Apócrifos del Antiguo y Nuevo Testamento | Bibliología con Feliberto Vásquez Rodríguez

 


Introducción[1]

La palabra apócrifos del gr. apókryphos, significa «escondido, misterioso, secreto». Procede del verbo apokryptein, «ocultar», y en ese sentido se utilizaba para designar lo que no se leía públicamente. En el griego clásico y helenístico el término apókryphos, se refería a lo que permanecía «escondido», o se mantenía «en secreto».

La historia de este vocablo ostenta una evolución interesante, ya que da origen a significados y acepciones contrapuestas. En sentido propio significa «secreto» y designaba en un principio a ciertos libros judíos y cristianos gnósticos que contenían enseñanzas ocultas, demasiado sagradas para ser divulgadas o dadas a conocer a los profanos. El IV libro de Esdras se hace eco de una leyenda según la cual Dios otorgó al escriba y sacerdote Esdras una inspiración especial que le permitió dictar en 40 días 94 libros, de los cuales 24 habían de ser dados a conocer de inmediato, es decir, los libros del canon hebreo del AT, mientras que los 70 restantes debían ser confiados a los sabios (Esdras entre ellos, naturalmente). De esos 70, los apocalipsis, compuestos, según se pretendía, por Enoc, Moisés y los patriarcas, habrían de permanecer escondidos desde la época en que habían sido redactados hasta el fin de los tiempos (IV Esdras 16:45-48).

El gnosticismo, por su parte, siguiendo las tradiciones esotéricas de los cultos de misterios de la época, designaba con este término sus propios escritos sagrados, que entendía vetados a los profanos; solo los iniciados podían leerlos y conocer sus secretos. Se les atribuía enseñanzas tan profundas que habían de permanecer ocultos para la mayoría. A los no iniciados se les aplicaba la llamada «ley del arcano» —que la Iglesia primitiva mantuvo durante siglos—, según la cual ningún profano podía acceder a la sabiduría de los maestros. De ahí que, originalmente, el término «apócrifo» fuera un título de honor entre los gnósticos. El cristianismo primitivo, en su lucha contra la herejía —y la gnosis lo era por antonomasia—, aplicó el término apócrifo a todos los escritos de origen desconocido y contenido herético, pero que en ocasiones pretendían haber salido de la pluma de los apóstoles o de personajes del Nuevo Testamento vinculados directamente con Jesús. Así es como esta palabra tomo el nuevo sentido de «falsificado».

En el transcurso del siglo XVI adquirió un tercer significado cuando la Reforma lo aplicó a todos los escritos extracanónicos del AT, es decir, la pequeña colección de libros que se encuentran en la Biblia Vulgata latina y que los católicos llaman «deuterocanónicos». En este último caso, «apócrifo» no significa necesariamente «herético» ni «falso»; simplemente «no inspirado», aunque se trate de obras relevantes en el campo de la historia y de la evolución religiosa del Período Intertestamentario. En una palabra, no se trata de libros secretos, sino simplemente secundarios. En la actualidad se ha impuesto en el protestantismo el nombre de «pseudoepígrafos» para describir toda una literatura falsamente atribuida a grandes personajes del pasado: Adán, Enoc, Abraham, Job, etc., distinguiendo así entre «apócrifos» y «pseudoepígrafos».[2]

Los estudiosos católicos consideran que la denominación de «pseudoepígrafos» no es muy acertada, dado que no todos los apócrifos son pseudoepígrafos y que además hay pseudoepígrafos entre los libros canónicos, p.ej. el Cantar de los Cantares atribuido a Salomón.

Buen número de libros apócrifos afirman ser obra directa de profetas o de apóstoles, según se trate de escritos judíos o cristianos, lo cual puede obedecer a un propósito deliberado de engaño o también a una simple estratagema para ocultar los nombres de los autores reales por motivos de seguridad, como ha hecho notar Héctor Mondragón: «los seudoepígrafes eran necesarios para la gente que escribía desde la clandestinidad: los perseguidos por los  Asmoneos, los romanos o Herodes». Los judíos, debido a su deseo de distanciarse de los cristianos, no admitieron en su canon aquellas obras del período intertestamentario que gozaban de mayor favor en la cristiandad primitiva. Los cristianos, por su parte, rechazaron la literatura apócrifa gestada en su medio por no ser de autoría apostólica[3] y por su contenido herético.[4]

APÓCRIFOS DEL AT

Los Apócrifos del AT vieron la luz entre los siglos II a.C. y I d.C., es decir, los períodos correspondientes a la dominación helenística y romana en Palestina. Toda esta literatura trató de responder a los interrogantes que los judíos se planteaban en aquellos momentos de crisis política para Israel, que culminó con la destrucción del Templo de Jerusalén en el año 70 d.C. Sus autores la atribuyeron a personajes destacados de períodos recónditos de la historia de Israel (patriarcas, profetas) con el fin de ganar prestigio para sus escritos y también para salvaguardarse a sí mismos. Aunque el elemento apocalíptico está presente en toda ella, la podemos clasificar como sigue según sus géneros más destacados.

1.     Narrativo

2.     Testamentario

3.     Cánticos y oraciones

4.     Apocalíptico

I. NARRATIVO

1. Libro de los Jubileos, llamado también «pequeño Génesis» (gr. leptogénesis o ta leptá, los detalles), ya que se trata de un Génesis detallado. Se le denomina también Apocalipsis de Moisés. En el escrito de Damasco se lo describe como el «libro de la división de los tiempos según sus jubileos y sus semanas» (16,3). Narra la historia desde la creación del mundo hasta la legislación en el Sinaí (Gn. 1—Ex. 19) dividida en períodos de siete veces siete semanas de años (o sea, 49 años), es decir, jubileos, procedimiento que ha dado su nombre al escrito. El conjunto comprende 49 jubileos, o sea, un jubileo de jubileos. Según el relato, un ángel lee a Moisés en el Sinaí por orden de Dios los acontecimientos grabados en las tablillas del cielo y el legislador hebreo los pone por escrito. La narración se apoya en la Sagrada Escritura, pero libremente, a modo de > haggadah, con adiciones y cambios según el interés del autor. Se hace hincapié en una más rigurosa observancia de la Ley con sus fiestas y sus costumbres judías, que habrían estado en vigor ya desde el principio de la historia. Tal es el fin que se propone el autor: remontar hasta los orígenes las observancias judaicas y relacionarlas con la época patriarcal. El libro utiliza un calendario especial, ordenado según el año solar. Todo ello, así como la ampliación de la Ley y el esfuerzo por aislar a Israel de todo lo impuro, sitúa el libro cerca de la comunidad de > Qumrán. Originariamente debió componerse en Palestina durante la segunda mitad del siglo II a.C. y en hebreo. Solo se ha conservado entero en una traducción etiópica, basada a su vez en una versión griega; buena parte de él existe también en una traducción latina. A todo ello hemos de añadir citas griegas y siríacas, así como varios fragmentos del texto original hebreo hallados en Qumrán. Su redacción apunta a los círculos > hasidim prequmránicos en paralelo con Dn. 10-12 y 1 Enoc 73-82; 85-90.

2. 3 Esdras, relato paralelo del libro canónico de Esdras que aparece en la Versión de los Setenta y que es designado también con el nombre de «Esdras griego». El nombre de «3er libro de Esdras» procede de la Vg., que enumera los libros canónicos de Esdras y Nehemías como 1 y 2 libro de Esdras. Relata parte de la historia del Templo de Jerusalén, así como su destrucción y su lenta restauración, y además el retorno y la actividad de Esdras. Hallamos en él una especie de compilación de los libros canónicos 2 Cro. 35s, Esdras y Neh. 7:12—8, 13, principalmente, pero contiene también bastante material propio (3:1-5) sobre una apuesta de tres guardianes en la corte de Darío, a consecuencia de la cual este permitió a Zorobabel, uno de ellos, regresar a Judea y reconstruir el Templo de Jerusalén. El libro fue redactado sin duda en griego durante la segunda mitad del siglo II a.C. Autores como Cipriano, Basilio y Agustín lo consideraron canónico y así lo citaron; por el contrario, Orígenes, Atanasio, Cirilo de Jerusalén, Epifanio y Jerónimo no lo reconocieron.

3. 3 Macabeos no se corresponde con su título, no contiene nada acerca de los Macabeos. Narra el intento del rey egipcio Ptolomeo IV Filopátor (221-204 a.C.) de entrar en el Templo de Jerusalén tras su triunfo sobre el rey sirio Antíoco III (año 217) y la forma en que Dios se lo impidió, a consecuencia de lo cual persigue a los judíos de Alejandría, que fueron salvados milagrosamente. Al final, Ptolomeo, bajo la impresión que le produce la intervención divina, se convierte en protector de los judíos. El librito, escrito en griego, apareció seguramente a finales del siglo I a.C., probablemente en Alejandría.

4. 4 Macabeos es un tratado filosófico en forma de discurso acerca del dominio de la razón sobre las tendencias. Se demuestra este postulado en primer lugar con argumentos filosóficos y después con ejemplos de la historia de Israel, destacándose de forma especial el martirio de Eleazar (2 Mc. 6, 18-31) y el de los siete hermanos junto con su madre (2 Mac. 7) durante la persecución religiosa siria. El autor, aunque judío, refleja un estoicismo popular y exhorta a sus compatriotas a que obedezcan a Dios y a su Ley. El libro, escrito originalmente en griego, seguramente fue compuesto en el siglo I de nuestra era, o bien a principios del II, quizá en Alejandría o en Antioquía.

5. Libros sobre Adán se hallan varios escritos que de forma legendaria y a veces con tierna poesía hablan de nuestros primeros padres, de su caída, de su penitencia y de su muerte: a) La Vida de Adán y Eva, conservado en una traducción latina de un texto griego; b) El apócrifo indebidamente llamado Apocalipsis de Moisés, conservado en griego. Ambos muestran grandes paralelismos en la materia tratada e incluso en la redacción y proceden, sin duda, de una elaboración hebrea o aramea del material, realizada con toda probabilidad en la época del templo de Herodes (desde el año 20 a.C. hasta en 70 d.C.); c) el libro sirio llamado La cueva del tesoro (cueva en la que están guardados los tesoros del paraíso) es una historia del mundo desde la creación hasta Cristo; se trata de una obra cristiana que usa tradiciones judías; d) un libro compuesto de varias partes independientes, llamado Testamento de Adán o también Apocalipsis de Adán. Habla de una liturgia celestial de los ángeles y de otras criaturas, con mención específica de cada hora litúrgica del día y de la noche; contiene además profecías de Adán sobre Cristo y menciona los nueve coros de ángeles con sus respectivos cometidos.

6. Paralipomena Ieremiae, es decir, suplemento al profeta Jeremías, también llamado Resto de las palabras de Baruc; es un escrito originalmente judío imposible de datar, si bien su reelaboración cristiana, conservada en griego y otras lenguas, puede ubicarse en la primera mitad del siglo II. Narra la actividad de Jeremías antes y después de la destrucción de Jerusalén, así como su muerte.

7. José y Asenat, llamado también Oración de Asenat, escrito puramente judeo-helenístico, sin ninguna elaboración cristiana. Fue compuesto en griego durante el último siglo a.C., o quizás en el primero d.C., y probablemente en Egipto. Trata de Asenat, la hija de un sacerdote egipcio (Gn. 41, 45) que al principio no quería casarse con José por ser él un extranjero de Canaán e hijo de un pastor, pero luego, cautivada por su belleza, se convierte al Dios verdadero y acepta el matrimonio. El librito resalta especialmente la castidad y el amor a los enemigos.

II. TESTAMENTARIO.

1. Testamentos de los doce patriarcas. Pretende relatar las recomendaciones que los doce hijos de Jacob dirigieron a sus respectivos vástagos antes de morir. Cada uno de los doce patriarcas reúne a su familia y narra los hechos más importantes de su vida, poniendo de relieve alguna cualidad o algún defecto, acompañándolos con exhortaciones morales y profecías. A esto se añaden predicciones sobre el futuro de Israel. Todo este material procede a la vez de las leyendas haggádicas, de la exhortación moral y de la apocalíptica. Se discute mucho sobre el origen y el tiempo de composición de este libro, que por primera vez cita Orígenes (In Ios. hom. xv 6). Muestra un cierto parentesco con el mundo espiritual de Qumrán, pero esto no nos autoriza a considerar toda la obra como qumránica o esenia. Muchos investigadores suponen la existencia de un escrito original judío redactado en hebreo o arameo entre el siglo II a.C. y la destrucción del Templo de Jerusalén el año 70 d.C., en el cual se habrían producido más tarde interpolaciones cristianas. La semejanza con los escritos de Qumrán ha llevado a algunos a considerar el conjunto del libro como un escrito esenio al que los cristianos habrían añadido ciertos pasajes de contenido cristológico. Una tesis extrema e inadmisible propone aplicar al Maestro de Justicia de Qumrán los textos que tradicionalmente se consideran interpolaciones cristológicas.

2. Varios testamentos. Se conservan además un Testamento de Adán, un Testamento de Job,  midrash judío sobre Job transmitido en una paráfrasis griega, quizá de los siglos II o III d.C.; un Testamento de Abraham, escrito originariamente judío, quizás del siglo I o II d.C., sometido a revisión cristiana; un Testamento de Isaac, emparentado con el anterior, que nos describe el deceso y el viaje al más allá del patriarca; nos ha llegado a través de su refundición cristiana en una traducción copta, otra árabe y otra etiópica; un Testamento de Moisés; y un Testamento de Salomón redactado en griego, de origen judeo-cristiano, quizás de los siglos III o IV d.C.

III. CÁNTICOS Y ORACIONES.

1. Salmo 151, breve himno escrito en hebreo dedicado a David, rey de Israel. Se ha conservado también en griego, en una traducción muy libre y enriquecida con la victoria de David sobre Goliat, e igualmente en traducciones al latín y al sirio que dependen de la griega. La poesía original, que conocemos gracias a un manuscrito del mar Muerto (quizá del tiempo de Herodes), nos recuerda bajo ciertos aspectos el mundo espiritual de Qumrán (la expresión «los hijos de su alianza», usada al final, extraña al AT pero presente, en cambio, en el Rollo de la Guerra 17,8), sin que ello signifique que deba haberse compuesto allí. Parece haber sido redactado en el siglo II o I a. C. La Biblia hebrea delimitada bajo la influencia de los fariseos no lo contiene, pero aparece en varios manuscritos griegos y antiguas traducciones del libro de los Salmos, en conformidad con el tipo de mentalidad judía atestiguado en Qumrán. Y todavía algunos escritores cristianos lo consideran como uno de los salmos canónicos.

2. Odas de Salomón, cuarenta y dos en número, de las cuales hasta ahora falta la segunda. Se han conservado en siríaco, cinco de ellas también en copto en la obra gnóstica Pistis Sophia, y una (la 11) en griego. Aún no se puede dilucidar cuál fue su lengua original: griego, siríaco, arameo o incluso hebreo, como tampoco su origen o la época de su composición. Seguramente se trata de poemas cristiano-gnósticos desde un principio, sin reelaboraciones posteriores, que vieron la luz en Siria a comienzos del siglo II. El que habla en los cánticos no es Salomón, pero su atribución se debió desde muy pronto a la semejanza que presentan con los llamados «Salmos de Salomón».

3. Oración de Manasés, devota confesión de los pecados y plegaria penitencial del otrora impío rey Manasés en el cautiverio asirio que desarrolla la información contenida en 2 Cro. 33. El autor es sin duda un judío helenista que escribía en griego. No podemos entrever si esta oración, atestiguada por primera vez en el siglo III d.C. (en la Didascalia siríaca), apareció entre los siglos II o I a.C., o bien en nuestra era. Se trata de un apócrifo que gozó de mucha estima, como evidencia el hecho de que lo contengan muchas ediciones de la Biblia griega y de la latina, e incluso la Vulgata oficial a modo de apéndice.

IV. APOCALÍPTICO.

El origen literario de este género debe buscarse en la segunda parte del libro de Daniel (caps. 7- 12), donde se encuentra la más temprana literatura apocalíptica en sentido estricto, y que fue imitado y desarrollado hasta la destrucción del Segundo Templo. El objetivo principal de algunos de estos «Apocalipsis» era animar a los judíos a mantenerse fieles a la Ley Mosaica y a soportar el martirio con la esperanza de la proximidad de los tiempos escatológicos, creencia que sería retomada por los cristianos y adaptada a sus circunstancias.

1. Libro de Enoc, uno de los primeros y más importantes representantes del género apocalíptico, atribuido al patriarca antediluviano arrebatado por Dios (cf. Gn. 5, 24). Se ha conservado íntegramente en etíope. El texto griego nos ha llegado solo de forma parcial. La cueva 4 de Qumrán ha proporcionado fragmentos de una decena de manuscritos de este libro en arameo. Esta obra se dividide en: a) Libro de la caída de los ángeles y asunción de Enoc (caps. 6-36); b) Libro de las Parábolas (caps. 37-71), que resume las creencias apocalípticas del autor; c) Libro de Astronomía o «cambio de luminarias del cielo» (caps. 72-82), que figura igualmente en el libro de los Jubileos y trata de las leyes que rigen los astros y de los problemas de los calendarios: el calendario lunar ha sido reemplazado por el solar, como en la secta de Qumrán; d) Libro de los Sueños (caps. 83-90), probablemente de la época macabea; e) Libro de la exhortación y de la maldición (cap. 91-105); y por último un apéndice (caps. 106-108). Una de las partes más importantes es el Libro de las Parábolas, en donde el supuesto Enoc anuncia a los antiguos y a los hombres del futuro tres parábolas. Su autor fue tal vez un judío perteneciente a los círculos de los hasidim y pone en escena a un personaje llamado a veces «Hijo de hombre», cuya función de juez explica un ángel. Las Parábolas que mencionan al «Hijo del Hombre» proceden de círculos asideos próximos al esenismo. Su fecha de redacción se sitúa en la época de Alejandro Janeo (100-64 a.C.) o en los primeros tiempos de la presencia romana, antes de la intervención de Pompeyo en Palestina.

2. Salmos de Salomón, conjunto de 18 cánticos que se refieren a la época del rey seléucida Antíoco IV Epífanes y a la conquista de Palestina por Pompeyo, llamado para decidir en el litigio entre los hermanos Aristóbulo II e Hircano II. El autor ve en los romanos a los instrumentos providenciales del aplastamiento de la dinastía ilegítima de los Asmoneos, a quienes reprocha el haber «usurpado el trono de David y reemplazarlo con orgullo» (Sal. 17,8), así como el entregarse a los vicios más abominables (Sal. 8,8). El Salmo 8, 16 describe con rasgos inequívocos la llegada de Pompeyo a Jerusalén como un justiciero, aunque el Salmo 2 lo condena como profanador del Templo. Fueron compuestos en hebreo y en Palestina a lo largo del siglo I a.C., más concretamente después de la conquista de Jerusalén por Pompeyo, el año 63 a.C., aunque se conservan en griego y en siríaco. El autor es un fariseo que encarna el ideal de su secta, los «santos», en oposición a los «pecadores», es decir, los Asmoneos y sus partidarios. Espera un Mesías davídico que es exactamente todo lo contrario de los Asmoneos (Sal. 17,37ss.). Por esta última razón este escrito fue considerado canónico en muchas iglesias cristianas durante largo tiempo.

3. Asunción de Moisés, obra compuesta entre el 4 a.C. y el 30 de nuestra era, conocida por Orígenes. Trata de las predicciones relatadas por Moisés a Josué acerca de los principales acontecimientos de la historia de Israel, que alcanzan hasta los hijos de Herodes el Grande. El cap. 9 introduce un personaje misterioso de la tribu de Leví, llamado Taxo, sobre cuya identificación todavía no hay acuerdo. Josefo refiere en sus escritos la leyenda de la desaparición de Moisés, dando a entender que no ha muerto, lo que supone una tradición sobre la asunción de Moisés. Huellas de esta creencia las hallamos también en el relato de la transfiguración de Jesús. La epístola de Judas recoge de la Asunción de Moisés la extraña historia según la cual el arcángel Miguel y Satán se disputaban el cuerpo del legislador.

4. Ascensión de Isaías, conservado íntegramente en etíope y parte en latín. Según R. H. Charles, sería una compilación cristiana de tres escritos distintos: el martirio de Isaías — que murió «aserrado», cf He. 11:37—, de origen judío; el testamento de Ezequías y la visión o éxtasis de Isaías, estos dos últimos de origen cristiano. R.H. Charles sitúa la obra del compilador en el siglo I d. C. En el cap. 4, 3 se menciona el martirio del apóstol Pedro bajo Nerón.

5. Otros pequeños elementos apocalípticos en a) Vida de Adán y Eva, donde Adán anticipa el don de la Ley, el exilio, el retorno y la construcción del Templo; b) el Testamento de Abraham — el gran patriarca ve todas las cosas creadas y el mundo, que durará siete edades, cada una de mil años. Después es transportado por Miguel a las puertas del cielo, donde contempla tres juicios diferentes—; c) Apocalipsis de Abraham, libro judío con adiciones cristianas sobre la revelación hecha a Abraham acerca del porvenir de su raza, compuesto tras la caída de Jerusalén en el año 70 d.C. Contiene el interesante, aunque fabuloso, relato midráshico sobre la conversión de Abraham de la idolatría; d) IV Esdras, conjunto de siete visiones; en las tres primeras Esdras plantea a Dios toda clase de preguntas sobre los problemas religiosos que le atormentan, recibiendo la respuesta divina; las tres siguientes contienen un apocalipsis histórico similar a Daniel 7-12 y versan sobre la época del fin: visión de la mujer, del águila y del hombre; la séptima se refiere a la leyenda de Esdras y a sus revelaciones sobre los libros santos. Este escrito data de fines del siglo I d. C.; y c) Libro de los secretos de Enoc, originariamente escrito en griego.[5]

APÓCRIFOS DEL NT

1.     Lugar y significado

2.     Evangelios

3.     Hechos

4.     Cartas

5.     Apocalipsis

6.     Conclusión

I. LUGAR Y SIGNIFICADO

Los apócrifos del NT nunca tuvieron entre los cristianos la estima de que gozaron los apócrifos del AT. En cuanto a su estilo literario, se asemejan a los escritos del NT, pudiendo clasificarse muchos de ellos dentro de las categorías de Evangelios, Hechos, Cartas y Apocalipsis. El problema es el carácter ficticio de su contenido, sin excluir la posibilidad de que en ellos se conserven detalles genuinos de la tradicion cristiana.

Muchos de estos escritos surgieron en entornos heréticos, principalmente > gnósticos, que constituyen los primeros intentos de «contextualizar» el mensaje cristiano a la luz de la filosofía grecorromana, de donde su tendencia «racionalista» en algunos casos. Ninguno de ellos es anterior al siglo II d.C., de manera que ninguno puede pretender haber sido escrito por apóstoles o tener autoridad apostólica, una de las pruebas de canonicidad para la iglesia primitiva.

La mayoría de los Evangelios apócrifos son abiertamente heréticos, compuestos a fin de vehicular ideas y enseñanzas distintas a la doctrina apostólica de la Iglesia primitiva. El Evangelio de Pedro, por ej., es un producto del docetismo, herejía que sostuvo que el cuerpo de Cristo no era real, sino aparente. El Evangelio de los Hebreos, por contra, gozó de gran estima y autoridad en la vida cotidiana de los cristianos de origen judío. Otros eran leídos en círculos gnósticos, como el Evangelio de Tomás. Otros, por fin, como ciertos relatos de la Infancia de Jesús o Hechos de los Apóstoles, fueron elaborados para satisfacer la curiosidad de la gente común de la Iglesia, que se preguntaba por los «silencios» de los escritos bíblicos acerca de la vida de Jesús y sus discípulos; en ellos se narran fantásticos detalles acerca de supuestos viajes misioneros y hechos portentosos, como milagros realizados después de la muerte. Mucha de esta literatura representa la primera «novelística cristiana» de la época, pensada tanto para lectores cristianos como paganos.

A pesar de haberse transmitido al margen de la autoridad de la Iglesia, e incluso contra ella, es innegable que esta literatura alimentó en muchos casos la fe del pueblo creyente, y hasta la mantuvo viva, yuxtaponiendo datos canónicos con elementos folklóricos, familiares en la literatura popular de la época, contribuyendo a adaptar las necesidades de la catequesis cristiana a la mentalidad del pueblo.

II. EVANGELIOS

En tiempos primitivos hubo gran número de evangelios apócrifos, muchos de los cuales se han perdido. Importa observar, como escribe Roderic Dunkerley, que «la enorme prolijidad de la literatura e historias sobre Jesús constituye una prueba concluyente del impacto que causó su personalidad sobre las primeras generaciones de cristianos». Los principales que se conservan son:

1. Evangelio de los Nazarenos, atestiguado por Hegesipo, Eusebio, Epifanio y Jerónimo, y empleado entre los judeocristianos de Siria. Era un escrito arameo emparentado con el evangelio canónico de Mateo. Los fragmentos conservados no alcanzan la talla del estilo de Mateo. Es probable que se compusira en la primera mitad del siglo II en círculos judeocristianos de habla aramea, quizá en Siria.

2. Evangelio de los Ebionitas, escrito usado por la secta de herejes judeocristianos del mismo nombre, según Epifanio; a juzgar por las citas que se conocen de él, parece haber sido una elaboración libre y mezclada con leyendas del caudal de las narraciones sinópticas, hecha en parte bajo una mentalidad gnóstica. Este evangelio, que como obra conjunta se ha perdido, a pesar de su carácter judeocristiano es probable que originalmente hubiera sido escrito en griego y en la primera mitad del siglo II. Muchas veces es identificado con el Evangelio de los doce, conocido solamente por el título, que mencionan Orígenes, Ambrosio y Jerónimo.

3. Evangelio de los Hebreos, conocido por Clemente de Alejandría, Orígenes y Eusebio. Habría sido un poco más breve que el Mateo canónico. Se han conservado solo algunos fragmentos, los cuales se diferencian fuertemente de los evangelios neotestamentarios, pues muestra elementos sincretistas de tipo gnóstico, amén de rasgos de cierto matiz judeocristiano. Probablemente es de origen egipcio. Debió redactarse en lengua griega, quizá en círculos de judeocristianos egipcios que hablaban griego, lo cual explicaría su título. Al igual que los anteriores, vio la luz en la primera mitad del siglo II.

4. Evangelio de Santiago, también llamado desde el siglo XVI Protoevangelio de Santiago, fue conocido tal vez por Justino (Dial. con Trifón 78, 5) y por Clemente Alejandrino (Stromata VII, 93); está claramente atestiguado por Orígenes, que lo llama «el libro de Santiago» (Comment. in Mt. 10 17 a Mt. 13, 55s). Es la primera leyenda mariana de la literatura cristiana. El escrito narra la vida de la madre de Jesús siguiendo el modelo del relato del nacimiento de Samuel en el AT. Refiere el anuncio angélico del nacimiento de María a Joaquín y Ana, sus padres —a quienes nombra por primera vez en toda la literatura cristiana—, en respuesta a sus fervientes oraciones, y cómo María, al igual que Samuel, fue presentada al Señor y educada en el Templo. Describe la milagrosa concepción de Jesús y su vida en el hogar de José, de quien se dice que era un viudo anciano, destacando así la perpetua e incólume virginidad de María, conservada incluso en el nacimiento milagroso de Jesús en una cueva cerca de Belén. Declara que Zacarías, padre de Juan el Bautista, fue asesinado por Herodes al no querer revelar el lugar donde se escondían Elisabet y Juan cuando la matanza de los niños de Belén. El autor se llama a sí mismo Santiago (25,1) y sostiene que en aquel tiempo estaba en Jerusalén; pretende, pues, ser Santiago el llamado «hermano del Señor». Este escrito fue compuesto a mediados del siglo II, sin duda fuera de Palestina, y es uno de los más ficticios. Transmitido en muchos manuscritos (el más antiguo del siglo III), se ha conservado en su forma original griega y en distintas traducciones antiguas. Al principio influyó más en la Iglesia oriental que en la occidental, donde el Decreto Gelasiano lo rechazó. Esta obra fue, directa o indirectamente, la fuente principal para las posteriores leyendas marianas, y así influyó fuertemente en el arte cristiano e incluso en la liturgia.

5. Historia de la infancia del Señor, escrita por «Tomás el Israelita», probablemente a finales del siglo II. Conocida hasta tiempos muy recientes como Evangelio de Tomás, se la designa hoy como hemos hecho nosotros a fin de evitar una confundirla con el recientemente descubierto evangelio gnóstico de Tomás. Narra muchas leyendas acerca del niño Jesús, algunas incluso de mal gusto: Jesús niño emplea sus poderes sobrenaturales con fines destructivos y vengativos, de tal manera que provoca la queja de las gentes ante José: «Tú, que tienes este niño, no puedes vivir con nosotros en la aldea: o le enseñas a bendecir o [le enseñas] a no maldecir; porque mata a nuestros niños» (cp. 4).

6. Evangelio de Nicodemo, llamado también Actas de Pilato, data de mediados del siglo IV d.C y fue redactado originariamente en griego. En el siglo V recibió su forma definitiva. Justino hace referencia a unas «actas de Pilato» (Apol. I, 35, 9; 48, 3, cf. Tertuliano, Apologeticum 21, 24; 5, 2; 21, 19) que no son este evangelio. Según Eusebio, durante la persecución de Maximino Daza contra los cristianos se leyeron en las escuelas actas de Pilato, falsificadas por los paganos para ridiculizar a Cristo (Hist. eccl, IX 5,1; cf. I, 9, 3; 11, 1). El primero que menciona actas cristianas de Pilato es Epifanio (Haer. I, 1, 5, 8). En este evangelio un cristiano llamado Ananías cuenta cómo halló protocolos redactados en hebreo por Nicodemo acerca del proceso de Jesús y cómo los tradujo al griego en el año 425. Relata las negociaciones ante Pilato, la cucifixión y la sepultura de Jesús (1- 11), las investigaciones del sanedrín, las cuales habrían demostrado que la Resurrección del Señor había sido un hecho real (12-16), y declaraciones de dos difuntos resucitados sobre el descenso de Jesús a los infiernos y sobre sus obras en aquel lugar (17-27). Culpa tajantemente a los judíos de la muerte de Jesús y exculpa a Pilato.

7. Evangelio de Pedro, redactado originariamente en griego, vio la luz en el siglo II entre círculos heréticos, probablemente en Siria, y fue atribuido al apóstol Pedro, quien se presenta a sí mismo como autor. Quizá ya fue utilizado por Justino (Apol. I, 35 6); hacia el año 200 lo menciona el antioqueno Serapión (en Eusebio, Hist. ecel. VI, 12, 4-6); más tarde lo citan Orígenes (Comment. in Mt 10,17 a Mt. 13, 55s) y Eusebio (Hist. eccl. III, 3, 2). Según Serapión, estaba en uso entre los docetas sirios de finales del siglo II, que negaban la verdadera humanidad de Jesús y le atribuían un cuerpo aparente. De ahí su afirmación de que el Señor «guardó silencio, como si no sintiera dolor» al ser crucificado. Su marcado cariz antijudío se trasluce cuando culpa de la muerte de Jesús a Herodes y a los judíos.

8. Evangelio de los Egipcios, escrito originariamente en griego, fue compuesto probablemente en Egipto hacia el siglo II y se difundió allí entre los cristianos procedentes del paganismo. Aparece atestiguado en Clemente de Alejandría (Stromata III, 63,1; 93,1), en Hipólito (Ref ut. V, 7,9), en Orígenes (In Lc hom. I) y en Epifanio (Raer, LXII, 2,4s), y se caracteriza como un escrito herético de uso entre ascetas encratitas y naasenos, así como por sabelianos, que defendian una concepción modalista de la Trinidad. No hay que confundirlo con un Evangelio de los egipcios cuyo verdadero título es El gran libro del espíritu invisible, obra gnóstica conservada en lengua copta y procedente del hallazgo de Nag Hammadi, que pretende haber sido redactada por el «gran Seth», tercer hijo de Adán, pero que es en realidad obra del maestro gnóstico Goguessos, apodado Eugnostos.[6]

III. HECHOS

Las historias apócrifas de apóstoles pertenecen a la literatura popular narrativa y en muchas ocasiones se asemejan a la primera literatura novelística de la época. Su razón de ser es rellenar el silencio del NT sobre los viajes y la actividad de los apóstoles, así como la necesidad de conocer más acerca de los primeros héroes cristianos y demostrar el carácter apostólico de algunas iglesias. Exaltan a los apóstoles por encima de la realidad y hacen de ellos personajes fantásticos dotados de poderes milagrosos en vida y aun muertos. Aunque pudiera haber un fondo real en algunos incidentes narrados, en su mayor parte carecen de valor histórico. Suelen proceder de círculos católicos, aunque no pocas veces también de comunidades heréticas de tipo gnóstico. Los Hechos heréticos pretenden difundir doctrinas heterodoxas recurriendo a la autoridad de algún apóstol. Aun cuando estos escritos heréticos recibieron más tarde una elaboración católica, no siempre han perdido su intención primitiva. Presentan muchos rasgos comunes con la antigua literatura heroica del paganismo, como la narración de hechos y de viajes (ambas cosas expresadas frecuentemente en los títulos originales), y los relatos de milagros. Dado el gran papel que conceden a la superstición, se convierten en divulgadores de creencias paganas realmente absurdas, pese a su origen cristiano. Es posible que entre toda la maraña de relatos increíbles y extravagantes se oculten noticias exactas de hechos reales, pero son muy difíciles de detectar.

1. Hechos de Pedro. Obra escrita a finales del siglo II o a comienzos del s III d.C., probablemente en Asia Menor. Narra cómo Simón el mago arrastró casi toda la comunidad de Roma a la apostasía cuando Pablo abandonó la Urbe para ir a evangelizar España. Cristo comisiona a Pedro, que se encuentra todavía en Jerusalén, para que vaya a Roma con el fin de oponerse a > Simón el mago. Al refutar al hechicero Pedro realiza toda clase de milagros, como hacer hablar a un perro, nadar a un arenque muerto, hablar a un bebé como si fuera un adulto y que varias personas se levanten de los muertos. De acuerdo con la narración, la enseñanza de Pedro sobre el ascetismo y la castidad causa la separación de muchas mujeres de sus esposos, lo que finalmente le trae dificultades con las autoridades, que se deciden a matarlo. Al principio cede a los ruegos de sus amigos y huye de Roma, pero Cristo le sale al encuentro y Pedro le pregunta a Jesús: «Señor, ¿a dónde vas?» (¿la famosa leyenda del Quo Vadis?). La respuesta es: «Voy a Roma para ser crucificado». Pedro entonces regresa a la ciudad y es crucificado cabeza abajo.

2. Hechos de Pablo. El conjunto de la obra se ha perdido, aunque se conserva en buena parte. Son conocidos desde hace mucho tiempo, aunque su admisión como parte integrante de los Hechos de Pablo es bastante reciente, los siguientes escritos: a) Hechos de Pablo y Tecla. El apóstol Pablo, cuya figura es descrita en el cap. 3, predica en Iconio y una doncella llamada Tecla se convierte a Cristo, abandonando a su prometido. Condenada a la hoguera, escapa a la muerte; más tarde, es salvada de las fieras en Antioquía. Se bautiza a sí misma y muere finalmente en Seleucia. b) Respuesta de los corintios a 2 Cor, con una tercera carta de Pablo a la Iglesia de Corinto; c) Martirio de Pablo, en que el Apóstol, al ser decapitado en Roma bajo Nerón, salpica de leche el vestido del verdugo. Según Tertuliano, la obra fue compuesta como una novela apostólica por un presbítero de Asia Menor que perdió su dignidad a causa de una falsificación tal de la historia (De baptismo 17, 5). Es notable por su famosa descripción de Pablo como un hombre de baja estatura, calvo, de piernas curvadas, cejijunto y con una nariz prominente. Este escrito expresa una fuerte aversión al matrimonio y contiene varias presuntas bienaventuranzas del apóstol acerca de la castidad, incluyendo la que dice: «Bienaventurados son los que tienen esposa como si no la tuvieran, porque heredarán a Dios».

3. Hechos de Juan, redactado originalmente en griego, tal vez en Asia Menor, no ve la luz más tarde del siglo III. Narra los viajes del apóstol Juan, su estancia en Éfeso en dos ocasiones, donde obra muchos milagros y destruye el templo de Ártemis, así como su predicación sobre Cristo y su deceso. El relato está lleno de reminiscencias gnósticas, encratitas y docetas. Jesús aparece en 79 formas variables: joven y anciano, inmaterial y de cuerpo sólido (89-93); no precisa comer ni dormir (89); no imprime huellas al caminar (93); sus padecimientos no fueron reales y en la crucifixión fue como un fantasma (97-101).

4. Hechos de Andrés, redactado en la segunda mitad del siglo II y extendido por círculos heréticos. Aunque no es un producto directo de la gnosis, tiene ciertos puntos de contacto con ella. Contiene pensamientos de la filosofía helenística contemporánea y en ocasiones recuerda las ideas de Taciano.

5. Hechos de Tomás, escrito originalmente en siríaco, se difundió en círculos gnósticos y maniqueos. Debió componerse hacia finales del siglo II o en la primera mitad del siglo III. Son los únicos hechos apócrifos de los apóstoles que se conservan completos a pesar de su origen y contenido gnóstico. Tuvo gran difusión y fue reelaborado con impronta ortodoxa. El relato comienza con la famosa reunión de los apóstoles en Jerusalén en la que se distribuyeron los campos de misión del mundo. Tomás recibe la India como destino, pero rehúsa aceptar esta misión aun después de que Jesús se le aparece y trata de dispersar sus temores. El Señor entonces lo envía como carpintero al rey de la India, para quien trazó los planos de un magnífico palacio, además de llevar a cabo un ministerio lleno de lo milagros y hechos sobrenaturales: un pollino habla; una serpiente es obligada a absorber el veneno del cuerpo de un joven asesinado, con lo que vuelve a la vida; una joven muerta resucita y relata los horrores de su experiencia en el infierno; cuatro asnos salvajes son llamados como sustitutos de unas bestias de carga exhaustas y uno de ellos exorciza además un demonio de una mujer y de su hija; como consecuencia de su predicación y de la conversión de personas de la corte, Tomás es arrojado en un horno encendido, cuyo fuego se apaga de inmediato y del cual sale sano y salvo al día siguiente. El apóstol recibe la palma del martirio al ser atravesado su corazón por la espada de un pontífice pagano.

6. Otros Hechos apócrifos secundarios son a) Hechos de Felipe; b) Hechos de Mateo; c) Hechos de Andrés y Mateo; d) Hechos de Pedro y Andrés; e) Hechos de Andrés y Pablo; f) Hechos de Bartolomé; g) Hechos de Simón y Judas; h) Hechos de Tadeo; i) Hechos de Bernabé, etc.[7]

IV. CARTAS

Son relativamente escasas las epístolas apócrifas, pese a ser el género epistolar el predominante del NT. Por razones que se desconocen, los autores de obras apócrifas juzgaron que había otros géneros más apropiados que las cartas para transmitir su pensamiento. Tal vez porque las espístolas son más difíciles de imitar que los Evangelios, los Hechos o los Apocalipsis. La mayoría del epistolario apócrifo carece casi de importancia; sin embargo, hay algunas obras que merecen ser mencionadas.

1. Correspondencia entre Abgar de Edesa y Jesús. El rey Abgar V de Edesa, que gobernó del año 4 a.C. al 7 d.C., padece una enfermedad incurable y al oír hablar de los milagros de Jesús, le envía un mensajero con una carta. En ella le declara su fe en él como Hijo de Dios y le ruega que se dirija a Edesa para curarlo y encontrar protección contra las asechanzas de los judíos. Jesús promete enviarle a uno de sus discípulos para sanarlo. Este intercambio epistolar, que con seguridad fue escrito originalmente en siríaco, vería la luz en Edesa, sin duda con la intención de demostrar el origen apostólico de su iglesia.[8]

2. Tercera carta de Pablo a los Corintios, donde el apóstol refuta a los falsos maestros que rechazan la autoridad de los profetas y niegan la omnipotencia de Dios, la creación del hombre por una acción divina, la futura resurrección de la carne y la verdadera encarnación de Cristo en María. El conjunto constituye una parte de los mencionados Hechos de Pablo.

3. Epístola a los de Laodicea, de solo veinte versículos, escrita en latín sin dar evidencias de ser traducción de un texto griego anterior, está compuesta por giros tomados de las epístolas canónicas de Pablo, especialmente de la carta a los Filipenses. Aparece en Occidente a finales de la época patrística. Pretende ser la carta mencionada en Col. 4:16.

4. 3 Epístola a los Corintios (cf. 1 Co. 5:9), que forma parte del apócrifo Hechos de Pablo.

5. Correspondencia entre Pablo y Séneca, conservado en más de trescientos manuscritos. Consta de ocho cartas breves atribuidas al filósofo romano L. Anneo Séneca y de seis cartas, todavía más breves, atribuidas a Pablo. Todas se hallan escritas en un mal estilo latino, muy pobre de expresión. Séneca admira ciertamente las doctrinas del Apóstol, pero echa de menos un estilo cuidado y por eso le envía un libro titulado De verborum copia, con el cual Pablo podrá aprender un latín mejor. Séneca lee al emperador Nerón fragmentos de las cartas del Apóstol y queda impresionado. Pablo ruega a Séneca, no obstante, que deje de hacerlo, pues de otro modo el Apóstol deberá arrostrar las iras de la emperatriz Popea. Séneca se queja del incendio de Roma y de los martirios infligidos a los cristianos. Este intercambio epistolar podría haber sido escrito en la segunda mitad del siglo IV.

6. Carta de Bernabé, escrito atribuido al apóstol de este nombre, aunque la carta misma nunca lo pretende. Es en realidad un tratado teológico en forma epistolar compuesto a partir de diversas fuentes y parecido a la carta a los Hebreos. Enseña que las disposiciones de Dios sobre sacrificios, circuncisión y restricciones alimenticias de la Ley nunca tuvieron un sentido literal, sino que revestían un elevado contenido espiritual, ya que, en lugar de ceremonias externas, Dios exigía una actitud interna. Al interpretar los judíos estos mandamientos al pie de la letra fueron seducidos por un ángel maligno y, en consecuencia, desconocieron la voluntad de Dios. El autor abunda en la interpretación alegórica de la Escritura y así encuentra alusiones cristológicas en lugares y figuras del AT que difícilmente podrían serlo. La carta es un testimonio excepcional sobre la discusión entre el judaísmo y el cristianismo en la primera época de la Iglesia. Sin duda el escrito se originó en la primera mitad del siglo II. Durante algún tiempo fue considerado canónico por algunas iglesias.

V. APOCALIPSIS

Entre las producciones de este género literario merecen ser citadas especialmente la Ascensión de Isaías, los Apocalipsis de Pedro y de Pablo, así como el Pastor de Hermas.

1. Apocalipsis de Pedro, el más importante de los Apocalipsis apócrifos cristianos. Se debe distinguir del Apocalipsis de Pedro gnóstico, descubierto en 1946 en Nag Hamadí. Se ha conservado en parte en un fragmento griego descubierto en 1886 en la tumba de un monje cristiano de Akhmim (Alto Egipto), como también en una traducción etíope conocida desde 1910, que se considera más cerca del original que el fragmento griego. Este Apocalipsis, que alcanzó gran circulación y mucha estima, es digno de destacar por sus vívidas descripciones de los castigos concretos que sufren los condenados por sus pecados específicos. Son atormentados por demonios con serpientes, gusanos y buitres sobre ruedas incandescentes y ríos de fuego. Incluye además una breve descripción del paraíso de los redimidos, perfumado y lleno de frutos. Debió componerse en el siglo II.

2. 5 Esdras. Idéntico al 4 Esdras 1 y 2 en los mss. latinos. Contiene una invectiva contra el pueblo judío «duro de cerviz» por causa de sus pecados muy al estilo del AT, así como promesas consoladoras a los cristianos, el nuevo pueblo de Dios.

3. 6 Esdras. Idéntico al 4 Esdras 15 y 16 en los mss. latinos. Estos 2 capítulos describen la suerte y la destrucción total que viene a «toda la redonda tierra» por causa de la maldad. Pero Dios librará a sus elegidos de esos días de terrible desolación.

4. Oráculos sibilinos cristianos. Los oráculos sibilinos habían ejercido gran influencia en el mundo pagano antes de la era cristiana. En ellos la Sibila daba a conocer la voluntad de los dioses. Como no estaban sometidos a ningún control, tanto los judíos helenísticos como los cristianos se sirvieron de ellos para sus propagandas haciendo interpolaciones o componiendo otros nuevos sobre los modelos antiguos. Los libros 6 al 8 son puramente cristianos. El 6 contiene un himno a Cristo y al bendito árbol sobre el que fue «extendido». El 8 comienza con un anuncio de condenación de la depravada y atea Roma. Luego sigue un canto sobre el triunfo escatológico de Cristo. El libro concluye con un himno a Dios y al Logos que se encarnó.

5. Apocalipsis de Pablo. Libro de finales del siglo IV o V d.C. que pretende explicar lo que Pablo vio cuando fue «arrebatado hasta el tercer cielo» (2 Co. 12:2-4). Describe la «ciudad de Cristo» con sus 12 muros, 12 torres, 12 puertas y 4 ríos. Allí encuentra a muchos santos del AT y a María la madre de Jesús. Luego se le muestra la terrible condenación de varias clases de pecadores, cuyos suplicios son atenuados durante la noche y el domingo.

6. Cartas de los apóstoles, epístola dirigida por los apóstoles a la Iglesia que contiene las revelaciones de Cristo durante el tiempo que media entre la Resurrección y la Ascensión. Se narra el descenso a los infiernos, la Ascensión de Cristo a través de los siete cielos y su revestimiento de forma angélica; los signos cósmicos de la venida de Cristo y la cruz gloriosa. La obra procede seguramente de una corriente judeocristiana ortodoxa emparentada con la tradición joánica y probablemente del Asia Menor.

7. Otros apocalipsis de menor importancia son: a) Apocalipsis de Tomás. Profecía de las «señales que ocurrirán al fin del mundo», pretendidamentes revelada al apóstol. Probablemente fue escrito en latín hacia el siglo V; b) Apocalipsis de Esteban, obra maniquea condenada en el siglo VI d.C. por el Decretum Gelasianum juntamente con los Apocalipsis de Pablo y de Tomás; c) Apocalipsis de la Virgen. Narra los tormentos de los condenados que vio la Virgen María. VI.

CONCLUSIÓN

Los apócrifos del NT constituyen una fuente de estudio muy importante en tanto que confirmación de la historia canónica y reflejo del ambiente literario en que nacieron los escritos del NT, así como por el influjo que han tenido en la formación de tradiciones religiosas populares y porque descubren muchos rasgos heréticos interesantes para la historia del primitivo cristianismo y para la historia de la Iglesia en general. Carecen de utilidad, no obstante, como noticias fidedignas sobre la historia de Jesús y su mensaje, o sobre otros personajes del NT.



[1] Toda la información expuesta aquí, pertenece al Gran Diccionario enciclopédico de la Biblia – Alfonso Ropero, editorial Clie. En su encabezado “1- Apócrifos, 2- Apócrifos del A.T y 3- Apócrifos del N.T”.

[2] cf. R. H. Charles. The Apocrypha and Pseudepigrapha of the Old Testament, 2 vols. Oxford 1913 y E. Kautzsch, Die Apocryphen und Pseudepigraphen des A.T., 2 vols. Tubinga 1900-1920

[3] cf. Ireno, Adv. Haer.

[4] G. Cornfeld, “Apócrifa, literatura”, en EMB I, 88-89; D. deSilva, The Jewish Teachers of Jesus, James, and Jude: What Earliest Christianity Learned from the Apocrypha and Pseudepigrapha (OUP 2012); Id., Introducing the Apocrypha: Message, Context, and Significance (Baker Academic 2002); B.M. Metzger, An Introduction to the Apocrypha (Nueva York, 1957); D. Rops y J. Bonsirven, La Biblia apócrifa (Ed. Eler, Barcelona 1964).

[5] J. Bonsirven y D. Rops, La Biblia apócrifa (Ed. Eler, Barcelona1964); R.H. Charles, The Apocrypha and Pseudepigrapha of the Old Testament, 2 vols. (Clarendon Press; Oxford, 1913, reed. 1966); Id., Versión del texto etíope de El libro de Enoc, el profeta (Edaf, Madrid 2006); A. Díez Macho, dir., Apócrifos del Antiguo Testamento, 5 vols. (Cristiandad 1987); S. Mowinckel, El que ha de venir: Mesías y Mesianismo (Ed. Fax, Madrid 1975); A. Piñero, Literatura judía de época helenística en lengua griega (Síntesis, Madrid 2007); J.R. Porter, La Biblia perdida (Blume, Barcelona 2010); J. Poully, Los Manuscritos del Mar Muerto y la Comunidad de Qumran (EVD 1980).

[6] M. Alcalá, Los Evangelios de Tomás el Mellizo y María Magdalena (EM 2000); J. Carter, Evangelios apócrifos (Editorial Sirio, Málaga 1998); P. Crépon, Los evangelios apócrifos (Edaf, Madrid 2000); R. Dunkerley, Más allá de los Evangelios (Plaza & Janés, Barcelona 1966); E. González Blanco, Los Evangelios Apócrifos, 3 vols. (Madrid, 1934, reimpresión Hyspamérica Ediciones Argentina, Madrid 1985, 2 vols.); H.-J. Klauck, Los Evangelios apócrifos. Una introducción (ST 2006); A. Puig, ed., Los Evangelios apócrifos, 2 vols. (Ariel, Barcelona 2008); A. de Santos Otero, Los Evangelios apócrifos (BAC 1956); P. Ramón Tragán, ed., Evangelios apócrifos. Origen. Carácter. Valor (EVD 2008); R.M. Trevijano, Estudios sobre el Evangelio de Tomás (CN 2006).

[7] Hechos de Andrés y de Matías en la ciudad de los antropófagos. Martirio del apóstol san Mateo (CN 2002); H.-J. Klauck, Los Hechos apócrifos de los Apóstoles. Una introducción (ST 2008); A. Piñero y G. del Cerro Calderón, eds., Hechos apócrifos de los Apóstoles, 3 vols. (BAC 2005-2012).

[8] La leyenda de Abgar y Jesús (CN 2001).

 


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