Hechos de Pedro y Andrés; e) Hechos de Andrés y Pablo; f) Hechos de Bartolomé;
g) Hechos de Simón y Judas; h) Hechos de Tadeo; i) Hechos de Bernabé, etc.[7]
IV. CARTAS
Son relativamente escasas
las epístolas apócrifas, pese a ser el género epistolar el predominante del NT.
Por razones que se desconocen, los autores de obras apócrifas juzgaron que
había otros géneros más apropiados que las cartas para transmitir su
pensamiento. Tal vez porque las espístolas son más difíciles de imitar que los
Evangelios, los Hechos o los Apocalipsis. La mayoría del epistolario apócrifo
carece casi de importancia; sin embargo, hay algunas obras que merecen ser
mencionadas.
1. Correspondencia entre Abgar de
Edesa y Jesús.
El
rey Abgar V de Edesa, que gobernó del año 4 a.C. al 7 d.C., padece una
enfermedad incurable y al oír hablar de los milagros de Jesús, le envía un
mensajero con una carta. En ella le declara su fe en él como Hijo de Dios y le
ruega que se dirija a Edesa para curarlo y encontrar protección contra las
asechanzas de los judíos. Jesús promete enviarle a uno de sus discípulos para
sanarlo. Este intercambio epistolar, que con seguridad fue escrito originalmente
en siríaco, vería la luz en Edesa, sin duda con la intención de demostrar el
origen apostólico de su iglesia.[8]
2. Tercera carta de Pablo a los
Corintios, donde el apóstol refuta
a los falsos maestros que rechazan la autoridad de los profetas y niegan la
omnipotencia de Dios, la creación del hombre por una acción divina, la futura
resurrección de la carne y la verdadera encarnación de Cristo en María. El
conjunto constituye una parte de los mencionados Hechos de Pablo.
3. Epístola a los de Laodicea,
de solo veinte versículos, escrita en latín sin dar evidencias de ser
traducción de un texto griego anterior, está compuesta por giros tomados de las
epístolas canónicas de Pablo, especialmente de la carta a los Filipenses.
Aparece en Occidente a finales de la época patrística. Pretende ser la carta
mencionada en Col. 4:16.
4. 3 Epístola a los Corintios (cf. 1 Co. 5:9),
que forma parte del apócrifo Hechos de Pablo.
5. Correspondencia entre Pablo y Séneca,
conservado en más de trescientos manuscritos. Consta de ocho cartas breves
atribuidas al filósofo romano L. Anneo Séneca y de seis cartas, todavía más
breves, atribuidas a Pablo. Todas se hallan escritas en un mal estilo latino,
muy pobre de expresión. Séneca admira ciertamente las doctrinas del Apóstol,
pero echa de menos un estilo cuidado y por eso le envía un libro titulado De
verborum copia, con el cual Pablo podrá aprender un latín mejor. Séneca lee al
emperador Nerón fragmentos de las cartas del Apóstol y queda impresionado.
Pablo ruega a Séneca, no obstante, que deje de hacerlo, pues de otro modo el
Apóstol deberá arrostrar las iras de la emperatriz Popea. Séneca se queja del
incendio de Roma y de los martirios infligidos a los cristianos. Este intercambio
epistolar podría haber sido escrito en la segunda mitad del siglo IV.
6. Carta de Bernabé,
escrito atribuido al apóstol de este nombre, aunque la carta misma nunca lo
pretende. Es en realidad un tratado teológico en forma epistolar compuesto a partir
de diversas fuentes y parecido a la carta a los Hebreos. Enseña que las
disposiciones de Dios sobre sacrificios, circuncisión y restricciones
alimenticias de la Ley nunca tuvieron un sentido literal, sino que revestían un
elevado contenido espiritual, ya que, en lugar de ceremonias externas, Dios
exigía una actitud interna. Al interpretar los judíos estos mandamientos al pie
de la letra fueron seducidos por un ángel maligno y, en consecuencia,
desconocieron la voluntad de Dios. El autor abunda en la interpretación alegórica
de la Escritura y así encuentra alusiones cristológicas en lugares y figuras
del AT que difícilmente podrían serlo. La carta es un testimonio excepcional
sobre la discusión entre el judaísmo y el cristianismo en la primera época de
la Iglesia. Sin duda el escrito se originó en la primera mitad del siglo II.
Durante algún tiempo fue considerado canónico por algunas iglesias.
V. APOCALIPSIS
Entre las producciones de
este género literario merecen ser citadas especialmente la Ascensión de Isaías,
los Apocalipsis de Pedro y de Pablo, así como el Pastor de Hermas.
1. Apocalipsis de Pedro,
el más importante de los Apocalipsis apócrifos cristianos. Se debe distinguir
del Apocalipsis de Pedro gnóstico, descubierto en 1946 en Nag Hamadí. Se ha
conservado en parte en un fragmento griego descubierto en 1886 en la tumba de
un monje cristiano de Akhmim (Alto Egipto), como también en una traducción
etíope conocida desde 1910, que se considera más cerca del original que el
fragmento griego. Este Apocalipsis, que alcanzó gran circulación y mucha
estima, es digno de destacar por sus vívidas descripciones de los castigos
concretos que sufren los condenados por sus pecados específicos. Son
atormentados por demonios con serpientes, gusanos y buitres sobre ruedas
incandescentes y ríos de fuego. Incluye además una breve descripción del
paraíso de los redimidos, perfumado y lleno de frutos. Debió componerse en el
siglo II.
2. 5 Esdras. Idéntico
al 4 Esdras 1 y 2 en los mss. latinos. Contiene una invectiva contra el pueblo
judío «duro de cerviz» por causa de sus pecados muy al estilo del AT, así como
promesas consoladoras a los cristianos, el nuevo pueblo de Dios.
3. 6 Esdras.
Idéntico al 4 Esdras 15 y 16 en los mss. latinos. Estos 2 capítulos describen la
suerte y la destrucción total que viene a «toda la redonda tierra» por causa de
la maldad. Pero Dios librará a sus elegidos de esos días de terrible
desolación.
4. Oráculos sibilinos cristianos.
Los oráculos sibilinos habían ejercido gran influencia en el mundo pagano antes
de la era cristiana. En ellos la Sibila daba a conocer la voluntad de los
dioses. Como no estaban sometidos a ningún control, tanto los judíos
helenísticos como los cristianos se sirvieron de ellos para sus propagandas
haciendo interpolaciones o componiendo otros nuevos sobre los modelos antiguos.
Los libros 6 al 8 son puramente cristianos. El 6 contiene un himno a Cristo y
al bendito árbol sobre el que fue «extendido». El 8 comienza con un anuncio de
condenación de la depravada y atea Roma. Luego sigue un canto sobre el triunfo
escatológico de Cristo. El libro concluye con un himno a Dios y al Logos que se
encarnó.
5. Apocalipsis de Pablo.
Libro de finales del siglo IV o V d.C. que pretende explicar lo que Pablo vio
cuando fue «arrebatado hasta el tercer cielo» (2 Co. 12:2-4). Describe la
«ciudad de Cristo» con sus 12 muros, 12 torres, 12 puertas y 4 ríos. Allí
encuentra a muchos santos del AT y a María la madre de Jesús. Luego se le
muestra la terrible condenación de varias clases de pecadores, cuyos suplicios
son atenuados durante la noche y el domingo.
6. Cartas de los apóstoles,
epístola dirigida por los apóstoles a la Iglesia que contiene las revelaciones
de Cristo durante el tiempo que media entre la Resurrección y la Ascensión. Se
narra el descenso a los infiernos, la Ascensión de Cristo a través de los siete
cielos y su revestimiento de forma angélica; los signos cósmicos de la venida
de Cristo y la cruz gloriosa. La obra procede seguramente de una corriente
judeocristiana ortodoxa emparentada con la tradición joánica y probablemente
del Asia Menor.
7. Otros apocalipsis de
menor importancia son: a) Apocalipsis de Tomás. Profecía de las «señales que
ocurrirán al fin del mundo», pretendidamentes revelada al apóstol. Probablemente
fue escrito en latín hacia el siglo V; b) Apocalipsis de Esteban, obra maniquea
condenada en el siglo VI d.C. por el Decretum Gelasianum juntamente con los
Apocalipsis de Pablo y de Tomás; c) Apocalipsis de la Virgen. Narra los
tormentos de los condenados que vio la Virgen María. VI.
CONCLUSIÓN
Los apócrifos del NT
constituyen una fuente de estudio muy importante en tanto que confirmación de
la historia canónica y reflejo del ambiente literario en que nacieron los
escritos del NT, así como por el influjo que han tenido en la formación de
tradiciones religiosas populares y porque descubren muchos rasgos heréticos
interesantes para la historia del primitivo cristianismo y para la historia de
la Iglesia en general. Carecen de utilidad, no obstante, como noticias
fidedignas sobre la historia de Jesús y su mensaje, o sobre otros personajes
del NT.
[1]
Toda la información expuesta aquí, pertenece al Gran Diccionario enciclopédico
de la Biblia – Alfonso Ropero, editorial Clie. En su encabezado “1- Apócrifos, 2-
Apócrifos del A.T y 3- Apócrifos del N.T”.
[2] cf. R. H. Charles. The Apocrypha
and Pseudepigrapha of the Old Testament, 2 vols. Oxford 1913 y E. Kautzsch, Die
Apocryphen und Pseudepigraphen des A.T., 2 vols. Tubinga 1900-1920
[3] cf. Ireno, Adv. Haer.
[4] G. Cornfeld, “Apócrifa, literatura”, en EMB I, 88-89; D. deSilva, The Jewish Teachers of Jesus, James, and Jude: What Earliest Christianity Learned from the Apocrypha and Pseudepigrapha (OUP 2012); Id., Introducing the Apocrypha: Message, Context, and Significance (Baker Academic 2002); B.M. Metzger, An Introduction to the Apocrypha (Nueva York, 1957); D. Rops y J. Bonsirven, La Biblia apócrifa (Ed. Eler, Barcelona 1964).
[5] J. Bonsirven y D. Rops, La Biblia apócrifa (Ed. Eler, Barcelona1964); R.H. Charles, The Apocrypha and Pseudepigrapha of the Old Testament, 2 vols. (Clarendon Press; Oxford, 1913, reed. 1966); Id., Versión del texto etíope de El libro de Enoc, el profeta (Edaf, Madrid 2006); A. Díez Macho, dir., Apócrifos del Antiguo Testamento, 5 vols. (Cristiandad 1987); S. Mowinckel, El que ha de venir: Mesías y Mesianismo (Ed. Fax, Madrid 1975); A. Piñero, Literatura judía de época helenística en lengua griega (Síntesis, Madrid 2007); J.R. Porter, La Biblia perdida (Blume, Barcelona 2010); J. Poully, Los Manuscritos del Mar Muerto y la Comunidad de Qumran (EVD 1980).
[6] M. Alcalá, Los Evangelios de Tomás
el Mellizo y María Magdalena (EM 2000); J. Carter, Evangelios apócrifos
(Editorial Sirio, Málaga 1998); P. Crépon, Los evangelios apócrifos (Edaf,
Madrid 2000); R. Dunkerley, Más allá de los Evangelios (Plaza & Janés,
Barcelona 1966); E. González Blanco, Los Evangelios Apócrifos, 3 vols. (Madrid,
1934, reimpresión Hyspamérica Ediciones Argentina, Madrid 1985, 2 vols.); H.-J.
Klauck, Los Evangelios apócrifos. Una introducción (ST 2006); A. Puig, ed., Los
Evangelios apócrifos, 2 vols. (Ariel, Barcelona 2008); A. de Santos Otero, Los
Evangelios apócrifos (BAC 1956); P. Ramón Tragán, ed., Evangelios apócrifos.
Origen. Carácter. Valor (EVD 2008); R.M. Trevijano, Estudios sobre el Evangelio
de Tomás (CN 2006).
[7] Hechos de Andrés y de Matías en la
ciudad de los antropófagos. Martirio del apóstol san Mateo (CN 2002); H.-J.
Klauck, Los Hechos apócrifos de los Apóstoles. Una introducción (ST 2008); A.
Piñero y G. del Cerro Calderón, eds., Hechos apócrifos de los Apóstoles, 3
vols. (BAC 2005-2012).
[8]
La
leyenda de Abgar y Jesús (CN 2001).
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