El ojo, la pesadilla de la evolución

Facebook Youtube Instagram Twitter Tiktok Telegram Spotify Google Podcast Soundcloud 
Hablando cerca de los órganos que presentan una perfección y complicación extremas como puede ser el ojo, Darwin escribió: 

«Parece absurdo de todo punto, lo confieso espontáneamente, suponer que el ojo, con todas sus inimitables disposiciones para acomodar el foco a diferentes distancias, para admitir cantidad variable de luz y para la corrección de las aberraciones esférica y cromática, pudo haberse formado por selección natural … [Pero] La razón me dice que si puede demostrarse que existen numerosas gradaciones desde un ojo sencillo e imperfecto a un ojo complejo y perfecto … entonces la dificultad de creer que … pudo formarse por selección natural, aunque insuperable para nuestra imaginación, no sería considerada como destructora de nuestra teoría … [No obstante] Si pudiera demostrarse que existió algún órgano complejo que tal vez no pudo formarse por modificaciones ligeras, sucesivas y numerosas, mi teoría se vendría abajo por completo» (Darwin, 1980: 196,199). 

Esto último es precisamente lo que acaba de suceder con los nuevos descubrimientos de la ciencia bioquímica. Los especialistas se han dado cuenta de que ciertos órganos o sistemas, llamados «irreductiblemente complejos», no han podido originarse mediante modificaciones ligeras y graduales como propone el darwinismo (Behe, 1999: 60). ¿Qué es un sistema irreductiblemente complejo? Pues un órgano o función fisiológica compuestos por varias piezas o etapas que interactúan entre sí, dependiendo unas de otras y contribuyendo entre todas a realizar una determinada función básica. Si se elimina una sola de tales piezas o etapas, el sistema deja automáticamente de funcionar. 

Un sistema así no se puede haber producido por evolución, porque cualquier precursor que careciera de una parte concreta sería del todo ineficaz. ¿De qué serviría un oído sin tímpano, un ojo sin cristalino o una nariz sin células olfativas? Por mucho que insista el darwinismo, la décima parte de un ojo no sirve para nada. Los órganos de los seres vivos tuvieron que originarse necesariamente como unidades integradas para poder funcionar de manera correcta desde el principio. El ejemplo más sencillo propuesto por Behe es el de la ratonera. Mediante tal artilugio, formado básicamente por cinco piezas, se persigue solo una cosa: cazar ratones. La plataforma de madera soporta un cepo con su resorte helicoidal y una barra de metal para sujetar el seguro que lleva atravesado el pedacito de queso. Si se elimina una de tales piezas, la ratonera deja de funcionar. Se trata, por tanto, de un sistema irreductiblemente complejo. 

Cualquier sistema biológico que requiera varias partes armónicas para funcionar puede ser considerado como irreductiblemente complejo. El ojo, que tanto preocupaba a Darwin, es en efecto uno de tales sistemas. Cuando un simple fotón de luz penetra en él y choca con una célula de la retina, se pone en marcha toda una cadena de acontecimientos bioquímicos en la que intervienen numerosas moléculas específicas como enzimas, coenzimas, vitaminas e incluso iones como el calcio y el sodio. Si una sola de las precisas reacciones que estas moléculas llevan a cabo entre sí se interrumpe, la visión normal resulta imposible y puede sobrevenir la ceguera. La extrema sofisticación del proceso de la visión elimina la posibilidad de que el aparato ocular se haya originado mediante transformación gradual. Para que el primer ojo hubiera podido ver bien desde el principio era necesario que dispusiera ya entonces de todo el complejo mecanismo bioquímico que posee en la actualidad. Por tanto, el ojo no pudo haberse producido por evolución de lo simple a lo complejo como propuso Darwin, sino que manifiesta claramente un diseño inteligente que le debió permitir funcionar bien desde el primer momento. La misma selección natural a la que tanto apela el darwinismo se habría encargado de eliminar cualquier forma que no funcionase correctamente. 

El darwinismo ha multiplicado por cincuenta el problema del origen del ojo al reconocer que este ha evolucionado de manera independiente todas esas veces en los distintos grupos de animales. El ojo de los insectos tiene poco que ver con el de los pulpos, peces, reptiles o aves. Son órganos diferentes que funcionan de distinta manera. Pero el argumento que se utiliza para explicar semejante dificultad es completamente absurdo y tautológico. Si la visión, se dice, ha surgido tantas veces en los diferentes linajes animales, debe tratarse de algo relativamente fácil de conseguir para la evolución. Es decir, se supone como cierto precisamente aquello que se debería demostrar, que los ojos aparecieron por evolución. 

Pues bien, una vez más la genética ha venido a crear una nueva paradoja para el evolucionismo. Resulta que existe un gen, el llamado eyeless, que es esencial para el desarrollo del ojo en todos los animales. Una mutación del mismo puede causar la enfermedad de la Aniridia, la cual afecta el desarrollo del ojo en las personas, pero también disminuir el tamaño del ojo en el ratón o incluso hacer que una mosca nazca sin ojos. Se ha descubierto que al trasplantar artificialmente dicho gen de los humanos a la mosca, le genera ojos allí donde se le fuerza a activarse. Esto significa que la función de dicho gen, así como toda la complicada red de genes y proteínas asociada a él, se han conservado intactos en todos los animales a lo largo de las eras geológicas. Si hubieran cambiado lo más mínimo, como presume la evolución, el gen humano sería incapaz de crearle un ojo a la mosca. 

El proceso genético, bioquímico y fisiológico mediante el cual se forma un ojo en el ser humano es prácticamente idéntico al que lo produce en la mosca. Es evidente que tal proceso no ha podido evolucionar independientemente en los insectos y en los vertebrados, sino que debe existir desde el principio de los tiempos. El complicado fundamento de la construcción del ojo, que es el mismo en todos los animales bilaterales, no ha evolucionado por separado en los más de cincuenta grupos zoológicos con visión ocular, sino que se ha mantenido intacto desde que fue diseñado. Esta constatación de la ciencia actual supone un serio inconveniente para las tesis transformistas y un fuerte respaldo a la fe en el Creador del cosmos que lo inventó todo de manera inteligente. 
1- Este estudio ha sido extraído del libro "Darwin no mató a Dios - Antonio Cruz, pag. 169-172

Comentarios

Entradas más populares de este blog